Volví a hacer la cosa de ajustar, esta vez con el bajo. Ambas cosas han cambiado las cosas. Sé qué es una tontería, pero han cambiado las cosas.
Tengo la teoría de que, hasta cierto punto, tengo parte del camino recorrido por llevar tocando tantos años, aunque fuera sin entender nada. Las cosas suenan.
Es como lo de la cocina. Detrás de mi habilidad (o no) en ello mi madre me recordaba que de crío siempre estaba a su lado cuando cocinaba, atento a lo que ella hacía. Ahora, cuando cocino, simplemente hay cosas que son y funcionan de un modo y no de otro.
Ahora he aprendido qué hacer cuando siento que las cosas, el tacto, el ataque, la vibración, no son como siento que deben ser. Eso no quiere decir que calibre bien, sólo que lo hago bien para mí y mi forma de tocar. Es un poco mágico, un poco espeluznante. Es muy bonito y muy íntimo, aunque un poco raro. No sé de dónde viene todo eso, sólo está, habla y acompaña.
Ayer grabé a un grupo en el local, quieren presentarse a un concurso y necesitaban una grabación con urgencia. Quedó bien. Quedaron muy contentos. A mí me gustó liarla así y el resultado… bueno, es decente. No lo escuchas y te sorprendes pero tampoco su música queda escondida bajo una mala grabación.
Esta mañana grabé la voz de diez canciones en el local. Llegué con unas manzanas, una cocacola y una botella de agua y empecé. De cada una cuatro tomas, otras cuatro si tenía coros. A veces alguna más si algo se atascaba. Como dar un concierto de 60 canciones.
Y la sensación de vivir para eso. Quedan detrás las semanas componiendo, las semanas grabando la música. Las semanas mezclando y montando por delante. La sensación de vivir en eso. La sensación de estar ahí. Toda una vida sin tiempo. Ahora lo tengo.
Acabé la grabación medio afónico y agotado. Siesta, un par de horas de caminar y acabo de desempotrarme del sofá para meterme en la cama. Feliz como el tarado que soy. Me explico fatal, pero sé que me entenderé.