Lo que queda después del combate.
Los pedos propios huelen bien, le decía a Koldo® esta noche. «Y los ajenos, depende de quién», me respondía. Pero Koldo® es un genio incomprendido, y de eso siempre deja constancia. Sólo somos dos borrachos cumplimentando el formulario de las últimas horas antes de que sea formalmente tarde. Hace mucho que no nos vemos. Me niego a pensarlo por ser una reflexión de última hora, pero bien parece que hace mucho tiempo que no veo a nadie. Es más bien mentira, creo yo. «Estás más joven que hace tres años, a veces la edad fisiológica no se corresponde con la edad biológica». Si no le conociera bien, hace años que conversaría con él sin olvidar una libreta y un bolígrafo al lado. A veces suelta cosas que no son de recibo olvidar. Casi siempre.
Después, cuando hay gente, Koldo® se mustia, se agosta, desaparece, se oculta en una esquina, en una actitud nerviosa de dedos rozando dedos y de diente sobre diente. Koldo® tiene complicado relacionarse, o lo hace o no lo hace, pero nunca a medias. Siempre lo tuvo fácil conmigo, pero es porque yo no hago más que preguntas aunque no suelo hacer preguntas. Supongo que el concordato que subyace es «quien bien me quiera que me entienda, y si no me da igual».
Después de muchas horas, todo quedó comprendido. Entonces nos separamos.
Koldo es la misma razón por la que yo odio la Tierra, en cuanto planeta, y a las cosas en general. He conocido mucha gente interesante en la vida, pero a ninguno de ellos Koldo® les pareció una excepción, salvo a Goyo (no podría ser de otra manera). Atrapados en un mundo de coches y trabajar rápido (que no bien) y de aparentar hacer y jugar a ser a nadie le cayó bien nunca un tipo que siempre es él mismo. Es una cosa más humana que divina que nosotros mismos juguemos a torpedearnos a nosotros mismos. Nuestros tejados están llenos de piedras. Koldo® es un genio en un mundo de tarados en el que me incluyo. En realidad es el único grande, el único verdadero. Todos los demás mentimos, y lo peor es que no nos damos cuenta porque nos mentimos también a nosotros mismos.
Por eso Koldo® les pone tan nerviosos. Una especie de Momo.
Después, con llamarle idiota podemos volver a nuestras casas, a dormir a gusto, pagados de nosotros mismos.
Por eso odio la Tierra, en cuanto planeta, y a las cosas en general.