prólogo
No me cuentes jamás
que todo va bien,
ahora soy un animal
y aquí vengo a morir o matar.
Hace un tiempo quizá te podría creer,
pero remar por remar no te deja ver.
Me gustaría asentir,
decirte que sí,
que el mundo es bonito
y que está lleno de ositos.
Y qué bien.
Y el miedo en tus ojos, la frialdad de los míos,
el temblor de tus manos.
Prepárate bien,
puedes llorar, está permitido.
Y con restos de sangre y piel en mi cara pienso
que no está todo perdido,
que todo empieza ahora y todo acaba ahora,
todo está en su sitio.
Admiro el sacrificio, el valor del olvido,
mala suerte, amigo.
Si hay un sitio en el infierno en el que cuenten conmigo
iré convencido.
i. días de rosas y no sé qué
1.
Los dioses idiotas de amos idiotas
conspirando en sus sillones de diseño
mientras deciden dónde se vende y se compra
la mejor carne,
que al fin y al cabo es siempre la tuya o la mía.
La única diferencia es el precio.
Se reunen mirando al infinito mientras
roscan las tuercas que se clavan en tus
articulaciones, que tensan tus tendones
y activan tus músculos.
Se dedican a encontrar el punto débil,
el resorte perfecto, el boton preciso
que hará que te muevas en perfecto baile
como una marioneta desgastada
de un lado al otro bajo las cuerdas,
de un lado al otro bailando,
rellenando estantes en una mierda
de centro comercial,
o vigilando que nadie robe lo que
nadie puede pagar,
o echando gasolina del surtidor,
o un millón de mierdas distintas
sin derramar una sola lágrima.
Y lo encontrarán, de eso puedes estar seguro.
Puedes estar seguro de que lo han hecho ya.
2.
Nadie empieza naciendo hijo de puta,
eso creo. Creo que la estimulación
llega luego. El hijo de puta se hace.
Cuando nacemos somos todos unos blandos.
Después eres un hijo de puta con suerte
o un hijo de puta bien jodido, ese es el único destino
posible. No importa lo que te hayan dicho,
no somos libres,
no podemos serlo,
no vas a serlo nunca,
así que vete olvidando los cuentos
que te cuentas
en la cama
para poder conciliar el sueño.
Tampoco vas a lograrlo esta vez.
3.
Como una tontería agarras el litro
y lo vacías entre sus tetas,
colmando el canal hasta que rebosa
en una escena perfecta.
Al fin y al cabo qué más da cuando se levanta
y te cruza la cara y se pone a gritar.
Es como si le estuviera pasando a otro. Porque
de algún modo así es.
Qué coño más dará que se largue sin dejar
de gritar, levantando las risas y murmullos
de todo el garito. Qué coño más dará que no vuelvas
a verla nunca. Qué coño más dará que le
mires el culo mientras se larga y pienses
que no habría estado mal.
Te sientas en el pollete bañado en cerveza
y enciendes un cigarro hasta que alguien
te dice que ahí no se puede fumar,
y te quedas mirando a la derecha
como si estuviera hablando
de otro.
De algún modo así es.
Como no quieres que te toquen demasiado
los cojones tiras la colilla al suelo, la pisas y te largas
a mear.
A la izquierda de la puerta nada más entrar
al baño
hay un espejo
donde se refleja
tu cara.
No pareces un mal tipo, en todo caso.
Definitivamente no habría estado mal.
4.
Ha sido una noche larga sin un culo que apretar,
y te adocenas con los otros en la parada del autobús
intentando ahuyentar el frío de la mañana
que se introduce en las junturas y te hiela
el ombligo.
Es un ataque focalizado.
Un barrendero blindado de ropa
da paseitos de un lado para otro
con una pala que parece pesada de narices
y una escoba enorme que blande
como si fuera un palillo chino.
Es el Thor del siglo XXI, piensas.
Y te hace gracia.
Te ríes un rato antes de volver a sentir
la lengua gélida del aire rompiendo la piel
de tu cara y secándote la boca.
La cierras.
Jodido día para ser tú en esta etapa
de tu vida.
