Al final le he mandado un mensaje diciéndole que viniera si quería, que por mí no había problema, pero que no quería ponerme demasiado pesado con lo de vernos y por eso había hablado de otras cosas. Ella ha venido, me ha dicho que la llame cuando quiera. Hemos hablado unos tres cuartos de hora, de algunas cosas serias y de algunas naderías. Después se ha ido, y he releído la parte final de «La senda del perdedor», de Bukowsky, la de las pensiones, las peleas y las pérdidas de trabajo. Es un buen tipo, un tipo honesto, al menos. Me he acordado de una botella de Faustino V que compró el novio de la abuela de lore cuando estuvo aquí, para que cenáramos. Al final cenamos en otra parte y la botella se quedó en un armario. Es un buen vino. Me ha costado horrores encontrar el sacacorchos, supongo que demasiada cerveza últimamente, demasiado poco vino. Sé que no es un buen momento para un vino así, pero no creo que vaya a tener exceso de momentos buenos en un tiempo. El que haya comprendido no significa que se haya acabado el dolor, o mis buenas ganas de seguir viviendo con ella. Simplemente ha mutado, antes era más rabia, más abandono, más miedo, y ahora es dolor en estado puro. Pero este me gusta más, es menos lesivo. Es como una ducha fría, un tipo especial de reconstituyente. Supongo que me llevará arriba, si me agarro fuerte a él y no me despisto, pero no puedo prometer nada, evidentemente. El que haya comprendido no significa que no sienta que esto se puede arreglar de otra manera, ahora que está aislado y quietecito el problema. He llamado a mis padres para decirles que definitivamente no iba a comer, sé que es un poco cruel negarles que me vean ahora, pero es precisamente ahora cuando no me hace falta. He llamado a Víctor para ver qué tal estaba hoy que todo el mundo le ha fallado para doblar su último corto y terminarlo de una vez. Claro, estaba jodidamente cabreado, no hacía falta mucha inteligencia para saberlo. Pero supongo que hablar de ello calma, o lo que sea. También me ha invitado a comer, pero vuelvo a no tener hambre y, además, hoy no quiero ver a nadie, de momento. No quiero volver a comenzar la charla. Ya no me sirve de nada. El Faustino rasca, supongo que es otro tipo más de despedida, como la quema de bragas o terminar de lavar toda su ropa y guardarla en un cajón indoloro. Supongo que como la última vuelta que se ha dado ella por la casa, aparentando de forma más o menos consciente buscar cosas que la hagan falta. Quería despedirse de todo, sacar un par de instantáneas para el álbum de los recuerdos. Ayer todo fue muy bonito, precioso, pero no me hago ilusiones. Todo el pescado está vendido, eran los últimos coletazos, de nuevo ecos de otras guerras ya pasadas, retazos del eter de nuestra relación que se hacen visibles mientras se van esfumando. Faustino V también es un buen tipo. Cuando termine la botella se habrá esfumado algo más, soy plenamente consciente de ello. Un nudo menos, un salto cualitativo más. Me duelen de nuevo los riñones, son banderas del estado de la playa de mi ánimo. Ahora están en ámbar: marejada. Voy a volver al viejo Hank y al vino, esta tarde quiero diluirme un poco en ambos. Dejaré para mañana lo de las fuerzas y esas cosas. He comprendido, pero eso no significa que me haya vuelto súbitamente frío, o excesivamente racional. Esto duele un poco, se aferra dentro a fuerza de garras. Garras que se clavan en mis riñones y un poco en mi corazón, pero sobre todo en el cerebro. El muy maldito me repite cosas al oído, bajito, susurrando. Son cosas que no debo oír, y ya soy un hombrecito. Tengo una nueva distracción. Un pedazo de intestinos ha decidido salir y ver qué hay más allá del culo, él sale para fuera, yo le empujo para dentro con el dedo, y así una vez tras otra. Es un combate igualado, de los que se pueden mantener durante horas. Vino para todos, el buen Faustino V.