2.
Despertar en ninguna parte
es complicado porque
no sabes dónde está la cafetera
porque no encuentras la cocina y
desde luego
tampoco el baño y te meas
y no quieres despertar a eso que está
a tu lado para no hablar que es lo
que hay que hacer y lo que más
temes en estos casos.
Así que te quedas en el salón
y no enciendes la tele ni pones música porque
te sientes desenfocado y no quieres
que venga nadie a tocarte el objetivo.
Intentas no mirar la casa que en este
caso
compone ninguna parte para no pensar
lo extraño que parece que estas puertas
se hayan abierto a tu maldita cara de borracho
cuando todas las demás se te cierran.
Exploras el fascinante nuevo mundo y
la cafetera es de esas de filtro de
papel de esas
que quizá sean las que hacen el
café más detestable del mundo y
te preguntas en qué
narices estarías pensando ayer cuando dejaste
que te inundase la ilusión perversa
que te pregnase de su olor a frambuesa
que te preñase de ganas de ser
y te anegase de engaños incontestables
y vuelves al salón con el peor
café del mundo en una taza e intentas
tragarlo empujándole con un cigarro
que está llenito de disnea y
de sabor a cartón-piedra
y de una leve depresión y
una importante decepción y
de una sensación tajante de angustia
y de mañanas y mañanas y recuerdos
de mil mañanas aproximadamente como
esta.