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la latitud

El asunto de la hora depende de la longitud, para él la latitud es indiferente. Hace mucho tiempo que Lele y yo estamos a dos mil kilómetros, pero circunvalando el globo por el ecuador, hasta situarnos en puntos opuestos. Y eso lo sé, y lo demuestro racionalmente cuando queráis, porque siempre hemos tenido la hora cambiada, si para mí eran las ocho cero cero, para ella eran las veinte cero cero. Si yo estaba eufórico ella estaba hundida, y viceversa. Por eso supongo que ella ahora mismo está en la más absoluta de las glorias, más que suponer, lo sé. Uno de los grandes problemas que Lele y yo sufrimos fue el de la longitud.

Vaya leches, podéis decir, todo esto sólo para meter que está hundido esta noche. Pues sí, puede ser. Pero nunca había visto el problema de la longitud como metáfora de un problema real hasta hace un rato. Hay que tener cuidado, no sé si habéis visto la frase de Kundera en el foro, pero hay que tener mucho cuidado con las metáforas.

No he mirado el teléfono. No quiero saber si alguien ha llamado. No he querido leer el correo, sólo le he enviado a Rosa las del finde pasado. He llegado a casa, he bajado la persiana del dormitorio y he apagado las luces del salón. Esto también es vida, hoy me voy a enfrentar conmigo mismo. El martes me enfrenté con Lele, con el DOLOR que me produce verla, sucintamente compensado con el ungüento de tenerla delante y saber qué piensa directamente. He comprado cerveza y unas pizzas para el microondas. He comprado tabaco. He visto fotos de Bukowski en internet. No he hecho nada en el curro (me empiezan a mirar). Estoy sólo en el curro, me han puesto en un sitio en el que estoy sólo. Casi lo prefiero, cuando quiero compañía la busco, pero tengo la soledad de las cosas rotas, o la que las cosas rotas necesitan, como prefiráis. No he vuelto a tener ataques de Lorelaitis desde hace algunos días. El problema está reposado en el fondo del cerebro (por supuesto, es posible que esto sólo sea porque la vi el martes y supe de ella y degusté sin recelos ni recatos el amor de sus abrazos, no podía dormir y la miraba por hacer algo, porque lo importante era estar allí, con ella, ¿cómo coño iba a dormir en esas preciosas horas?, tengo tiempo de sobra para dormir en el resto de mi vida). Pero hoy es distinto, hoy soy yo mismo el que está en la palestra. No pienso pensar en ningún momento, sólo quiero sentirme. Si no puedo hender y blandir mis dientes con Lore lo voy a hacer conmigo mismo. Me voy a roer, me voy a hacer sangre, voy a partirme los huesos y a destrozarme las articulaciones con un hierro. Me emborracharé con mis odios, con mis miedos, quiero tener en la boca el sabor ferroso de la sangre, de la mía propia. Eso quizá no sirva para nada, quizá lo estáis pensando, pero no me importa. Eso es lo que me está pidiendo la vida a gritos ahora mismo. No me pide culpables, me pide víctimas.

Una de las cosas curiosas de ayer, de la conversación de ayer con el colega que dejó a la piba y está destrozado, es el sentimiento de héroes que tienen engarzado en el pecho. Ellos, o al menos Lore, nos echan en cara, o al menos a mí, el sentimiento de víctima que entienden como impostura estúpida que impide moverse hacia delante. Bueno, es posible, pero ellos se sienten héroes, y lo ejemplifican con frases como:
«Dios, nos amamos como nadie se va a amar nunca, pero seguir juntos es imposible».
Jeje, adoptan el roll de figura titánica que tiene el empeño (¡y la consciencia!) suficiente como para vencer a un imposible enemigo, encarnando además la figura retórica de la imposibilidad apodíctica. Dan ganas de vomitar. Se piensan figuras mitológicas que vencen las moiras con voluntad ferrea. Todo son juegos, fueron juegos, serán juegos. Yo me siento distinto, pero seguramente es un puto juego a su vez. No sé quién me creo, en qué juego estoy metido ahora mismo, pero seguramente vosotros lo veis mejor que yo. Odio lo complicado de todo esto. Odio a las víctimas, odio a los héroes. Seguramente sin ellos todo sería diferente, porque sin héroes ni víctimas la conversación tendría mucho menos ruido (podría explicar eso durante horas, seguramente merecería la pena, pero creo que todo el mundo entiende con expresa simplicidad lo que quiero decir). Sin ese tipo de roles, y lo digo con total sinceridad, estaríamos salvados. Habría solución para todo (incluyera vuelta o no), estaríamos salvadísimos. Sin ese tipo de roles Lele y yo podríamos hacer lo que nos saliera del culo. Ahora no. Tenemos roles que impiden que los invitados a la gran fiesta necesaria acudan. Están acojonados. Después de tanto tiempo con nosotros no entienden qué nuevas fichas hemos cogido. Hemos escogido otras que no tienen nada que ver con nosotros. Aunque quizá eso sea mentira.

