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haz de oscuridad

“Eh, ¡qué haces!”

Y así vamos, en este ditirambo de los días que salen como van pudriendo, calentando palomitas mentales en el microondas mental que luego comemos metódicamente mientras se cierran los puños y rompen la piel los nudillos y la gente se adocena en círculo sobre los dos tipos que están jugando a sacarse los dientes con cierto desorden. Podríamos jugar nosotros a separarles, pero entonces dónde quedaría la diversión.

En un mundo tramposo y adocenado donde lo más salvaje que puedes hacer es meterte en el bolsillo unas chocolatinas en el supermercado sin pasarlas por caja, este tipo de experiencias valen un mundo entero. Ya, sí, que sí, que ahora vas a decirme que qué cojones de mundo es este para equivaler a una mierda como esa, pero hace tiempo que alguien extendió el tablero y puso las fichas y tiró los dados y esto es lo que hay, quieras o no quieras. Nosotros simplemente surgimos aquí y hacemos lo que podemos con lo que hay.

Y sí, que esto va a ser francamente desigual, pero a quién cojones le importa excepto al tipo que está en la base de la pirámide alimenticia y que ha aceptado el juego por lo que sea, por la tipa de ojos azul intenso que le mira siendo la última en comprender que esto va a ser una masacre, justo ella, sí, justo a la que él ha estado besuqueando hasta ahora; o quizá porque él lleva toda la puta vida aguantando a idiotas y precisamente ahora, envalentonado por los besos, va y decide que ha llegado el colmo y que es ahora o nunca (o para siempre si no hago algo, joder); o quizá porque está borracho y empalmado y su cabeza es un tintero derramado en el que no quedan más que restos apagados pegados a las paredes de cristal, sin darse cuenta de que no dan más de sí, de que están acabados, que no van a poder escribir ni una maldita línea medio decente. ¿Qué más da, qué coño más dará todo? Yo no sé, no puedo saber qué está provocando esto, pero sí sé que es una decisión libre entre lo que se supone que son dos definiciones de libro de lo que es ser adulto, y punto. Y punto en boca, claro, porque el punto en boca es el más punto de todos los puntos.

Y es que como diversión va a ser meridianamente mediana, ya te digo, porque el grandote le pone contra unas cuerdas inexistentes desde el minuto uno. Nos maldecimos un poco porque no intuimos nada y nadie se ha preocupado de pillar unos litros, y a ver quién es el valiente que va a la barra ahora perdiéndose esto. No va a durar mucho, en cualquier caso. El tipo enorme le pega un par de guantazos con la mano abierta, y le calienta las mejillas a base de fusión nuclear de manual. Una vez hecho el calentamiento para evitar lesiones, el tipo coge y le da un par de ostias, y le revienta, sin más. Le tumba en el suelo inconsciente.

Y el tipo-gacela-thompson allí se queda. La de los ojos azul intenso se acerca, se sienta en el suelo y apoya la cabeza del noqueado en su regazo. Es una escena bonita.

El otro, envalentonado, pilla un mini y se lo tumba, golpeándose el pecho al terminar como un gorila. Ya van dos a cero contra el destino hoy, pero el destino tiene una paciencia acojonante y sabe que al final acabará ganando siempre, la victoria es un asunto sobrevalorado y, sobre todo, temporal. Ese tipo grandote acabará derrotado tarde o temprano, y no en algo tan estúpido como una pelea de bar, sino en su propia puta vida. El tipo acabará muerto, tiempo al bendito tiempo, y mientras tanto sólo juega con la suerte y con lo que tiene. Hace lo que puede. No sé si se da cuenta de algo, pero ese es el signo de esta época y de todas, de las pasadas y si nadie lo remedia también de las que vendrán.

La tipa de ojos azules de un azul intenso está llorando lágrimas intensas de un azul desleído en medio de la iluminación de los carteles de neon de los garitos, con la cabeza del pingüino en su regazo. Me parece tan triste y tan bello que no puedo evitar acercarme y decirle que todo pasa, y que el tipo despertará con el orgullo magullado y alguna que otra hinchazón. Y que al fin y al cabo sólo debe preocuparle lo segundo porque el orgullo es una estupidez que alguien inventó como una tontuna y que de tanto crédito que le hemos dado se ha terminado convirtiendo en algo importante, pero eso no quiere decir que lo sea. La tipa no me escucha porque no hace más que mirar hacia él e intentar marcar al mismo tiempo algún número de teléfono que traiga aquí a alguien que pueda meter mano en esto, así que doy el esfuerzo civilizador por perdido y llamo desde mi móvil, tranquilizándola al mismo tiempo cogiéndola de la mano y mirando fijamente a los ojos azul lloroso que me reciben al otro lado del abismo. Bendito abismo. Estúpido abismo.

Doy algunos datos, el nombre del bar, tipo inconsciente y demás. Justo acabo de colgar cuando escucho a mis espaldas que alguien dice que nos vayamos al Charco y me parece bien, así que me despido de los ojos azul perdido con un beso en sus párpados, me levanto y grito.

“Esperadme, cabrones”. Me esperan.

Y todavía mientras me levanto y me giro para salir corriendo me pregunto qué habrá sido de ambos.

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