Esta mañana, hace un momento, estaba caminando en la acera del interior de una rotonda para ir a comprar cocacola al chino. Un frío seco se colaba por el hueco que la protuberancia de mi barriga genera en la cintura de la chaqueta. Todavía está puesta la decoración de navidad, un José María Niño de alambre retorcido pintado de blanco. Cuando he mirado a la derecha para cruzar, una señora en un Mini me ha mirado con una rabia bruta que le desencajaba la cara. Le he devuelto la mirada, intrigado. Me ha rebasado y ha seguido hacia delante. Yo he cruzado, he comprado y me he vuelto por el mismo sitio. El frío se va acumulando con el tiempo y cada vez cuesta menos sentirlo.