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no: no dormir

El tipo se dobló con un “bluf” agudo de gaita aplastada por un gato en celo. Era mi puño el que estaba pegado a su ombligo, rígido como una tabla, sin que consiguiera explicármelo del todo. Sus ojos lagrimeaban mientras se replegaba sobre sí mismo. “Volviendo a la posición fetal. Cuando las cosas se tuercen volvemos al principio, supongo, a donde todo empezó y no había nada que pudiera herirnos”. El culo que yo había estado tocando en las últimas dos semanas era el de su hermana, y no le sentó nada bien. Por las mismas memeces de siempre, cómo no. Si ni a mí ni a su hermana le parecía mal el que mi mano estuviera en su culo, no entendía qué tenía que añadir el hermano, excepto por esa costra rocosa que forman a nuestro alrededor las pamemas que nos van diciendo. Esa costra deformada y agrietada que se nos impone todo el tiempo desde que nacemos, repitiéndose y repitiéndose hasta que el momento cambia y somos nosotros quienes se la repetimos a otros.

No tenemos ni puñetera idea de lo que hacemos, nos limitamos a movernos como marionetas bien entrenadas. Los hilos no son perceptibles a simple vista, pero están. Me había invitado a tomar un café, y yo pensé que una charlita no vendría mal. Pero enseguida empezaron los hilos a retorcerle el cuello, impeliéndole a actuar. Y de repente mi puño orlaba su ombligo, rígido como una tabla, mientras una gaita aplastada por un gato tañía. El costrón asqueroso le había llevado a insultar a su hermana. La posesión que conlleva el sexo se extiende en oleadas, y nadie se libra de la onda expansiva, de uno u otro modo. Cuando doblé la esquina seguía arrodillado en el suelo.

Me encontró un par de horas después, mientras intentaba digerir una cerveza hablando con el camarero del precio de las cosas. Tenía los ojos inyectados en sangre y una rabia contenida que no le permitía pensar, así que le dejé hacer, un rato, mientras torpemente me golpeaba el pecho, con ganas pero sin idea. Después le invité a una cerveza. Le dije que no haría nada que su hermana no quisiera hacer, por principio propio irrebasable, pero que eso era todo lo que podía decir. Todo dependía de sus ganas… y de las mías. Intenté hacerle entender que el tema de los cuerpos pertenece exclusivamente a sus propietarios, y que no podría respetar mejor a su hermana que dejándola vivir como ella quisiera vivir. Él me habló de no sé que cosas de la juventud y de su falta de tino y criterio, cuando no pasaba a duras penas de los dieciocho años. Le pregunté si él sabía mejor lo que le convenía que ella misma. Me dijo que sí. Seguí con un trabajo de verdadero fajador, de guerra de resistencia activa, durante horas. Cuando nos despedimos ni siquiera había conseguido arañar el sucio costrón que le colgaba por todas partes, convirtiéndole en un completo imbécil.

Recuerdo que después, en casa, no podía dormir. Daba vueltas sin parar, en círculo. No conseguía comprender la derrota. Las palabras eran claras, las ideas debajo de ellas también. Pero no había conseguido doblegar al doblegado. Es difícil comprender la derrota, mucho más que acostumbrarse a ella.

3 comentarios

  1. Sí, sí …aún lo recuerdo. Joder, me siento como un viejete en la red, si, de esos cuyos recuerdos ya no existen, me refiero a las páginas que habitualmente visitaba hace cuatro años, algunas permanecen congeladas en alguna caché abandonada.

    Recuerdo que empecé un diario idiota para contar lo que no sucedía ahí fuera pero que sí se guisaba en mi olla.

    Por aquí todo bien, hay mucha niebla ahí afuera y no es mi cigarrillo.

    Por cierto he dejado de dejar de fumar hace un mes. He estado durante dos meses sin fumando…Me leí el libro aquel de allen «es fácil dejar de fumar si sabes como» . Todo bien hasta que uno en el curro me dijo que el tipo que escribió el libro murió de cancer de pulmón. Fué un duro golpe para mí.

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