Escuchando las subnormalidades frívolas, banales y estúpidas que mis compañeras de trabajo regalan a mis pobres oidos. Una mañana interesante, porque ha habido el trabajo suficiente como para narcotizarme de lo mundano y para que no me haya enterado de (ni he recordado) absolutamente nada. Es maravilloso. A veces, en el curro, me gustaría sufrir episodios de autismo. Sería todo más facil, mejoraría mi concepción de algunos de mis compañeros.
Ahora ya es tiempo para la reflexión y el sosiego y un buen libro que tengo delante. Ya no importa esta hora que me queda para salir, estoy libre. Ahora viene lo otro, lo de fuera. A volver.
La tristeza es un proceso paulatino que no tiene golpes espectaculares, más propios de la depresión. Me doy cuenta de que el resultado más notable de mi tristeza de las últimas semanas es la indiferencia, ahora ya no me importa nada.
Las cosas que suceden en mi relación de pareja no me importan como antes. ¿Que ella se va al sofá? Antes no hubiera podido dormir en toda la noche, me hubiera acercado a hablar con su majestad egoica. Ahora no. Duermo como un bendito. Ven, vete, lo peor de todo es esta indiferencia producida por la tristeza producida por la tibieza.
Veremos. Ahora mismo da igual.