El Thor moderno y reflectante entra
en su valhalla
a por un café con leche,
y aparca
el carrito fuera con los cubos de basura,
así que no te queda más remedio que meterte
en uno de ellos y ponerte la tapa encima
para darle una sorpresa cuando salga.
Qué sería de la vida sin estupideces.
Posiblemente exactamente lo mismo.
Más o menos nada.
Qué sería del sol si no hubiera
un sistema planetario al que mantener
matándose. Supongo que lo mismo.
Creo que al sol le es indiferente tener público.
Dentro de los cubos el viento no existe,
lo que ya es un más que buen motivo.
Voy a esperar aquí un ratito.
Creo que voy a quedarme dormido.
5.
Con una hora de retraso he aparecido
por la puerta y ya está todo el mundo con lo suyo.
Abriendo cajas, rompiendo el plástico que retractila
los palés, dándole vida a los cúters.
Esta gente es inagotable.
Me para el supervisor y me dice que no va a soportar
más retrasos. Como cada día. Me mata
pensar que después de decírmelo se mete al baño
a llorar.
Como cada día.
Y me pongo a lo mío, aunque no me entero muy bien.
Hago bastante el tonto, cambio las cosas de sitio,
pongo una hilera de lo que corresponde y después
hasta el fondo de otra cosa.
Me importa una mierda.
Todo esto me importa una puta maldita mierda.
Yo no he nacido para esto, ni yo ni nadie.
Pero nadie parece comprenderlo.
Todo el mundo parece contento por tener un
trabajo que llevarse a la boca a fin de mes.
No tengo los datos, no tengo las fechas porque
soy un desastre,
pero realmente me pregunto si merecía la pena.
Si después de años de generaciones muriendo
hasta descubrir cómo hacer fuego, después
de otros hasta descubrir cómo llevarse una cabra
a casa o cómo plantar algo que crezca,
después de miles y millares de tipos no peores que yo
naciendo y muriendo intentando mejorar algo
por el camino,
después de tanto esfuerzo,
me pregunto si tiene sentido que ahora
nos dediquemos a rellenar estantes de suavizante.
Creo que siento que toda esa gente muerta me está
mirando directamente al cerebro. Y no parece
muy animada.
Parecen bastante encabronados, de hecho.
Me están mirando al cerebro y me están poniendo
bastante nervioso. No ha sido una buena noche,
no tengo cuerpo para esto. Así que empiezo a cambiar
las cosas de sitio, a rellenar lo que no debo donde
seguramente no debería.
Como diciendo: eh, tíos, a mí me importa una mierda esto.
Como diciendo: conmigo no va esto.
Como diciendo: no es algo que tenga sentido, ya lo sé.
Y es por eso.
Y eso.
A la hora del bocadillo ya tengo una sed infinita
que retumba en mi estómago como un millón de cañones
pidiendo guerra a gritos.
6.
Elena es una imbécil integral, pero está buena.
Eso no sería del todo malo si no fuera porque ella
es perfectamente consciente de ello. Y lo
utiliza.
De lo que no se da cuenta es de que ha aterrizado
en el tejado equivocado, de que aquí todo el mundo está
hasta la puta polla de ser utilizado cada minuto de
sus vidas de mierda, de ser dirigido, medido,
ensobrado, ensordecido y atontado cada puto minuto
de su maldita vida inútil de mierda.
Así que a la hora de follar prefieren a otras, más feas
pero menos trabajosas.
Y ella va de arriba abajo moviendo su culo como si fuera
un vagón de mercancías exóticas, moviéndolo pasillo arriba
y pasillo abajo lanzando el anzuelo como un pescador experto
que no se ha dado cuenta de que a su alrededor sólo hay arena,
algún cactus y kilos y kilos de resentimiento. Y pide un favor
y no hay respuesta, y sonríe y no le llega nada.
Pobre Elena, de verdad.
Yo le sigo un poco el juego, hasta donde me apetece. Por un poco
de lástima y, por qué no decirlo, por si va algún día y cuela.
Pero al final, si cuela, me pregunto qué.
Qué que yo ya no sepa.
No lo sé pero puedo ver su cuarto en un piso compartido
con perfectos desconocidos que ponen horarios de cocina,
puedo ver su cuarto con música de Depeche y las telas
con soles colgando de las paredes y sobre la cama,
y el cajón de la mesilla donde guarda los condones
y el cenicero cuando no lo usa.
