Encontrado el etiquetado de todo lo existente en cajas de cartón debajo de mi cama. Fue difícil estar presente, no lo niego, pero también tuvo su intrincado diseño: se mostró: yo estuve en medio: no es complicado adivinar que yo estuve todo el tiempo: no me disgustó del todo.
Rivera era el tipo que me enseñó sus poemas en su despacho de la facultad (puntuaba siempre y sólo con los dos puntos). Le atropellaron mientras volvía a casa en bici, y cometieron la estúpida desfachatez de matarle. Un tipo raro, llevaba más de veinte años terminando su tesis doctoral. No, no estaba aún doctorado. Sus alumnas, solícitas en tiempos de crisis, se quedaron con todos sus gatos. Al menos durante un tiempo. Mientras duró todo aquel duelo. Después no tengo ni idea de lo que fue de los gatos. Nadie dijo nada. Nadie preguntó nada. Todo había pasado. Había escampado.
Estoy empaquetando mi vida en bolsas de plástico del supermercado para tirarlas después en el contenedor. En mi casa todo sucede en dos niveles. En uno está el día a día, las cosas que suceden. En otro está todo lo que ha sucedido, que va acumulando polvo bajo mi cama o en cajas que apilo en cualquier parte. Es curioso, porque cuando lo saco, independientemente de las veces que haya hecho limpieza y haya tirado más de la mitad, siempre ocupan todo el espacio.
Siempre exceden el espacio disponible. Como si todo lo que fue se resistiera a dejar de estar.
Curioso.
He tirado ya más de quince bolsas de plástico: con poemas: con fotos: con cuadros: con relatos: con tus cartas: con las cartas que nunca te envié.
Curioso.
Alguna vez un alma encontró aquella que la completaba. Pero eso no fue cerca de mi casa.
No es tontería hacer limpieza. Lo que me sorprende, y al mismo tiempo no lo hace en absoluto, es que pese a las limpiezas en su contra sigo tirando más cosas de L que de N.
Curioso.
PS: Me doy cuenta de que este blog acaba de cumplir seis años. Cuando me acuerde otra vez ya le regalaré algo.