Una conversación con Fonso en el foro (la primera del nuevo foro, jeje). ¿A qué estamos jugando? No tengo ni idea. No sé si es huir, o pirarse, o hacer de tu desilusión un decidómetro que apunte siempre hacia delante, hacia delante siempre aunque no tengas claro qué estás haciendo.
Me voy a comprar tabaco, a hacer café y vuelvo.
Tomas aire, todo está bien, vas llenando de cosas los tiempos, cosas que escancian en compases métricos. A veces pierdes el control, buscas un agujero donde cobijarte y, con suerte, lo encuentras y te quedas en él, calentito y seco, hasta el rocío de la mañana, que vuelve a empaparte de nuevo (el agujero es calentito y seco, siempre mintiendo porque nunca con ellas, siempre con ella). El final de la partida es simpre el principio.
Y te comentan que te equivocas. Que no merece la pena, que olvides. Tú estás luchando por lo que amas y te ríes. Es como si te dicen que dejes de respirar, no hay forma humana de hacerlo sin palmarla.
Has conocido a cuatro o cinco borrachos viejos en estos días, y ellos (lo juro) tienen más poesía en las puntas de sus bigotes amarillos que tú en todo tu cuerpo. Toman vinos ácidos y no lamentan su derrota, más bien lamentan haber perdido. No es lo mismo. Te vas, porque sabes que ellos están detenidos y tú no quieres estar ahí, prefieres llevarte todo tu infierno a donde quiera que éste se realice y conoces borrachos jóvenes, que tienen menos poesía en todo el cuerpo que tú en la punta del bigote y… es otro día y vas a pagar la luz al cajero automático. Entonces es cuando te entra de nuevo de nuevo te entra una terrible discordancia cognitiva y de repente estás perdido, no sabes dónde estás ni que carajos estás haciendo y aprietas botones, despacio, demasiado despacio, el cajero automático protesta (¿le estoy haciendo daño?), un mensaje en su pantalla te dice que tienes que ir más rápido. Puedes hacerlo. Lo haces. Llegará un momento en el que no puedas. Entonces estarás muerto, desconectado del todo, perdido en la marabunta peligrosa de tus propios días. Te pide confirmarlo todo y tú confías en él, así que ni miras y él te da un ticket. Lo guardas junto con la factura en un bolsillo indeterminado del abrigo. Piensas en «la náusea» un segundo, y te dan náuseas.
Vuelves a la madriguera de chaval joven jasp que estudia, trabaja y vive solo. Allí te espera un escritorio limpio que no reconoces como propio, un café y un cigarro. Una ducha después, ropa limpia. Un bono-bus que te da permiso para estar en el autobús. Un segundo, unos pasos y tu puesto de trabajo te recoge como una extensión de tu propia madriguera en otra parte. Vas comprendiendo y sonríes, porque no te queda otra. Has comprendido lo inevitable, lo ineluctable sobre todo. Sabes que esto va a reventar, lo sabes, y esperas. Reventarás o te perderas en tus propios días. En cualquiera de los dos casos dará igual. Te gustaría tener alguna puerta abierta, para poder luchar. Pero la única que dejó abierta es el olvido, así que todo son borrachos viejos a tu alrededor, que son como tú, de momento. Porque tú no puedes olvidar (como no puedes dejar de respirar). Porque de momento estás ahí, sabiendo. Comprendiendo. Más tarde llegará quizá la percepción del error para todos. Pero entonces ya será tarde. Tarde para todos. O quizá no llegue nunca, es igual.
Borrachos viejos que tienen más poesía en las puntas de sus bigotes amarillos que tú en todo tu cuerpo.