Es entonces cuando uno se sumerje en la arriesgada espeología del fregadero, que es como la ideosincrasia de esta casa desde que vivo solo. Como un sistema inmunológico: está todo tan primorosamente encajado, además de lleno de grasa, aceite reseco, lavavajillas en fermentación y restos de comidas, que aquello parece un laboratorio de investigaciones científicas con sus cultivos biológicos y experimentos por el estilo.
Pieza a pieza, conforma un puzzle de vidrio y metal nada fácil de deshacer. Y cada vez me repito a mí mismo: «Mañana dejo limpio el fregadero». Qué va. Pueden transcurrir días. Muchos. Casi me da vergüenza decir cuántos. Eso forma parte de mi secreta y porcina vida mental.
Javier García Sánchez. Dios se ha ido.
Negrita mía.
Rodeado de montañas de platos sucios, de vasos sucios, de ropa sucia, de pelusas sucias, de bolígrafos sucios, de letras de canciones en folios repletos de café, cera, ceniza, leyendo las cartas de abelardo y eloisa, la cultura norteamericana contemporánea, de harris, un best-seller de alguien conocido, las flores del mal (a ratos), escribiendo un nuevo libro de poemas, ultimando un relato extraño, finalizando la canción número 24 en estos dos meses de uso y disfrute de mi guitarra (quise llamarla Cassandra, por el mito, pero no se deja).
Con la cara deformada por la imprevista visita de la muela del juicio superior izquierdo. Reventado de dolor (a ratos), algo de fiebre. Festival de todo este tiempo, recordatorio de la vida huída, decían. Decían que había cosas que hacer cuando las había, y tenían razón. No era muy difícil tenerla. En la nevera se pudrén irremediablemente unos tomates y una menestra cargada de buenas intenciones (pero de poco más), apestan, pero da miedo tocarlas para llevarlas hasta el cubo. Dentro de nada el queso fresco (¡ja!) formará parte del orfeón estúpido de la inoperancia total.
Podía ser escorbuto en vez de la muela del juicio. Siempre me pareció más romántico (y entiendo que el escorbuto es una putada, pero… ¿quién se libra de la impronta indeleble que dejaron en la mente adolescente las novelas de Salgari?). El escorbuto tiene mucha más fuerza, es menos burocrático, menos mediocre, menos mediano.
Y la opción siempre es limpiar. Pero uno se pregunta para qué.
No voy a currar hoy, el dolor duele. La hinchazón baja. Fuera hace aire. Dentro hace melancolía de carácter taciturno y una borrasca de añoranza. Al lado hay un anticiclón de vida nueva que se abre. A mi me coje la tormenta justo en medio.
Puta climatología.
Tengo el teléfono al lado. Pero me cuido muy mucho de hacer la llamada. Sé por qué, pero las razones a veces se diluyen y queda sólo el sentimiento, que aún queda. Calcetines amarillos en un velo de espuma. Los calcetines son suyos, la espuma es sólo mía.
Ni siquiera puedo cantar, la hinchazón no ha respetado la garganta.
Ayer metí la placa de fuegos (eléctrica) debajo del agua de la bañera. Para limpiarla.
Cuando la volví a enchufar a la red el efecto fue hipnótico. Bueno, sí, pero breve. Sólo el click del diferencial al saltar gimnásticamente hacia arriba. Desmonté la placa. Dentro una simplicidad absoluta, tres cables que se convierten en cinco. Dos a cada placa. Otro a la toma de tierra. En cada placa salen dos cables más a los pilotos de encendido. Nada más.
La típica táctica de la distracción. Estaba tan convencido de que el problema era el agua, que tardé en reparar en el cable semisuelto que hacía corto. Lo reparé, cerre el cacharro. Lo enchufé y saltaron los plomos de nuevo.
No sé por qué lo volví a enchufar. Y la segunda vez no saltó nada. Ecos de guerras menores, supongo. No se iba a rendir sin concesiones. Un desastre más que sumar al resto de la casa.
El viernes me quedé aquí metido. No salí. Tome la decisión de empezar una novela que empecé y me gustó. Conmigo mismo no se está mal. El problema es que a las doce comienza la angustia de salir, de darle sentido al día en la promesa de la aventura de los garitos. Darle sentido a la vida en la promesa del fin de semana. Darle sentido a la vida, de algún modo. Patético y confuso. La vida tiene que tener sentido en sí misma, sin necesidad de perder el control berreando, tocando culos, rompiendo sonrisas con los puños jodidos de rabia, sonrisas que dicen ser felices, y muchas veces dicen ser bellas, y eso crispa. NO soporto la belleza, tampoco la felicidad (eso sólo en la dinámica atroz del Kombate). En el Kombate la felicidad y la belleza son la cara obscura de la vida, son la mierda. Peor aún.
