Bueno, no sé qué decir, excepto que los últimos títulos de los post de la bitácora me parecen deprimentes. Supongo que hoy me he levantado con buen pie y tal. Paso de intentar comprenderme. Hace mucho sol, y aunque aún no he salido de casa supongo que estimula. Como no saque pelas de alguna parte voy a terminar en una relación enfermiza con esta casa. No se está mal leyendo, tomando café y recibiendo a amigos que traen conversaciones increíbles y momentos geniales. A veces me pregunto para qué forzar conocer a gente cuando te queda tanto por saber de los que te rodean, y más cuando son muchos. Para qué forzar nada, en realidad.
Anoche vinieron Oscar, Diana, David, Laura y Rosa. Conversaciones. Tuve una primero con Oscar, que vino antes. Joder, una perla de momento. Luego con todos. Al final se fueron y se quedó Rosa. Otra perla de conversación. Antes de hablar de ellas tendré que metabolizarlas. Luego me dormí como un angelito, completamente pleno y medio borracho de vino y cerveza y palabras y mentes.
En líneas generales (y he aguantado varios días, menudo record) la conversación del miércoles con lele… Bueno, no, así no. Desde el principio. Sé que nadie me va a creer, excepto los que me rodean directamente, porque es como un juego loco o algo así, algo igual de sinsentido como eso. Una situación en la que estoy atrapado de forma genial y estúpida al mismo tiempo, no sé si me explico.
El miércoles lele vino a recogerme al salir del curro. Habíamos quedado el día anterior en una conversación a las dos y media de la mañana. Insistió en quedar y me desmontó, y quedé. Me monté en la Cefe (la kangoo) y todo fue mal desde el principio. Me puse muy nervioso. No soy de ese tipo de gente que se pueda guardar las cosas dentro. Trescientos metros después tuve que pedirle a lele que parase en cualquier parte para fumarme un cigarro. Paró. Me lie el cigarro. Le di un fortuna que había comprado porque yo qué sé. Yo estaba apoyado en el capó del coche, lele en la acera. Se acercó a darme un abrazo pero no pude. Después sí pude, a medio cigarro. Pero no mucho tiempo.
Fuimos a cenar al falafel, pizza margarita y coca-cola por su parte y kebbab casero y jarita medio litro cerveza por la mía. Lore se vino abajo un par de veces, nada serio. Pero me desmontó terriblemente. Yo esperaba encontrarme a una mujer entera y de vuelta ya de todo. No me esperaba eso. Mi yo irónico despertó del letargo y me llamó gilipollas. Mi yo sensiblero ya estaba escribiendo poemas en ese mismo momento. El yo de siemrpe estaba confuso, muy confuso.
Después fuimos a casa. Idea de Lore. Bajón total. No debe ser nada fácil. La conversación se puede resumir (nunca se puede resumir, pero no tengo ganas de extenderme en detalles) en que me quiere un huevo, se siente muy sola, envidia mi vida llena de momentos y gente (alguna vez fue la suya), y lo está pasando terriblemente mal, aunque según parece más entre semana. El fin de semana ve a gente. Bueno. Algunas cosas hirientes: cuando sale todo le parece vacío. Me echó mucho de menos en Barcelona. La decisión se difumina (pero aún así queda la convicción).
Yo estaba ahí sentado, frente a ella. Escuchando eso mientras mi yo irónico hacía estupideces. El yo sensiblero tenía un filón completo de inspiración y no terminaba de creérselo. Yo no entendía nada. No comprendía nada. No sabía qué hacía allí en medio. El nivel de sinceridad, al mismo tiempo, convertía el momento en único, en bruto en el sentido de los sentimientos. Si somos normales, joder, yo no soy el más indicado para escuchar eso, Lorelay. Pero nunca hemos sido muy normales. No me arrepiento. Hay que pagar un precio por eso, pero merece la pena.
Joder, me estaba haciendo daño. Un daño profundo. Me estaba jodiendo vivo con todo el amor y la sinceridad del mundo. No podemos volver por tres cosas, básicamente, según se desprendía de su diálogo, a: porque hay cosas de mí que volvería a odiar a los tres meses de convivencia, b: por la misma convicción y c: porque tiene un problema consigo misma, no sabe quién es, y hasta que no se encuentre no puede hacer nada.
