«Yo me siento incómodo escuchando a Beethoven. Creo que es demasiado personal, casi desnudo. Prefiero que me den a Bach, y luego más Bach.»
Albert Einstein, recogido de Einstein, su vida y su universo, de Walter Isaacson.
Como una cuchilla roma.
La vida tiene a veces ese gusto, ese sabor.
El tipo dijo que no podía soportar más ostias y la muchedumbre paró. Un poco de respeto, supongo. La realidad tiene dientes, y habitualmente los usa. Para morder.
Desgarra. Desgaja. Disyunta. Amartilla sus mandíbulas y lanza el movimiento. Hace tiempo que estoy muerto, pero a veces me siento vivo. Habitualmente me siento muy vivo, aunque con una vida prestada, entendiendo que lo que está no es sinónimo de lo que es.
El tipo pidió clemencia, y la muchedumbre paró. No le querían más que antes, estaban simplemente embargados por la pena.
La vida tiene a veces ese gusto, ese sabor.
Como a óxido. A sangre fresca en la boca.
Como a dolor que se expande entre unos y otros en las barbas que se pelan y avisan. Ese tipo de irrealidad.
Esa especie de tipo irreal que entiende las cosas y sólo pide ocultarse.
Desaparecer un rato.
Que siente el sabor a óxido en la boca y pide un tiempo muerto. Pide matar un tiempo. Que desaparezca. Ese tipo hace tiempo que está muerto. No nota el sabor a sangre en la boca, porque está muerto. Siente el sabor a herrumbre.
Ese tipo de sabor.
El tipo, en un tiempo muerto, recoge el ojo derecho con la mano izquierda mientras mira la escena con su ojo izquierdo ayudándose con la mano derecha. El tiempo hace clic, clac. El tiempo es un hijodeputa en los tiempos muertos. El tiempo es maestro de ceremonias en los tiempos muertos. No debería estar ahí. Pero lo hace.
Siente suma y sigue. Todos van cayendo. Cada cual a su modo. Un colega, dos, tres. Y los demás. El tipo está solo. Siempre ha estado solo.
Pero nunca contando víctimas. Eso es nuevo. Las víctimas se cuentan solas.
Y lo hacen en silencio.
Cuando empiezas a contar, te has convertido en un superviviente.
Recoge el ojo, clic, clac. Hay un círculo nervioso a su alrededor.
En un último gesto de orgullo se come el ojo y dice «ahora».
Y la multitud se cierra.