Es lo que tiene, lo reconozco. Uno se sienta delante del ordenador, medio deprimido y con una cerveza de más (o dos, o quizá un centenar de cervezas de más), y refleja una realidad que, aunque cierta, es decidida y estrictamente puntual. Después, al día siguiente, hoy, no quiero entrar en mi propia bitácora.
Se podría hacer un buen café con mis neuronas, creo, aunque 100% torrefacto, por supuesto.
Vergüenza propia, por supuesto. No me gusta mirar mis puntos negros. Bueno, sí me gusta, pero no siempre. No miraré los comentarios hasta el jueves, por lo menos. Como si me hubiera parido.
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Rebuscando en los cajones, con la falsa promesa de ordenarlos (siempre me distraigo) encontré mi viejo walkman, el pobre aiwa semidestrozado. Siempre hay una historia. Un verano dilapidé en cafés, tabaco y cervezas los pingües ingresos que el ramo hostelero me trocó por un arduo y nada estimulante trabajo trajinando con platos de un lado para otro, y con las últimas doce mil pesetas que quedaban en la cuenta decidí hacer un gesto satisfactorio: comprarme algo que perdurara. Algo que no fuera susceptible de ser ingerido.
Y hoy lo he reencontrado. ¿Y qué había dentro? Pues la grabación de una entrevista que una emisora local le hizo al «circo de pulgas». Estoy tramitando un hosting, y en cuanto lo tenga subiré la entrevista, en la que tocamos oscar (guitarra), fito (cajón flamenco) y yo (lo que pude) «piedras» y «cada amanecer», anunciábamos nuestro concierto en la Señá Gregoria el viernes siguiente. Faltaba Leticia (la Voz). Qué cálido puede llegar a ser el recuerdo, qué vivo puede llegar a estar el pasado y cuánto puede llegar a reconfortar al hambriento de cosas bellas.
Me repugno tan cursi, pero me siento así. Y más.
Ayer vino Ortondo, señor de las ondas, con su multipistas Korg, y grabamos cuatro temas en condiciones. Ya tengo el cd que ir dejando en los garitos, semillas de futuros conciertos. La calidad del resultado es más que aceptable. Ayer tenía la voz en perfectas condiciones para lo que yo pretendo, es decir, lo suficientemente cascada como para romper en dos las melodías y lo suficientemente no cascada como para llegar a cualquier tono necesario. La verdad es que cuando me escuché me gusté, me gusté mucho. Supongo que era más que esperable que el narcisismo con el que enmascaro mis traumas llegase por fin a mi voz.
Nano estuvo todo el día por aquí, tomando latas de cerveza, arreglandome las cortinas, grabando «me siento tan pequeño»… Cuando se fueron vino Koldo, y le preparé una cena a base de huevos, patatas, pimientos fritos en su punto justo, panceta bien tostada por fuera y sangrante por dentro y un filete de carne picada con la misma intención. Después pasaron por aquí Djana y su actual novio burgales, rodrigo, rous, miguelón… estuvimos un ratillo charlando y devorando cervezas y tocando (para no variar) hasta que les entraron las ganas de juerga.
Yo, la verdad, no tenía el cuerpo para garitos. Aprovechando que había limpiado el dormitorio y tenía un espacio libre increíble, estuve componiendo un rato, leyendo la doctora Cole y deprimiendo algo la bitácora, según creo recordar. Djana me dejó el Chester que ahora fumo. Thanks. Koldo pagó la cena. Thanks. Roy me dejó «el mundo» y, junto a Rosa y Miguelón, me hicieron sentir acompañado. Thanks.
La mañana me trajo el fin de la doctora cole (con pena, se le coje cariño a todo y el final es repulsivo a la par que soso), una comida espléndida con mis padres y una vuelta a casa prendado por el nuevo best-seller con el que distraer mi atención y, sobre todo, mis pensamientos apocalípticos. Después de lavar las jarapas (despegadas del suelo mediante una espátula, que tras el esfuerzo ha quedado inutilizable), encontré el walkman.
Y es que a veces el pasado, que no deja de ser parte mía, se me despega como si no hubiera sucedido nunca. No sé por qué esa cinta estaba en el walkman, sí sé que llevaba una eternidad, porque la banda magnética estaba pegada y, aunque las pilas eran nuevas, todo sonaba como una especie de hombre-lobo con una crisis de bronco-espasmo. No sé por qué a veces ciertos elementos se confabulan para retrotraerte a ese pasado que (al menos conscientemente) ha dejado de tener relación contigo. Y es como una ventana que se abre, y un caudal ingente de información sensorial recuperada entra en torrente en tu memoria.
Y esta bien que sea así. Muy bien.