Puedo ver su cuarto con las luces apagadas y las velas
encendidas donde gemimos y nos damos
cariño un rato mientras ambos estamos
metidos en lo nuestro, cada uno en lo suyo.
Ensimismados en lo nuestro y una caricia furtiva y
un “¿te hago daño así?” y quizá un “me gusta” o un “no pares”
nacido tonto nada más abandonar su boca o la mía.
Joder, podría dibujar su cuarto sin temor a equivocarme lo
más mínimo, con su armario repleto de ropa de saldo,
el espejo a la altura de su cara donde se asegura
de que todo es perfecto antes de abrir la puerta.
Podría hacerlo con los ojos cerrados.
Así que cuando la veo de arriba abajo intentando que
alguien le haga un poco de caso para ejercitar los trucos
de magia femenina aprendidos y ejercitados durante generaciones
me da un poco de pena, qué voy a decir.
Porque quizá si hubiera nacido en un campo un poco
mejor abonado sería la reina. La puta reina. Y el
mundo sería su voluntad a sus pies.
Pero no es el caso.
7.
Al salir todos estamos destrozados.
No me refiero a físicamente, y no sé a qué me refiero exactamente.
Sólo sé que al salir ninguno es nadie.
Todos hemos perdido algo. Las horas y algo más.
No sé cómo explicarlo.
Esperamos al autobús como ganado y nos vamos sentando cuando
llega o nos quedamos depié cuando se llena.
Y nos es indiferente.
Miro hacia el fondo y los cuerpos se dejan llevar por la inercia
en las curvas, agarrados a las barras del techo.
Cuencos.
Eso es lo que me viene a la cabeza.
Tipos arruinados. Completamente destruídos.
Eso es lo que me viene a la cabeza.
Ganado.
Ya no nos quedan ni siquiera las fuerzas suficientes
para odiar lo que somos o en lo que nos han convertido. Ni
siquiera nos preguntamos qué somos o en qué nos hemos
convertido.
Sólo nos dejamos llevar por las curvas hasta que
llegamos a nuestro destino.
En el mío me bajo. Pillo un chester en el estanco.
Lo necesito.
Unos litros en el chino.
Rezo por llegar a casa, y ayudo la fé caminando.
Saco las llaves, que pesadas tintinean cuando se caen al suelo.
Me agacho y creo que el estómago va a hacer una incursión fuera.
Mi cabeza se tambalea. Enferma.
No quiero pensar lo que estoy pensando, pero no puedo dejar de hacerlo.
Estoy temblando, ¿no lo ves? No puedes verlo.
A veces tengo la sensación de que nadie puede.
Un mundo lleno de bastardos y nadie puede acercarse
a mi cerebro. Es irónico y jodido.
Introduzco la llave en la cosa que abre la puerta y la giro, y entro.
Subo un par de pisos. Los litros pesan un huevo.
Entro. Tiro el abrigo al suelo, me lanzo corriendo al ordenador.
Acciono el botón. Abró el tapón del primer litro,
que chasca prometedor.
No es que vaya a ayudar demasiado, no soy tonto,
pero voto por desaparecer.
Trago.
Desaparezco un poquito.
ii. primeras impresiones de la tierra
1.
El tipo parece ser un gilipollas de los más jodidos,
de los que se piensan que aún pueden hacer algo por algo.
Me da miedo pensar que pueda ser incluso de
los que piensan que
están
haciendo algo.
Y me dice que acaba de firmar una hipoteca y tenemos que
celebrarlo. Yo siempre me apunto a eso.
Pero a cambio tengo que aguantar su discurso
de autoayuda para sí mismo.
Que si tendrá al menos un puto sitio donde caerse muerto.
Que la casa le encanta a Susana y que han decidido
tener un hijo.
Vaya cosa, como si no hubiera ya suficientes mierdas sudando
aquí dentro.
Cuando conocí a este tipo era un gran tipo. Era algo.
Era grande, definitivamente, dibujaba como dios.
Dibujaba maravillas, le decías “dibújame un coño”
y de repente te parecía estar besándolo.
