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talludito

Como ya soy talludito, las resacas duran dos días. El primer día es como siempre ha sido, pero el segundo es un completo desconocido, un sordo rumor en las sienes, una sensación estúpida en el estómago, un dolor generalizado que me enfada más que me molesta. Como siempre me he levantado mal, pensando en Lele lo justo, todo debido, como siempre, al sueño de esta noche, que ha sido algo más extraño y más confundente de lo habitual. En él, además de seguir con Lele -mis sueños no aprenden- me acostaba con un tío. Tal cual. No sé si ella se enteraba o no, pero os juro que ha sido, excepto en eso, un sueño con todo lujo de detalles. Así que me he levantado triste por Lorelay y con cara de interrogación por lo demás. Mi vida me ha parecido una mierda, como siempre, y sólo ha cambiado cuando he bajado, he comprado El País y me he puesto a leerlo tomando un café en la verde. En ese momento, allí sentado, con el café y el cigarro de siempre, ha regresado la conciencia de que mi vida me gusta, pese a todo, y la misma alegría de vivir que tengo desde que la opresión, la tensión y la obligatoriedad de las cosas han cesado. No estoy dando las gracias, estoy constatando un hecho.

Después el gran Vargas Llosa me ha animado a lo grande. Escribía un artículo de opinión en el diario en el que hablaba de una familia pobre en Perú, los Añaños, que después de los años del terror y viendo que no llegaban camiones de Coca-cola y Pepsi, porque eran asaltados por la guerrilla, decidieron montarse una fábrica de refrescos en el patio de su casa y hoy en día hacen la competencia a las dos grandes compañías de refrescos en cuatro paises de sudamérica, Perú, Ecuador, Venezuela y sobre todol Méjico, el segundo pais mundial en el consumo de este tipo de chorradas cuando no están mezcladas con fermentos. Habla Vargas LLosa de que este es el tipo de ambición que debe tener suramérica, en vez de «escupir a la luna o protestar contra la ley de la gravedad», que las raices del pueblo deben afrontar un sistema justo en el que todo el mundo tiene las mismas oportunidades y bla, bla, bla.

Y yo me pregunto qué espíritu de qué pueblo, y qué igualdad de oportunidades. Uno de los hijos de la pareja en cuestión es ingeniero agrónomo, y ellos para empezar a financiarse hipotecaron la vivienda familiar. Me pregunto, porque soy un intrigante y un desconfiado, cuántas familias en Perú tienen un hijo ingeniero agrónomo y una casa para hipotecar, cuántas de ellas. No estoy diciendo que lo que han hecho esté mal, sino que me cuestiono de qué raices habla Vargas Llosa, cuando es evidente que esta familia con pelotas no procede de los estratos más bajos de la población. Evidentemente, todo es más fácil cuanto de más dispones, y no digo que sea fácil, sino que lo que fue difícil para ellos sería imposible para un amplio segmento de la población, que cada familia no puede ponerse a fabricar colas, y que las leyes del liberalismo económico no son justas porque en un caso puntual parezcan haberlo sido, hay un millón de contra ejemplos que demuestran lo diametralmente opuesto. Me alegro como un cabrón por esa familia, pero eso no me dice nada en absoluto de la limpieza del juego. Establecer la sinécdoque en este caso me parece tendencioso y pendenciero, porque es juguetear con unas ilusiones, levantar un halo de pereza o falta de ideas del resto, que no ayuda nada a resolver ninguna situación. Y Vargas Llosa nos está contando cómo lo que le falta al resto de la gente es sólo esta iniciativa, esta voluntad de querer, para salir de su situación (junto con ayudas del gobierno, en vez de cortapisas), pero eso no es más que decir: levántate y anda, eximiendo a un montón de culpables de un montón de responsabilidades, porque al fin y al cabo, si no caminas es porque no quieres. Me recuerda a Cascos afirmando que si la vivienda es cara es porque la gente la paga. Claro, si pusieran la comida a precios infernales (que ya está sucediendo) a ver si la pagábamos o nos moríamos de hambre. Y Cascos diría seguramente lo mismo. Pero es que esas son las leyes del juego, la oferta y la demanda, un sistema ciego a las necesidades que sólo atiende a los devaneos del mercado, independientemente de que hablemos de un artículo irrelevante, como un litro de cerveza, o de un kilo de patatas o una docena de huevos. Evidentemente, dentro del juego los argumentos son lógicos, pero si saco mi cabeza de ahí y pienso en compresas, por ejemplo (catalogadas como artículo de lujo), todo me parece una estupidez vacía que no atiende a lo que realmente importa, al verdadero estado del bienestar (y habría que desterrar este eufemismo del castellano, ya está viciado, sucio, roto, si es que no lo ha estado siempre). Si la comida es una ficha del tablero, como un Ferrari, no sé si nos damos cuenta de que estamos metiendo en el mismo saco manipulable lo innecesario y la misma vida, que se descompone fragmentada en tendencias y estrategias de mercado.

Ha habido más cosas en el día dignas de mención, pero no quiero decir más, de momento.

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