El día que me conocí ardía el sol en cadenas.
La gente es imbécil y no lo puede evitar, se juntan en tabernáculos imbéciles de autocomplacencia y sonríen. El asunto de mis padres es ya una aberración en sí misma, pero es que perder es la media. La derrota tiene todos los minutos y se los alquila a la victoria, por lo que esta nunca dura. Llueve. Llueve mucho. Sigo en la casa en la que llevo seis años. Es mi casa, intento hacer de ella un espacio de lucidez. Dentro de mi inobjetividad. Llueve mucho y mi bici no se limpia, porque está llena de grasa. Llamó N. Me quiere mucho, y yo a ella. La vida no es sencilla, pero al menos nos tenemos el uno al otro. Hay otros que no se tienen ni a sí mismos. Lamento no ver a N. hoy, pero no es posible, cada cual lidia con sus propias derrotas. Parece mentira que sean las nueve de la noche, parece mentira que sea miércoles. Hoy debiera ser dentro de un año, por lo menos. Me ha costado algo más de un día llorar por mis padres, ya lo decía mi hermana, cuando es un asunto de años uno parece que se insensibiliza, pero sólo lo parece. Al final siempre llega el día.
Yo estoy bien, no es por mí, parece que gano acostumbrándome a la derrota. Es por ellos, allí, en sus silencios, en su ruína compartida, en su miseria, en su mierda. Serán los muertos los que enseñen a vivir a los vivos, pero yo ya no estoy muerto, me cuesta más. Estuve muerto, pero ya no lo estoy ni de lejos, gracias a N. Ojalá me pillará entonces, pero entonces sólo me veía a mí mismo. Ahora es diferente, ahora lo veo todo. Pero ya no estoy muerto. Ya no tengo las claves.
Vuelvo a tener miedo a perder.
Y eso me hace inexacto.
Os quiero, como os quise, como os querré. Pero cuánto os odio. Lo siento por vosotros. Yo qué sé. Mañana será otro día, espero. Pero, cuando me levante, todo estará en el mismo sitio, en el mismo lugar.
Yo qué sé. Sólo sé decir: cuidaros. Estaré presente. No sé para qué, pero estaré presente.
Llueve, no sé por qué. Como casi todo.