Pero si no se asienta que la unidad y el ser son una sustancia, se sigue que no hay nada general, puesto que estos principios son lo más general que hay en el mundo, y si la unidad en sí y el ser en sí no son algo, con más fuerte razón no habrá ser alguno fuera de lo que se llama lo particular. Además, si la unidad no es una sustancia, es evidente que el número mismo no puede existir como una realidad separada de los seres: el número, en efecto, está compuesto de unidades, y la unidad es precisamente una determinada especie de unidad. Pero si no hay una unidad en sí y un ser en sí, es necesario que su sustancia sea la unidad y el ser, pues aparte no hay nada que pueda ser atribuido generalmente a todo lo que es o es uno, a excepción del ser y de la unidad mismos.
Aristóteles. Metafísica.
Verbigracia particular: negar el amor eterno, el amor por encima de cualquier situación particular, es negar el amor mismo.
Para poder hablar de amor es necesario ser capaz de definir el amor-en-sí, o el amor perfecto, y sin esta cuantificación (y perdón por lo obscuro), no es posible hablar de amor.
No es una definición cualitativa (aunque sí lo es en cada caso, en cada grado del mapa trazado), pero sí cuantitativa.
Si no tenemos un referente en lo mejor, y otro en lo peor… ¿cómo cuantificar lo ya de por sí incalificable?
Pero no se refería a eso el bueno de Aristóteles, hablaba más llano, mucho más llano. Si no podemos hablar del amor en sí no podemos hablar del amor en concreto, por un asunto de indefinición.
El amor en sí debe existir, porque aunque duela permite hablar del amor en particular. Al igual que el ser y la unidad (y sabemos de qué estoy hablando) el amor en sí es el referente del amor para sí, del amor por sí, del amor en suma.
Si no, y ya lo dijo él, no tiene sentido.