Estábamos todos en aquella cafetería,
mientras tú y yo hablábamos. Tú,
quizá herida,
repetías las mismas letanías con las cuentas del
servilletero:
– Poco para tanto, poco para tanto…
Tú quizá herida, como si yo hubiera podido
prometerte algo o tú hubieras podido
hacerme caso alguna vez. Alrededor todo lo demás,
testigos mudos que miran con los ojos abiertos
y la boca cerrada. Testigos mudos que
olvidaron hablar cuando podían y ahora
se golpean la cabeza contra las paredes por idiotas.
– Poco para…
Por idiotas. Me hubieran venido bien si
hubieran querido hablar cuando podían.
Ahora se limitan a mirar, con las bocas grapadas.
Ahora se limitan a dar asco.
Ahora se limitan a estar en medio.
Qué complicado es dar el paso con todo delante.
Qué complicado es pasar con todo delante.
– No jodas, niña, es tanto para nada.