Sin comentarios. Tampoco collejas, ¿vale?
Sales a la calle a buscarte la vidilla, a ver qué es lo que se pilla de algún transeunte amable. Duermes, pasas los acontecimientos como tiras las hojas de los meses en un calendario y…
Pero -de sobra lo sabemos-
sólo una vez se ama en la vida.
Volver a amar, es evocar
el amor que colmó la dicha.
Es, sin querer, hacer sufrir.
Sentir la rueda detenida.
Que si el espejo sufre, es porque
la vieja imagen está viva.
En el principio era el amor.
Haces lo que debes según el momento. Intentas controlar, meterte en cintura, pero no puedes, intentas que todo siga el camino normal, intentas ser feliz, intentas no deambular (pero deambulando puede ser, es posible que, es quizá el caldo de cultivo que posibilite saber por dónde andas, algún día…) y compartes los escenarios que compartiste. Te hace falta calor, porque aunque seas un bicho tienes al menos un diez por ciento de humano o algúna subespecie parecida. No sabes dónde puedes perderte ahora. Cierras los ojos. No estás solo. No sólo tu opinión cuenta, así que cierras los ojos. Notas la corriente que te rodea. Te metes en ella. No sabes dónde acabarás ahora. Ni casi nunca.
Estás dentro. No quieres abrir los ojos, porque sabes que no van a ser de mucha ayuda.