Que no, cojones, que uno se harta, que el hombre grande dormía con el pequeño hasta que al grande le dió por pensar que era grande y al pequeño que no era tan grande. Se daban de la mano y tenían un idilio romanticón por las noches, joder. Y entonces, sólo entonces, los vacíos de pensamiento encontraron las fachadas y los grandes de pensamiento se pudrían en sus carreras universitarias, atrapados en las cosas como sólo las cosas pueden atrapar a uno. Y Buckowski y Waits no son la mejor pluma ni la mejor voz, pero tienen cosas que contar. Que las novelas y la música entretienen hasta el punto en el que uno busca entretenimiento, y después el aire se esfuma y sólo deja agujeros. Agujeros que te cuento cuando vienen y que comparto hasta donde puedo. Y que ni títulos ni voces ni plumas significan nada si no hay nada que significar, y lo curioso es que cuando hay algo que contar ni plumas ni voces ni títulos significan nada mas que un medio para.
Un medio para, mejor si lo hay, pero no lo importante.
Y el grande y el pequeño se daban de la mano, te lo juro, estaba de testigo, hasta que el grande pensó lo grande que era y el pequeño se dió cuenta de que no era tan grande como otros. Entonces empezaron los líos, y la gente con fachada fue mejor que la gente que contaba, y que las cosas atrapan como sólo las cosas pueden atrapar, y que desde entonces el círculo, y que desde entonces, si me apuras, nada.