Ahí estábamos, de izquierda a derecha, el que rubrica, jorge, cisneros, el galego y roy.
Hoy, viniendo del trabajo, he recibido una llamada.
Jorge llevaba tiempo peleando contra un tumor, pero había ganado.
Estaba en rehabilitación.
De repente se le reprodujo.
Y hoy alguien ha emitido una llamada para decirme que había muerto.
Esta mañana ha entrado en paliativos (¿?).
Esta tarde ha muerto.
Nos tomamos unas cervezas, estuvo bien. Estábamos un poco tarados, un poco enfermos, y nos iba relativamente bien. Estuvimos, él y yo, en su casa de Yanes, haciendo rutas en bici hace dos veranos. Por la tarde nos sentábamos a ver algo en la tele, cansados, y nos hacíamos la cena. Las típicas estupideces: me echaba la bronca si echaba el aceite de las latas de atún encima de los platos sucios en vez de directamente por el desagüe del fregadero, decía que se mantenía el olor y que era más difícil fregarlos. Seguramente tenga razón.
No me gusta creer en algo eterno por mí, cuando yo me vaya estará bien hecho, será un buen trabajo, no hay nada que guardar, están tardando demasiado. Me gusta creer en algo más por gente como jorge. Me resisto a pensar que desaparezcan sin más, sin dejar nada. Sin volver. Dejar de estar es el tema. Me jode que dejen de estar, no tiene sentido que dejen de estar. No tiene sentido alguno.
Lo típico: deportista, fumaba poco, estaba bien de salud. Yo soy un gordo de mierda que anda la mitad del tiempo deprimido. Él no. Le conocí hace muchos años cuando entró a trabajar en hipotecario. Él había estudiado filosofía en la complutense, yo en la autónoma. Compartíamos. Siempre me ha gustado pensar que le ayudé a adaptarse. Todos, cuando acabamos esta carrera, estamos mentalmente para el deshecho. Pasó por lo mismo que yo. Todo esto son puras mierdas, pero no sé qué decir. Se estaba recuperando, estaba en rehabilitación. Hacía tiempo que no le llamaba. Pensé que en un par de meses tomaríamos unas cervezas juntos.
A veces recuerdo el sabor de los primeros cigarros, en mi cuarto en la habitación de mis padres. Sabían mal, pero tenían algo. Tenían un sabor especial. Cuando conocí a jorge tenía un sabor especial que pregnaba mi ropa, después me acostumbré y ya no había nada. Ley de vida, oigo decir. Será.
Cuando Lore se piró nosotros salíamos por Sanse. Yo estaba frágil, no podía moverme por ahí, por Madrid. Nos íbamos por Sanse rondando bares. El galego, roy, jorge, miguelón, cisneros y yo. Me hicieron mucho bien. El único que podían hacerme. Después jorge y yo nos íbamos a ir por todas partes con la bici. Como yo no tenía pasta al final me invitó a Yanes. Tenía la radio más detestable del mundo en el coche, y conversamos. Le dije cosas que jamás le dije a nadie, porque era franco y sencillo, tarado como cualquier licenciado en filosofía. Me hizo mucho bien, pero decirlo ahora es basura. Decirlo ahora es una puta mierda.
Recuerdo que, de repente, todo se volvió verde. Me encantó. Recuerdo la casa. Recuerdo el supermercado. Recuerdo los caminos. Recuerdo que tenía mejor forma que yo. Recuerdo que caminó la playa (no una playa normal, la ostia hasta llegar al mar en un entrante precioso rematado por un bar en el que me quedé tomando tercios hasta que él vino) y luego volvimos en bici a casa.
Recuerdo que anduvimos de caza por las fiestas de Gijón, pero no hubo suerte. No tuvimos suerte. Recuerdo todo, los perritos, pero no hubo mujeres aquella noche. No hubo suerte.
Recuerdo mis cosas porque no recuerdo las suyas. Esas se han perdido. Joder, jorge, joder. Sólo me quedan mis cosas, porque las suyas se han perdido. Fuera lo que fuera que sintió mientras caminaba de vuelta se ha perdido, sólo existe lo que yo pensaba mientras volvía, lo que yo pensaba mientras volvía, y lo que más me jode es que, seguramente, yo estaba pensando en Lore en vez de pensar en el momento que estaba sucediendo y que ya jamás sucedería, y es que uno vive sin pensar en estas cosas, sin pensar que estas cosas pueden producirse, y uno no aprovecha el momento y, sin embargo, lo pierde recreando lo sido, en los propios anclajes del estar vivo que a veces es el estar muerto en algo.
La foto es lo único que ha permanecido anclado en un momento del tiempo. Todos los demás hemos ido moviéndonos, cambiando, supongo. Lo demás fue girando. Estábamos en La Estación, tomando algo. Se nos ve felices. Otro era el gallo que cantaba, pero se nos ve felices. Después, recuerdo hoy, nos emborrachamos y perdimos el norte, y jorge se fue a casa potando en el coche por la ventana mientras conducía. No era algo habitual, era algo que yo le producía. Se llama empatía. El era muy tranquilo. Yo no. La foto, si tiene un soporte físico, es nuestra existencia. Es lo que resta después de irse. Es lo que no llamo vida, pero sí estar. O existencia. No lo sé. Sólo sé que quedan además mis recuerdos, pero tienen una duración finita. Tarde o temprano, o se me olvidarán en el devenir cotidiano o me moriré, y entonces «he visto lunas más allá de orión… que se perderán como lágrimas en la lluvia».
Normal, ley de vida. Pero a mí, ahora mismo, me suda la polla. Tenía, en papel, un relato de jorge que seguramente tiré en la última limpieza. ¿Por qué? Porque le iba a ver mañana.
Eso pasa a veces. Que el mañana se convierte en nunca. Y jamás nos pilla prevenidos.
Hay algo en la brutalidad del dejar de ser que nos conmociona, que nos traumatiza. Que nos deja KO. Y no es la precariedad de la existencia, ni las metas que no alcanzamos. Es el olvido.
El recuerdo es la antesala del olvido.
Cuando es necesario recordar, es porque ya no existe lo sido. Primero fue el ser, luego el recuerdo, luego el olvido. Ley de vida como en el proceso de Kafka: no entiendo ni comparto ni he hecho las reglas de juego. Vienen dadas.
Duerme, amigo.
Te voy a despedir de una forma idiota, estúpida, gilipollas.
Pero es la que mejor se me da.
Te despediré borracho, amigo. Te despediré de la única forma que sé.
De la única forma que tengo.
Duerme, amigo, duerme. Todo lo que fue ya pasó.
Duerme, amigo.
Descansa en paz.