“Dibújame”, y te entraban ganas de ostiar al folio
de lo mucho que se te parecía
y de lo ostiable que parecías en él.
Fumábamos porros en el parque y a veces había algún
litro de cerveza rulando y a todos se nos iba un poco la cabeza,
sobre todo porque en aquel tiempo
todos y cada uno de nosotros
parecía que podía ser cualquier cosa que quisiera.
Ahora nadie es nada.
Es un tipo que ha firmado una hipoteca y te cuenta
el rollo que necesita creer para no ponerse a llorar al instante.
Un sitio donde caerme muerto que me va a costar el resto
de mi vida pagar. Un crío con Susana que crecerá con quién sabe
quién
porque ella se largará en cuando se acabe
la emoción de la novedad
y todo vuelva a parecer la mierda que es.
Porque la vida es una mierda, pero a la gente le da por pensar
que eso puede cambiar si cambian algo gordo.
Y se divorcian, y se quieren, y follan, y se emborrachan,
y van juntos al banco y a la carnicería y a por estupideces al centro
comercial en el que yo repongo,
y se compran un coche y lo miran idiotizados y abren el maletero,
le dan pataditas a la rueda,
abren el capó y asienten como si entendieran algo de lo que hay debajo.
Comprán un sofá y se sientan en él y se sonríen,
como si hubieran descubierto la cura del cancer y ahora
pudieran sentirse realmente satisfechos un buen rato.
Y así y con todo eso van agotando las cuatro estupideces que
nos ponen delante hasta que no les queda nada
en lo que ampararse
y la manta desaparece
y ya no cubre el frío
el tremendo frío
de una vida
sin sentido.
Y entonces se divorcian, y lo pasan mal, y se odian y se echan de menos
y se hacen los dignos, y se cargan de razones estúpidas
para justificar realidades aún más estúpidas.
Y encuentran a otro o a otra con el que empezar de cero
y volver a repetir todo este giro imbécil, agotando las cuatro estupideces que
nos ponen delante hasta que, de nuevo, no les quede nada
en lo que ampararse,
y la vieja manta otra vez desaparece
y ya no cubre el frío,
el tremendo frío
de una vida
sin sentido.
Y entonces, pues eso. Se divorcian. Y lo pasan mal, y echan algún polvo perdido
por los viejos tiempos, y se hacen los dignos, y se cargan de razones estúpidas
para justificar una vida de mierda absolutamente vacía y estúpida.
Yo sé eso. Y eso no me hace mejor, ni más sabio.
Desde luego no me hace un ápice más feliz.
Me hace más lúcido, pero de qué cojones sirve eso
en estos días.
Así que no le digo nada. Ni lo de que va a estar pagando toda la vida
un lugar donde caerse muerto en vez
de uno donde estar realmente vivo,
ni lo del crío, ni lo de Susana. Ni lo del coche, ni lo del sofá.
Le pido que me dibuje un coño.
Y no me apetece hacer nada con él.
Así es.
2.
A Elena le ha dado por pasar por mi casa en estos días.
Lo noto porque de repente tengo una cosa que se llama
cubrecortinas.
Sobre el escurridor de la cocina tengo ahora algo así como
una plancha de goma donde los cacharros no se resbalan.
Han aparecido velas sobre mi mesilla de noche. Las mechas
negruzcas me dicen que han sido encendidas.
Hay dos cepillos de dientes en el baño. Y al menos uno se usa
regularmente.
Las almohadas del sofa están permanentemente ahuecadas.
No hay cercos de cerveza en la mesa del salón.
Sobrecogedor.
Le digo que esto tiene que terminar, que podemos seguir follando pero
que tiene que dejar de colocar cosas que no quiero
entre mis cosas, que tampoco quiero especialmente.
No parece entenderlo.
A veces la gente es realmente dura de mollera.
Despliega su conjunto de misiles tierra aire
heredados de su madre o yo qué sé de qué
sin entender
que soy inmune. Algo etereo o algo así.
No se puede golpear lo que no existe, y yo no existo.
Puede llevarme a la cama las veces que quiera, no tengo reparo alguno.
Pero no va a conseguir nada con eso. Nada más que lo obvio.
