Intento ser apolítico, pero no lo soy. El huevo siempre me carga a la izquierda. He visto muchas cosas estos días que me indignan pero… no lo bastante, lo reconozco, porque si permitiera que realmente me indignasen me lanzaría contra un McDonald como Michael Douglas en un día de furia… y no es plan, que la cárcel probablemente no sea lo mío. He visto el tema de espacios publicitarios en la radio, por ejemplo, y cómo se decide. Mmm. Continuísmo. Le doy más al que tiene más y así me aseguro de que sigue teniendo más siempre. Igual que la pasta al final de las elecciones. Pasta por voto y pasta por concejal obtenido. Más y más al que más tiene. Perpetuar la desigualdad como forma de legitimarla.
Y sip, pasaron cosas en Sol y yo no estuve allí, pero es que no me daba la gana. A veces el apoyo moral es importante también. Y si no lo es yo sigo pensando que sí y punto. No sé si quizá porque me daba pereza el desorden. Quizá. Quizá me gustaría algo más meditado, algo más tranquilo, más en sus tiempos. Uno es de revoluciones, pero para mí sólo. Cuando hay más de uno metido en el ajo prefiero más el cambio continuo. Las revoluciones siempre terminan siendo un foco de cultivo de incomprensiones, palabras mal digeridas y confusiones lisérgicas.
La misma mierda. Gana el PP y eso me jode, aunque sólo un poquito más que si hubieran ganado los otros. Escuece por las raices, pero el PSOE no es izquierda. Ahora mismo, aunque me joda, el único sistema bien dibujado es el liberalismo económico, y es una absoluta basura. Esta mañana el presidente del Banco de España (no voy a decir su nombre aquí, porque no me apetece una mierda) decía que debíamos dejar que los empresarios ofreciesen los contratos que pensasen convenientes, y que después los trabajadores decidieran si los querían escoger o no.
La puta (con perdón) jugada perfecta: los bancos nos arruinan jugando en la bolsa con nuestros pedazos, y gracias a eso se abren las puertas para que los empresarios puedan ofrecer mierda (con perdón) por trabajo. Como el trabajador se empeña en comer, le tienen cogido por los huevos.
Y a eso el presidente del Banco de España lo llama libertad.
No saben a qué están jugando, ni que fuerzas están despertando.
A veces la educación es un privilegio del que tiene el poder.
Y a veces el que no lo tiene deja de ser educado, y se redistribuyen las fuerzas sobre el tablero después de un mal rato.