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el equipo actimel













Construir un relato coherente, es importante. Tuve un profesor de filosofía de la educación, cuando yo estudiaba pedagogía (¿Fernando Bárcena, se llamaba?), que además de contarnos lo bien que se lo pasaba con su novia cuando estudiaban juntos en ese mismo campus (la mejor época de la vida, decía, cuando esperas y te planteas y todo es promesa), nos decía que educar era conseguir que cada cual fuera capaz de contar su propia historia de forma coherente.

Perfecto, Fernando. ¿Pero qué hago si la historia no lo es, desde el principio?

Habíamos estado la noche anterior con Cisneros y Marisa, en una situación tragicómica en la que no me gustaría entrar, con amarillo mío y del clip incluido. Una buena noche para no recordar demasiado. Al día siguiente, cuando el equipo actimel (repleto de bacterias beneficiosas para el organismo) vino a buscarme para lo del Festimad, empezó todo.

Bueno, no, en realidad todo empezó la noche anterior, justo antes de la situación tragicómica. Tomábamos unas cervezas en el baibén y Rous me habló en serio de ir a festimad. Yo no tenía muchas ganas en principio, pero después de pensarlo un rato me dije a mí mismo que era un buen modo de hacer algo. Sí, recuerdo que empezó ahí, cuando me vi de nuevo en tienda de campaña y conociendo gente en una atmósfera de carnaval (cuando las máscaras desaparecen y somos más nosotros mismos o, de otro modo, cuando nos ponemos otra máscara más divertida, no lo tengo claro).

Estoy recordando y construyendo a la vez. Mal tema. Pero hoy sé más que ayer.

Nos montamos en el tren después de unas cervezas e hicimos el cabra un rato, pero nada comparado con lo que yo mismo llegaría a hacer, horas más tarde, cuando se me ocurrió un concepto innovador, los calienta-orejas, y ni corto ni perezoso me puse unos calcetines en los oídos al mismo tiempo que le decía a todo aquél que se proponía preguntar que era un concepto innovador, que lo vería diferente cuando lo vendieran en zara… al menos, los calcetines estaban limpios. Más tarde, cuando jugamos a los bolos y me puse los calcetines que compré allí mismo, estaban negros de cientos de sudoraciones residentes de forma indeleble en los zapatos alquilados. Pero eso es salirse completamente del tema (si lo hay).

El caso es que dejamos la furgo en la estación y nos montamos en el tren, con unos litros de mahou que compramos en opencor. También habíamos comprado vino y coca-cola, porque dentro del recinto no permiten entrar con nada de cristal. Hielo, también compramos hielo y llenamos una neverita con futuros calimotxos. Llegamos, eso es claro, y nos tomamos unas cervecitas en una cafetería. Después estuve buscando una guitarra en carrefour, pero allí no vendían. Me quedé sin guitarra de combate. No hizo falta. Por aquel entonces ya nos reíamos bastante. Mucho menos me reí cuando entré con el sudor de una noche eterna, el pantalón vomitado, un aliento endiablado y borracho en casa de mis padres para perdirles las llaves de mi casa. Joder. Qué mal asunto. Malo de verdad.

Luego llegué a casa y me metí en la ducha. Los cortes de los pies me dolían. También la sensación de vacío que llegó cuando todo terminó, y la fiesta (y la catarsis extinta del carnaval extinto) dejó paso a la conciencia de lo que realmente es, y muy a menudo. En la ducha, sintiéndome muy borracho, sin cartera, sin cámara, sin llaves, sin chirucas, desolado por ser tan torpe (o por estar tan borracho), feliz de un modo extraño, y mucho más infeliz que feliz, por supuesto. En la ducha, oliendo el lactovit, tan falso. Viendo el agua negra que caía de mi cuerpo y el desagüe mentiroso (el lugar donde echamos la mierda que nos pertenece, pero que no queremos, el lugar donde se va lejos, no nos importa dónde, sólo nos importa que exista de tal modo como si efectivamente no existiera, como si no hubiera existido nunca), sentado allí y esperando algo. No sé el qué. Intuyo que es algo así como una solución que venga de fuera, visto lo visto. No es que deje de currarme la solución (si es que efectivamente eso es lo que hago) sino que hay veces… bueno, veces en las que uno se derrumba y le gustaría pensar que algo puede venir de otra parte. Hay veces de esas, afortunadamente pasan, y afortunadamente no duran mucho, incluso cada vez mucho menos. Lo extremadamente enconado de vivir solo es que todo descansa sobre tus hombros, y el peso no compartido no te deja descanso, no puedes hacer que repose sobre el otro, al menos un rato.

Y desde luego no es un buen momento cuando vino mi madre y pude leer, sin ningún tipo de traductores, la preocupación en sus ojos. Preocupación intensa. Es evidente que en ese momento no te sientes muy confiado. No confías mucho en ti mismo. Pero ya te has sobrepuesto un rato, ya pasó la ducha y el desagüe se llevó lejos lo que sólo puede estar lejos, y sonríes por encima de tu afonía e intentas tranquilizar (y no sé si lo consigues). Después, en el trabajo, me volvió a sorprender la sensación de orden, la absoluta ubicación de todo. En el trabajo puedes sentirte confiado, te preocupas de otras cosas, haces algo bien, te sorprendes, te ríes, continúas.

Luego hacía buena noche. Pasé por casa de Rous a por la mochila, y me quedé hablando en un banco con Roy, filosofando. Todo empezó a parecer menos desazonador. La noche estaba bien, la conversación también y, al fin y al cabo, todo gira. ¿Bien, mal? ¿Qué más da? Gira.

2 comentarios

  1. teniamos q haber parado despues de los cincuenta primeros minis….joder….yo perdi la cartera creo…y estoy partido en 56 trozos….siento lo de haberte dejado en diversia.

  2. Eres un puto alcohólico. Y todavía intentarás disimular que tienes un problema con el rollo ese del kombate y tal. Yo estoy convencida y creo que después de esto igual tu padre sospecha algo.

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