Lo complicado, siempre y en todo momento, es mantenerse vivo. Eso es lo que he sacado de la conversación con Buli y Mary Sister. Encontrar el modo de mantenerse vivo, de tener esa sensibilidad en la piel que te hace percibirlo todo constantemente y no dejar nada de lado.
Eso que te hace levantarte feliz por las mañanas: estar en ese estado.
Con los rescoldos de la última cerveza (dos dedos) y un cigarro que apareció por arte de magia y aún no me he atrevido a encender (si lo enciendo se acaba), me pregunto lo mismo de siempre, en dos formas:
1. ¿Qué desviación no he tomado, he dejado pasar? (esta es la más pesimista, no me gusta mucho).
2. ¿Qué desviación no estoy tomando? (la güena).
Vivir puede ser sencillo, no lo pongo en duda. Pero no es evidente. El camino a tomar no tiene neones anunciándolo. No. Cuesta verlo. Tienes que poder verlo. Y luego superar las mierdas con nombres de siempre: alquiler, ropa, luz, internet, comida… fantasmas. Cosas que te atan a un mundo de cosas que compraste libremente sólo para que terminaran atándote. En algún lugar está todo lo que quiero ser y de hecho soy, esperando. Esperando a ver la luz, o algo así. Sigue esperando. Todo el tiempo espera. Y mientras tanto yo hago otras cosas.
La vida es un mito, la felicidad una antesala, el vivir un hecho.
Mi propósito es reunirlo todo y darle forma, si puedo, para ver qué pasa. Dónde me coloca todo, a qué realidad alude, llama.
Mientras tanto, espera.
Sigue esperando.
Y yo me enciendo el cigarro, me acabo la cerveza. Y me quedo a solas con la noche que empieza.
Al menos, me susurro, todo lo que soy sigue en estado de espera. No se ha ido. Tiene paciencia.