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la eficacia del mal

Ayer estuve viendo The North Water. No estuvo mal, no estuvo bien. Un regusto a The Horror que no me podía quitar de encima. Cinco capítulos, ritmo rápido. Aún no sé si eso fue bueno o malo. No, no fue malo. No sé si la historia hubiera dado más de sí, pero creo que habría dado un poco menos sin problema.

Colin Farrel y Sam Spruel me convencieron. Colin Farrel como el tipo individualista que ampara su ruindad en que todos podemos ser igual de ruines. No estoy haciendo más, parece decir, que ser el que todo el mundo sería si. Ese "si" varía. Para algunos lo que viene detrás es algo así como "si se dejaran ser quiénes son", para otros un "si se dieran las circunstancias adecuadas". Aún hay otros que pueden ir más allá, convencidos de que la vida –no ya la sociedad, sino la vida en sí misma– es un equilibrio de egoísmos en el que el más efectivo gana siempre. O pierde, pero ganando. O gana, pero perdiendo. Si la colaboración es un paso decididamente hacia delante en la evolución, un cambio reglas en el tablero de juego, este tipo de individualismo de frontera, de mera supervivencia a corto plazo, es desolador. Desolador porque parece que ahí es a donde se van dirigiendo las cosas. Qué cosas. La supervivencia de los más aptos no es sólo una engañifa que oculta que otro tipo de jerarquías pueden dar mejores resultados sin tener que sacrificar lo moral, sino que se articula como una justificación ética en la que cabe cualquier barbaridad. Ese abrigo multitalla. Hago lo que hago antes de que lo hagas tú porque lo vas a hacer. Ahí entra cualquier brazo.

El prota muena gente con un mensaje confuso porque necesita deux ex machina constantes para sobrevivir, el guionista poniendo en hora el reloj cuando es necesario. Ese cura, esa salvación –por cierto, no vi al prota preguntando por Otto hasta que no le dicen que han encontrado el cadáver, algo tarde ya–. Ese oso suicida que se enfrenta a un tipo medio congelado y con la olla destapada y se las arregla para morir fácilmente. Ese asistente que sabiendo que va a una emboscada pasa primero. Pues si la buena gente necesita ese tipo de efectos especiales para seguir adelante y es una metáfora de algo estamos bien jodidos. El malo sólo depende de sí mismo. El bueno necesita magia. El malo hasta cuando la caga lo hace conscientemente, dice estar bajo de forma, lleva toda la semana bebiendo antes de la emboscada. Lo sabe. Depende de sí mismo hasta cuando pierde.

No sé si me gustó o no. Excepto algunas cosillas que no termine de encuadrar no me pareció una mala cosa. Pero lo importante es el agua. Está la cosa esa, que no sé si es una historia o una especie de refrán o qué es. El caso es que van dos peces jóvenes por el mar y se encuentran con un viejo que les pregunta qué tal está el agua, y ellos responden ¿qué agua? Pues lo mismo con la serie. Lo más preocupante no es lo que dice, sino lo que asume, lo que da como marco. Al fin y al cabo, siendo un producto cultural de consumo, el problema es el agua, el marco, lo que no se ve de tanto asumirse como normal. Si lo comparo con Squid Game, a igual violencia me quedo con la última. Al menos tiene muy claro en qué está nadando.

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