Entiendo perfectamente el peso que tienen esos pensamientos en ella, y lo que le joden, y me siento mal por ella. Al mismo tiempo que todo me parece una gilipollez inmensa. Porque a: si después de cuatro meses casi sin vernos seguimos haciendo el imbécil, cualquier cosa circunstancial es netamente modificable, b: no es ya ni siquiera una decisión racional por encima de los sentimientos, sino una convicción-poso de una vieja decisión y c: encontrarse a sí mismo es algo así como «calidad de vida», una soplapollez, vives y te construyes en cualquier situación, o eso es esquemáticamente lo que creo.
«Me pregunto cada día por qué no podemos volver». Se me quedó grabado.
Nos tumbamos en el sofá y nos abrazamos mientras hablábamos. Reíamos, reíamos mucho. Recuerdo sobre todo la alegría, la sensación increíble de estar bien que tengo cuando estoy con ella. Estoy… apaciguado, fuera torturas, fuera autodestrucción, fuera mierdas. Después abrí el sofa cama y allí nos dormimos, abrazados como siempre, frotando los pies unos contra otros, ella aferrando mi mano en su seno.
Sonó el despertador, hice café. Se lavó la cara. Tomamos el café. Cogió algunas cosas. Se fue. Me dormí. Vino Cisneros un rato más tarde a tomar café. Se lo conté y me llamó imbécil.
Lo sé, Cisneros, lo sé.
Conclusión: lo estamos pasando muy mal pero es necesario por algo no muy bien especificado. Lo respeto, lo juro (opiniones aparte). Aun jodida sigue firme como una roca. Aunque dude tiene unas riendas muy bien puestas, ninguna tristeza ni añoranza o ni siquiera el mismo amor va a hacer que cambie de rumbo. Esto es todo lo contable. Está confusa, y no me refiero exclusivamente a mí. No tuvo adolescencia (eso lo pienso yo) fue muy madura muy pronto por determinadas circunstancias. Ahora es cuando ha sentido la náusea existencialista. Se defiende como puede. Y tiene un par de huevos, sinceramente. El sábado mensajes. Pero todo volvió a lo de siempre. No puede ayudarme.
Yo me río. Esto es grande, y como todo lo grande es trágico, terriblemente trágico, y al mismo tiempo hilarante. Me río porque me parece una inmensa locura. Y seguramente lo sea. Me río porque no tengo otra cosa. Me río porque es lo que queda antes de la vesanía completa. No sabes cómo lo siento, niña, no entiendes cómo estoy sintiendo esto, de qué modo. No es una queja, lo juro. Es sólo una afirmación. Cuando la vida parece que se estanca, algo pasa, con suerte algo pasa. Y ese algo le devuelve la intensidad a las cosas. Tampoco estoy agradeciendo nada. Lo juro.
Y lucho con un tremendo complejo de inferioridad a partes iguales con una gran culpa y una monstruosa sensación de haber dejado pasar lo que amaba. Pero, te repito la pregunta (aunque tú no lees esto), ¿podía haber hecho algo? Creo que no. Que todo estaba en el viento, en otros. Me hubiera pasado la vida cambiando de personalidad según las distintas percepciones de dónde estaba el error. Eso no es nada bueno. Independientemente de mí, creo que necesitabas esto, o que piensas que necesitas esto. Me parece perfecto.
Así pues retomé mi vida como pude con un nuevo cuerpo de conocimientos especialmente molesto. Porque si todo es así, si todo es efectivamente como dices… ¿por qué no hacemos nada? Soy un copiloto en esto, un copiloto ciego mudo sordo manco inválido en el asiento de la derecha. Me dedico a lo mío. A conocer, a intentar comprender a la gente. A tomar vino y fumar cigarros de liar en largas conversaciones. Y a estar mucho conmigo mismo, a ver qué sale. A leer. A estudiar. A pensar lo justo pa ir tirando y sentir lo suficiente como para darme cuenta de la perlita que supone cada día.
Ayer dije algo de sopetón que creo que es cierto. Aunque no lo sé seguro. Dije que yo ya había vivido todo lo que quería mi yo de 16 años. Que estaba en tiempo de descuento. Eso no es triste, es profundamente liberador. Ya he cumplido lo que quiso el de 16, ahora me puedo dedicar a cumplir lo mío, lo del de 28.
Y sé perfectamente que estos momentos con Lele pueden matarme. Pero ¿cómo acabar con algo tan vivo?