1.
Estábamos todos allí metidos,
estaban las canciones, los ríos de tinta,
las aberturas, los cerrojos,
los desatinos y las justificaciones,
los días hablando desde los días…
– Es poco -decías-, es poco para tanto.
– No jodas. Es tanto para nada.
2.
Estábamos todos en aquella cafetería,
mientras tú y yo hablábamos. Tú,
quizá herida,
repetías las mismas letanías con las cuentas del
servilletero:
– Poco para tanto, poco para tanto…
Tú quizá herida, como si yo hubiera podido
prometerte algo o tú hubieras podido
hacerme caso alguna vez. Alrededor todo lo demás,
testigos mudos que miran con los ojos abiertos
y la boca cerrada. Testigos mudos que
olvidaron hablar cuando podían y ahora
se golpean la cabeza contra las paredes por idiotas.
– Poco para…
Por idiotas. Me hubieran venido bien si
hubieran querido hablar cuando podían.
Ahora se limitan a mirar, con las bocas grapadas.
Ahora se limitan a dar asco.
Ahora se limitan a estar en medio.
Qué complicado es dar el paso con todo delante.
Qué complicado es pasar con todo delante.
– No jodas, niña, es tanto para nada.
3.
Fuera aún es de día mientras tú y yo nos miramos,
con todo en medio. Yo ya estuve en esta calle
otro día. Hay gente que camina y va a alguna parte.
Todos dicen ser de todos, todos dicen entender de qué
va el asunto, pero mienten. Se limitan a pasear.
Maldita gente. No hace más que molestar. Dicen
entender de qué va el asunto, pero sólo juguetean
con sus recuerdos.
Me están metiendo en su cabeza, lo noto,
me están ajustando en sus historias,
como si yo fuera una pieza de Lego, o tú,
o ellos.
Nos miran con pena como si tuvieran algo que ofrecer
sólo porque yo miro al suelo y tú
arrancas servilletas del servilletero.
4.
Las historias pasan, caen, caducan. Es un asunto
sencillo. O a lo mejor no pasan, caen, caducan.
Es complicado saberlo.
Las historias vuelan. A vecen caen en picado.
O quizá no. Quizá seamos nosotros quienes caemos.
O quizá no caemos.
Quizá tú estés en tu casa y yo en la mía
imaginando esto.
5.
En algún momento desperté.
En algún pensamiento idiota,
en alguna extraña consciencia de mí mismo
frente al televisor. Quizá mirando el televisor, sí.
Quizá desperté por no dormir más,
o quizá me metí en mí mismo cuando no mirabas,
o cuando me dio por mirar.
Vete tú a saber.
La cerveza está fría. Siempre está fría.
Es un sucedáneo de la vida que vive cuando
la vida no.
– Pero dime si no es poco.
Poco es un poco más que nada. Poco
es como si algo tuviera sentido de algún
retorcido modo. Poco es como si en las puertas
de tu casa decido tomarme el café fuera,
en el rellano.
Poco es, justamente,
como si hubiera casa, como si hubiera rellano.
Como si hubiera un interruptor para dar luz al pasillo.
Como si hubiera una escalera que me lleva a la calle.
Como si hubiera un telefonillo abajo en contacto contigo.
Como si tuviera piernas para subir las escaleras.
Por idiotas, Podían haber hablado antes,
cuando aún había algo de qué hablar.
6.
Maldita gente, repito,
después de que me den fuego.
El cigarro crepita y humea gimiendo el aire
en pavesas.
Una situación incómoda lo es por muchos motivos.
Aunque no valga ninguno.
No les importa.
Hacen la situación incómoda de todos modos.
Les es indiferente.
No les importa.
No hay calles ni viejas ni portales ni interruptores,
bien mirado.
Quizá,
ergo quizá,
sólo tú y yo,
que ya no nos damos la mano, ni los pies,
ni las bocas, ni compartimos cigarros.
Todo un submundo acaba de nacer.
Acércate.
Echa un vistazo.
Tú y yo lo hemos creado.
– Es poco, es poco para tanto.
– No jodas. Es tanto para nada.
Lo que queda, ahí fuera, se va tiñendo de azul.
Maldita la gracia.
De «A la izquierda, el Coliseo».