No había nada.
—¿No había nada? —dijo el tipo mierda.
—Nada.
Qué curioso, pensaron, había cosas que decir que cabían en cualquier parte y, sin embargo, no se decían jamás. Esas eran las que menos sentido tenían de todas las que se podían decir. Olas, entierros, manuales de instrucciones, todos tanteando a ciegas el anverso de las páginas, pensando fuerte en no pensar en el reverso. Eso era otro lugar común en el que evitar encontrarse de momento.
—Yeah, así es.
—No tengo más preguntas. Tampoco había ninguna realmente.
—No has hecho ninguna.
La tarde, la ensoñación, el camino a ninguna parte de no tener ninguna parte a la que te apetezca ir. El destino como ese lugar por el que no debes preocuparte porque es un lugar de tránsito. El tipo mierda estaba bastante cansado de seguir mirando.
—Estoy muy cansado de mirarte. No tengo por qué hacerlo.
—No tienes por qué hacerlo en absoluto, pero lo haces. A mí me pone nervioso.
—Es por si te escapas.
—Bueno, tus ojos tampoco son muy capaces de detenerme si lo hago.
—Ya, pero es algo. Es mejor que no hacer nada.
—Bien. Entonces bien. Creo que es tu destino.
—Es probable —dijo el tipo mierda—, no se debe bromear con el destino.
—En realidad da igual, si realmente lo es no habrá nada que le impida alcanzarte. Si no lo es da igual.
La pereza como falta de intereses. El relajarse mirando la pared mientra la pared nos mira tranquilamente.
—He pasado tanto tiempo aquí que no sé que hago.
—Vivir. Es lo único que puedes hacer todo el rato.
Cosas pequeñas, que caben en cualquier parte, pero que son como una invocación. Las dices y, de repente, no puedes desdecirlas y, aunque lo hagas, han abierto una puerta profunda en la que todas las pupilas, horrorizadas, se clavan y beben significado observando que todo ha cambiado de una vez y para siempre.
—Ha pasado antes.
—No debería dejar de pasar nunca. Es horrible no verlo.