Que todo siga igual, parecen decir las cosas, de cuando en cuando. Estar en ninguna parte no es sencillo, ni complejo. Estar en ninguna parte es algo cómodo. Nada importa lo suficiente como para despeinarte, por ejemplo.
No es cómodo estar aquí temiendo que a algún vecino le de por bajar a cantarme las cuarenta. Eso sí que es cierto. Cómo explicarles que no puede ser de otra manera, que cuando uno está muerto se rodea de vida todo lo que puede, para absorber el calor residual de los cuerpos. Que uno no puede permitir que todo acabe así como así. Algún día pondrán la denuncia de rigor, y tendrán razón. La tendrán toda.
Tampoco me importará demasiado. Haré lo que haya que hacer en esos casos. Me presentaré ante un juez y le diré: «mire, señoría, todo comenzó…» y seguiré un buen rato, si no me interrumpen, «y por eso las cosas son como son». Y entonces decidirán entre absolverme o internarme en un psiquiátrico. No porque esté loco, sino para que deje de contarlo todo y de absorberlo todo como si me fuera la vida en ello.