Intento explicarle que me hacía gracia que los vasos resbalaran
hasta la pilla para reventarse en mil trocitos contra el desagüe
del fregadero.
Que me gustaba cortarme los dedos sacando los pedazos.
Y fallo.
Promete retirar la goma. Pero no se da cuenta de que es sólo
un detalle.
Intento explicarle la sensación de solaz después al echarme
el líquido rojo que cura sobre las heridas.
El placer de notar cómo mi cuerpo cicatriza lentamente.
Y se escandaliza.
Quizá sea ese el camino.
Está llorando y yo no sé que hacer.
Está llorando lágrimas, no las vomita, no las golpea contra algo.
Las llora.
No sé qué hacer.
Si hubiera aparecido en medio de un campo mejor abonado…
pero aquí no tiene posibilidad alguna.
Me pregunta si la quiero. Yo no sé qué responder.
Quizá la verdad. No.
Quizá una mentira piadosa. Estoy demasiado preocupado por salir adelante.
Me pregunta qué tiene de malo lo que le ha hecho a las cortinas,
y tampoco sé qué responder.
Quizá la verdad. No lo sé.
Quizá una mentira piadosa. Cuido mi hábitat y me gusta como me gusta.
Quizá la verdad-verdad.
No me importa una mierda. Pero no quiero que pienses que estás dentro de mí
por sobrecargar de peso el soporte.
Y vuelve a llorar. No vomita, no golpea, no rabia, sólo llora.
Eso me descoloca.
Y pienso que quizá sea mejor tomar el camino largo. Comprar el coche y la casa
y tener al crío y rezar que todo pase rápido
hasta que se aburra y se largue.
3.
Probar tácticas, afinar procedimientos.
Matar un pollo en medio del campo, un pollo vivo.
Desangrarlo.
El bicho ha muerto, me pregunto qué hay de malo en eso.
Y qué hay de bueno, por supuesto.
En medio del campo para que nadie venga a joderme, claro.
No me siento bien ni mal.
Pero ese algo que ha dejado de ser y empieza a ser nada
al mismo tiempo ha dejado de ser la nada que era.
Para ser otra.
Es curioso.
Remar por remar.
La gente no hace más que remar por remar.
Seguir vivos sin saber por qué.
Sin saber si merece la pena.
Sin saber qué están haciendo con ello.
Remar por remar.
Ir tirando sin preguntarse qué cojones es lo que quieren hacer
con sus vidas.
Me pregunto si una vida que no se entiende
merece la pena ser vivida.
Y si no lo es… si merece la pena agotarla.
Acabar con tanta estupidez.
La lucidez es algo así como eso.
No da la felicidad. Ni la quita.
Porque no hay nada que hacer si no existes.
Si estás fuera de la rueda temporal.
Si has perdido las conexiones.
Si has visto que las conexiones están,
de hecho,
perdidas,
dentro o fuera,
transversalmente o como quieras.
No todo va bien.
Nada va bien. Hemos perdido el sentido.
No hay sentido alguno.
Estamos rellenando estantes de suavizante.
Precioso.
Tanto, tanto esfuerzo, tantas vidas buscando un sitio y un lugar.
Tanto. Tanto.
Tanto… para nada.
No.
No me cuentes jamás que todo va bien.
Es tarde para eso.
He estado ahí dentro.
Lo he visto todo.
He sido espectador de lo que realmente pasa.
No puedes contarme ahora de qué estamos hablando.
No puedes hacerlo.
No puedes ni intentarlo.
Adoraría estar en tu juego. Te comprendo.
Estuve donde estás.
Sé lo que estás viendo.
No pongo en duda que crees lo que ves, pero no ves lo que estás
viendo.
Espejos. Saber hasta dónde abarca el tuyo es el sentido.
Puedo jurarlo, amigo.
No puedo mostrártelo, ahí está el truco.
Sólo si has estado allí podremos hablar de ello,
de otro modo no es factible.
He traído una bolsa de plástico en la que meto los restos del pollo.
Me pareció conveniente.
Después me doy cuenta de que estoy en ninguna parte.
Vuelco la bolsa, y el cuerpo aún humeante golpea el suelo.
Hace plop.
Y eso es todo.