Mantenemos las que tenemos de los últimos tiempos.

Todo sigue en el mismo punto.

Es lo más triste de todo. Lo juro. Pese al dolor, la separación, la soledad, el echarnos de menos, seguimos en el mismo sitio. Tengo que coger un tren para verla igual que antes, exactamente igual. Bueno, quizá igual en intensidad, pero distinto. Ya no existen las implicaciones de la convivencia, pero en su lugar han llegado el héroe y la víctima. Manda cojones.

Por eso es tan necesaria esta noche. Tengo que extirpar el corazón de mi enemigo, que soy yo mismo, y comérmelo. Le voy a arrancar la vitalidad, pero no voy a comerme las células enfermas. Voy a cortar el cáncer a bocados, me voy a poner los dientes negros de mierda y de enfermedad, y cuando tenga toda la putrefacción en la taza del váter, me voy a comer el resto, devoraré mi propio yo y mi propio sino y mi propia desilusión y saborearé la derrota con pizza y la alegría con cerveza fría. Veré una película cuando ya no quede nada. Bailaré conmigo mismo hasta las cinco de la mañana. Probablemente romperé algunas cosas, o gritaré, o quizá bajen los vecinos y les invite a la fiesta. No sé que van a pensar cuando me vean tanta sangre invisible, visceral y metafísica encima. Quizá piensen que he perdido la cabeza. La habré perdido, de eso pueden estar seguros.

Estoy perdiendo el tiempo ahora mismo, necesito empezar ya.

Para acabar, un pedazo de un poema que tiene cinco años al menos.

«Tú mirabas al vacío, como si pudieras
abarcarlo todo con la mirada. No creo
que entiendas el daño que me causas.
Si así fuera, creo que serías otra, y
sería el fin del cuento.

Desplazabas los actos a fuerza de
palabras, todo tenía un nombre y, cada
nombre, un adjetivo. Todo pertenecía a
un sitio, una patria, un lugar de nacimiento
o de vida. Todo es así tan fácil
que hiede a febril.

(Pero tu mirada pendiente del
vacío, como si todo en ella
cupiera, nunca dejó de estar
ciega.
Si fuera de otra manera ya
no podría reconocerte).

Tú siempre creías poder llegar. Y
siempre llegabas. De ti, yo sólo
conozco tus palabras…
Tu alucinación fue la mas bella, la
más perfecta. Me enamoré de ti entre
cigarro y café y frases y arrebatos. Fue
así, de un segundo a otro y
te miré, como ahora te estoy mirando
(desde el otro lado, donde no brillan
tus remansos),
creo que lloré, que exprimí mi alma
exprimida para decirte algo. Dije: «¡joder!»
y todo y nada y el mundo fueron
juguetes en nuestras manos. Y
no hizo falta nada más; aún hoy
te sigo mirando… no sabes el daño
que me causas, si no, estarías llorando.»

[…]

«Sí, el invierno es un pensamiento huido.
No sabes el daño que me causas, si no,
estarías aquí conmigo. Pero tu mirada
y el vacío tienen una extraña conexión.
Quieres abarcarlo todo y no puedes ver
nada; de otro modo, no serías mi daño,
no serías cosa alguna. Al alma llegué por
el dolor, a él por tu ceguera.
No sé por qué a tu risa.»

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