Entrar. Salir.
Dar una vuelta despacio. Tengo cosas que esparcir por el mundo, o que decir. Pero no ahora. Quién sabe. Habíamos dormido algo, al menos. «Nos habíamos situado en el espacio discreto del tiempo recoleto». Dos bonitas nadas una junto a la otra. La vida era de cosas más sencillas y más sorprendentes: porque lo único que siempre existe, amigo, es lo sencillo y lo que sorprende: lo demás son supercherías, purgas de Benito.
«Espacio discreto» me gusta. Es una revelación, o al menos puede llegar a serlo. Un escondite hecho guarida. Un espacio robado al espacio es un espacio discreto. Pero tiene que existir para que, al verlo, algo se retuerza en tu cabeza y pegue un brinco (¿si no para qué el nombre?). Como la primera vez que puse un acorde de sol en la guitarra y me dije que aquello sonaba muy bien. «Francamente bien», he estado tentado de escribir, pero no sé a santo de qué «francamente» pinta algo ahí. Pero hay costumbres, demasiadas lecturas… he perdido un rato lo que quiero decir en brazos de cómo he aprendido a decirlo. «Muy bien» es preciso, «francamente» es una impostura.
Lo del «tiempo recoleto» ya… no sé muy bien por qué, la verdad. «Recoleto» es un círculo que no consigo encajar en el hueco cuadrado desde nunca. Y rima con «discreto». Algún día le encontraré un sitio a «recoleto». El problema del lenguaje no es que no sea preciso o que no se utilice con precisión, o que no sea completo o que carezca de completud. El problema del lenguaje es que es un objeto describiendo otro. Y claro, un objeto se carga de connotaciones. El lenguaje, la forma de decir las cosas, alimenta la realidad que intenta describir y la modifica. Viejos chistes, las siempre «antiguas pesetas», me refiero a cosas como esa. El lenguaje no es una hoja afilada y precisa con la que diseccionar lo que sucede, el lenguaje se pone de moda y modifica su objeto que, a su vez, le altera. Al final hay cosas que no salen del lenguaje mismo, y es fácil rellenar párrafos sin referenciar a nada más cuando lo que realmente importa son las cosas, a no ser que te dé por ponerte decadente.
Para mí, al menos. Utilizar el lenguaje para describir el mundo: genial. Utilizar el lenguaje de modo autorreferencial como juego formal: decadente. Lo único que existe es lo sencillo y lo sorprendente, todo lo demás son engaños, afeites, perfumes, llantos, espejos, lloros, vacíos, huídas hacia delante y sin frenos.
«En el espacio discreto del tiempo recoleto». Bff. Menuda historia tiene que tener eso detrás para que no sea una pura y absoluta mierda.