A Lorelay, por y para ella surgió después de un tornado.
Este es un cuento para gente jovial, con ganas de vivir. Pero no es sólo eso, porque es un cuento de niños, y los niños son siempre mucho más complicados que los adultos, sobre todo porque los adultos no existen. Es un cuento amarillo, sí, creo que es un cuento amarillo y azul.
Un niño y una niña juegan en la playa, bailan al sol en la arena. Tienen una mochila, abandonada de cualquier modo, en medio de la inmensidad de partículas doradas y cristalinas sin fin aparente. Dentro de la mochila tienen un par de bocadillos de jamón, unas latas congeladas de coca-cola, un par de servilletas y un mazo de cartas. De ahí cogieron el juego de palas de plástico con el que ahora juegan, un juego mezclado de dos anteriores, uno amarillo y el otro azul.
Construyen castillos en la orilla, con la tierra húmeda y salina. Levantan tímidas murallas, solemnes torres con el cubo. Se sienten felices viendo el conjunto. Ella levanta una puerta, y él no quiere ahí una puerta, pero mirando la dulce expresión de felicidad que le adorna el rostro es feliz, con ella y con la puerta, y con el castillo y con el día de sol y la playa. Él quiere soldados alrededor de la puerta, y ella no quiere ningún soldado, pero viendo la dulce expresión de felicidad que le adorna el rostro es feliz, con él y con la puerta, y con el castillo y con el día de sol y la playa.
Y siempre, tarde o temprano, una ola indiferente arrasa el castillo, y la muralla y la torre y la puerta y los soldados, y los dos se quedan mirando la tierra húmeda, los informes bultos que la ola rabiosa ha dejado en vez de lo que ellos lograron hacer.
Y están desolados, no se atreven ni a mirarse. El castillo derruido les mira y les penetra llenándoles de una triste sensación de desamparo, de miedo, de cruel nada. El mar se llevó lo que juntos construyeron, el mar se llevo la dulce expresión y la felicidad. No puedo olvidar que son niños, y los niños siempre son mucho más complicados que los adultos, sobre todo porque los adultos no existen.
Pero él tiende su mano, coge el cubo, y levanta una nueva torre, un poco más tímida, menos segura de sí misma, pero lo suficientemente firme como para retar al mar y a la ley de la gravedad, que también anda metiendo baza en todo esto. Y ella sonríe, y le tiende un tierno beso en la mejilla, y coge el rastrillo y hace los sembrados de los campesinos, y un camino, y una fuente y un prado e incluso un molino. Él la mira, le devuelve el beso, aún más tierno si cabe, y refuerza las murallas, y levanta un palacio, y aumenta los sembrados, los caminos, las fuentes, los prados y los molinos.
Y una nueva ola llega, y arrasa cada cosa y la convierte de nuevo en arena, en arena húmeda y salina sin forma, sin las formas que ellos añadieron a la playa. Y de nuevo no pueden mirarse, están desolados, se llenan de miedo y de desamparo sin castillo. Estas cosas se complican mucho en el caso de los niños, porque los niños andan otros mundos que los adultos olvidaron, mundos en los que uno no sabe muy bien quién es con seguridad y se siente un tanto desenfocado. Para ellos la caída del castillo es algo mucho más importante que la simple caída, y las murallas rotas no son simplemente arena que vuelve a ser arena. No se atreven a mirarse porque temen de pronto que su esfuerzo sea inútil, y tienen miedo sólo un segundo a que jamás puedan construir un castillo con la suficiente fuerza como para vencer a las olas.
Pero ella tiende su mano, coge el cubo, y levanta una nueva torre, un poco más tímida aún, menos segura de sí misma, pero lo suficientemente firme. Y él sonríe, y le tiende un tierno beso en la mejilla, y coge el rastrillo y hace los sembrados de los campesinos, y un camino, y una fuente y un prado e incluso un molino. Ella le mira, le devuelve el beso, aún más tierno si cabe, y refuerza las murallas, y levanta un palacio, y aumenta los sembrados, los caminos, las fuentes, los prados y los molinos.
Y el mar sigue empeñado en llevarse todos y cada uno de los castillos, y ellos siguen desolados. Pero esto entre niños es mucho más complicado, sobre todo porque los adultos no entienden la utilidad de levantar un castillo que se va a llevar el mar. Pero ellos son felices construyendo, y no entienden más utilidad que esa, no quieren hacer otra cosa más que seguir empeñados en la arena, y la pala, y el cubo, y los campesinos y los soldados y los sembrados. Y son niños y eso se ve en que piensan que cada castillo es el definitivo, que no habrá ola que lo derrumbe. Cada ilusión que muere con la ola renace con el beso y con las bellas expresiones en el rostro de ambos, cada alegría que arrastra la resaca de la ola aparece de nuevo en los ojos de él, en los ojos de ella. Porque son felices, y están vivos, y están jugando en la playa con el rastrillo y el cedazo, y hace sol, y tienen bocadillos en la mochila, y latas congeladas de coca-cola. Porque claro, es complicado, los niños son siempre más complicados que los adultos, particularmente y sobre todo porque los adultos no existen. Pero eso a ellos no les importa, sólo juegan con la arena, porque no quieren hacer otra cosa, no hay nada más importante en este momento que levantar juntos ese castillo fuerte que no será arrastrado por el mar. Estamos hablando de niños, no lo olvido, y me pregunto casi todo el tiempo si no serán capaces de conseguirlo.