Recuerdo que mi abuela Asunción, la madre de mi madre, en el pueblo, fregaba todos los cubiertos cuidadosamente y los metía en un barreño. Después los secaba despacio y terminaba metiéndolos en el cajón a lo burro. Recuerdo que eso me hacía muchísima gracia de pequeño, porque en mi casa cada cubierto tenía su espacio y no se mezclaban. Tenedores con tenedores cucharas con cucharas cuchillos con cuchillos cucharillas aparte y todo lo demás en otro cajón. Mi abuela pasaba de todo eso y después del curro que se había pegado los metía en el cajón a cascoporro, jamonero con carnicero con la cubertería más del día a día. De niño se me hacía muy divertido tener que buscar una cucharrilla apartando cubiertos, porque no estaba acostumbrado a eso.
Ahora no hago lo mismo, claro, porque yo los meto en el lavavajillas y yastá. Tengo compartimentos para separarlos en el cajón, pero no lo hago. Los tiro dentro y cuando quiero un cuchillo tengo que buscarlo. Me hace recordarla al mismo tiempo que recuerdo todo aquello. Me pregunto qué es la eficacia en comparación con los recuerdos, qué es lo mejor posible en comparación con lo que fue.
A veces no encuentro algo y me cago en mi abuela. Y le mando una sonrisa también y me acuerdo mucho de ella. Eso importa un montón, mucho, pero mucho, mucho más que mucho.