Son la mentira.
Acabo el café y abro una cerveza. No creo que vaya mal con la mezcolanza de leche, café, antinflamatorios e ibuprofeno. Le doy al play de nuevo a Sober. Me lio un cigarro.
El nirvana es un sueño en Kombate. Porque en Kombate, si quisiera perderme a mí mismo… ¿qué me queda? Fundirme con el todo… al principio pensé que era eso, que era eso lo que quería al kombatir. Perderme en el espíritu de la noche, no plantearme nada, dejarme llevar por los acontecimientos, notar la levedad de reposar en control de la propia vida en otra parte… (urrr, y esto último es una ostia en la mandíbula). Pero es falso. Sólo quiero buscar un escenario adecuado donde dar rienda suelta a lo que la educación del día a día no me permite. La bestia que está dentro espera. Sabe que tiene su sitio.
Y además es divertido. Todo el mundo parece divertirse. Hasta que me conocen más, entonces empiezan a preocuparse. Es ley de vida.
Una catarsis, esputo. Pero no es arbitraria, como en carnaval. Sé de que me quiero disfrazar, lo conozco plenamente.
Error. No es disfrazarse. Es saber lo que hay cuando te quitas el disfraz.
El sábado el carnicero, nano, miguelón y rebeca. Estuvimos grabando la grandiosa canción
«Y no sé, tengo miedo…
pero levanto las puertas de mi edredón,
susurro un beso en tu oído y arde el sol,
tu cabeza en mi almohada y el día comienza mejor
agradezco a la tierra y los vientos tu voz…»
Salí, pero no de kombate. Un tercio de mahou, un j.walker 7up, a casa. Leyendo hasta las tantas, llorando leyendo entre líneas las cartas de abelardo y eloísa. El domingo me levanté tranquilo, fui a ver a mis padres. Luego volví a las lecturas y al té, después té mahou.
Y no quería, juro que no quería, pero algo me arrastraba a las cartas irremisiblemente. Sé lo que hay ahí, no soy nuevo en esto, así que me vi algunas películas estúpidas (para verlas es cuestión de ahogar el sentido común, el buen gusto y la personalidad). Al final caí. Lloré como un imbécil otra vez con Abelardo. No encontraba el fin, así que me dormí sin motivos, sin grandes causas, sin sentido, en una atroz y desesperada vacuidad (odio el miguel pedante, prefiero el parte-cabezas).
La semana comenzó como todas. El lunes me levanté a la una. Hice café. Lo tomé. Me duché. Tuve un ensueño terrible, que no voy a escribir aquí. Curré. Vine a casa. Limpié, pero aunque le dediqué trescientas horas sólo conseguí generar un leve oasis de limpieza en un universo de mierda. Y la entropía funciona, y la teoría de los vasos comunicantes, y el oasis es mierda en cuestión de minutos (kippel, joder, puto kippel). El martes temprano, a las siete, y a leer. Luego a comprar la bazofia que como (cosas de la economía). Volví a limpiar, sin resultado aparente. Desde el sábado la muela amenazaba, me movió todos los dientes, todos, sin excepción, dolían. Otro de mis desastres es que aún conservo una pieza de metal de los tiempos del aparato, detrás de los incisivos inferiores. El dentista me dijo que en seis meses fuera a quitármela. Han pasado ocho años y aún no me decido. Le he cogido cariño, como a todas las huellas de las cosas en mi cuerpo. Pero ni eso detiene el avance cuando son las del juicio inferiores las que joden.
Hoy me levanté con la cara rara. Leí, compré aceite, vinagre y cerveza. Comprendí que así no podía ir a trabajar. Y encontré una utilidad grandiosa al día, épica como cualquier gesta pasada. Limpiar este antro, echar toda la mierda fuera, sin excepción, sin concesiones, empezar por el principio e ir paso a paso. Me disfrazaré de héroe y empezaré. Pisístrato, hijo de Hipias, erigió este recuerdo de su arcontado en el santuario de Apolo Pítico.