Por Rafael Alberti, León Felipe, Ramón Menéndez Pidal, Antonio Machado, Luis Cernuda, Manuel Altolaguirre, Miguel Hernández y Vicente Aleixandre, entre otros.
(…) Desde Madrid, presenciando la patológica crueldad de los fascistas, no sólo enemigos nuestros sino vuestros, queremos denunciar ante vosotros, haceros testimonio de los últimos acontecimientos, asesinatos incalificables, que lleva a cabo, consecuentemente con su ideología, el enemigo.
No se trata de lamentarnos en nombre de nuestro pueblo en armas, de nuestros heoricos milicianos, de los horrores de la guerra. Nuestros bombatientes, con los dientes apretados, resisten silenciosamente y, con su gesto, son ya una exigencia de responsabilidades históricas a todos aquellos que, estando obligados a mantener una conducta, la eluden ahora cobardemente. No, no nos quejamos de nada cuanto ocurre en los frentes de combate; entre otras razones, porque en los frentes de combate, nuestro indudable triunfo final dirá claramente que no era necesaria la queja.
Pero queremos haceros saber, par que nuestra palabra a su vez se proclame por todos los rincones del mundo, lo que lucha, la calidad humana que lucha a cada uno de los lados que hoy se enfrentan en España. Queremos haceros saber en qué se emplean las bombas incendiarias meticulosamente preparadas en los laboratorios alemanes. Y os decimos: todos los días arden manzanas enteras de casas madrileñas. Todos los días,m en las colas que forman las mujeres de las barriadas obreras para coger su pan, su carbón, su leche, etc., los expertos aviadores alemanes e italianos pueden apuntarse nuevas victorias, ya que no alcanzadas en combate con nuestros aviones heroicos, que rehuyen, a costa de las vidas de esas mujeres, de esos niños. De esas mujeres y de esos niños que son hoy los únicos habitantes de esas barriadas obreras, pobres, ya que todo slos hombres útiles se hallan en los frentes, y que parecen constituir objetivo especial de la aviación extranjera al servicio de la traición.
Os decimos el espectáculo siniestro de las noches en llamas, cruzadas por lívidas caras de ancianos y mujeres tratando puerilmente de salvar su jergón miserable, sus amarillos retratos familiares, para tener que llevarlos bajo los arcos umbríos de las bóvedas, a la humedad entumecida y harapienta de multitudes cobijadas, hacinadas terriblemente en los sótanos. Os hablamos de las caravanas coléricas de mujeres despeinadas que pueblan, en la madrugada madrileña, las calles y las plazas, trasladando sus pobres objetos queridos sin una queja, sin un llanto, sino con un murmullo de insulto a los traidores, con un rumor de maldición a los canallas.
Os hablamos del Palacio de Liria que fue del Duque de Alba, ayer cuidadosamente custodiadio por las milicias del Partido Comunista, con sus cuadros valiosos en los sótanos, y esta noche pasada en llamas. Os hablamos del resentido despecho señorito que ha debido ordenar su incendio con el mismo gesto plebeyo y chabacano del tradicional «mía o de nadie». Os hablamos de la trayectoria significativa, en línea recta, de una serie de bombas que comienza unas casas más arriba del hotel Savoy y termina, dejando un hueco casual y de seguro lamento en el Museo del Prado, en la Iglesia de los Jerónimos. Os hablamos del boquete alemán que una bomba de doscientos kilos ha dejado unos metros antes del Museo del Prado, rompiendo sus cristales.
La prensa de Burgos aún habla de provocación roja: de los incendios provocados en Madrid por los rojos para utilizarlo a su favor. No importa, nadie lo cree. Nadie que no ignore, en absoluto, intencionadamente, la serena condición de nuestros heroicos milicianos que cuidadosamente ayudan a trasladar mujeres y niños con el mismo respeto cariñoso con que salvan un cuadro o un libro importante que se los encomiende, puede creerlo. La verdad está con nosotros y no puede ser falseada. Está con nosotros y nadie puede dudar de ella porque al margen de toda propaganda, sinceramente, de corazón a corazón, como hablan los hombres en los momentos graves, os la decimos nosotros que somos poetas, escritores, artistas, y tenemos un alto sentido de nuestro oficio que se halla por encima de la propaganda, de la mentira útil, de la mentira jesuítica.
Os la decimos nosotros los poetas, escritores y artistas, antes que nada y que por serlo no estamos sino al servicio del hombre, de lo más alto y nobre del hombre, por encima de los partidos y de la propaganda interesada.
Creedla. Tenéis que creer en nuestra palabra si no habéis perdido vuestro corazón.
Pero no equivocaros. Tened muy en cuenta que esto, todo esto, no significa lamentación jeremíaca sino ernardecido y colérico anuncio de nuestro triunfo decisivo y final. Nuestras palabras no respiran otra atmósfera que la de nuestro pueblo y, cómo éste, no hacemos otra cosa que dirigirnos a la conciencia, a lo más profundo de vuestra conciencia, hombres honrados del mundo, para que vuestra airada protesta palpite entre vuestro corazón con la misma fuerza que el nuestro.
José Bergamín, Manuel Altolaguirre, Luis Cernuda, Miguel Prieto, Antonio Rodríguez Luna, Alberto Sánchez, Manuel Sánchez Arcas, Eugenio Imaz, Vicente Aleixandre, Miguel Hernández, Rodolfo Halfter, Bacarisse, Gabriel García Maroto, Vicente Salas Viu, Rafael Dieste, Arturo Souto, Antonio Aparicio, León Felipe, María Teresa León, Rafael Alberti, Felipe Camarero, Emilio Prados, Arturo Serrano Plaja, Antonio Machado, Ramón Menéndez Pidal, Pío del Río Hortega, Adolfo Salazar.
Alianza de Intelectuales Antifascistas
El Sol. Madrid, 19 de noviembre de 1936.
Recordado por La insignia.