Recuerdo algo de un libro de Kundera, no sé de cuál de ellos. Tendría que volver a leerlos pero me preocupa hacerlo y que no. No sé. El caso es que un tipo tenía un perro y ambos iban cada mañana a una pastelería a comprar unos bollos y después, ya en casa, jugaban a que el tipo le quería quitar el suyo al perro. Eso hacía al animal muy feliz. Kundera decía que el ser humano no puede ser feliz porque la felicidad es el deseo de repetir y el humano cuando repite se aburre. El perro sí puede ser feliz.
Hablaban en radio 1 de que hay gente que menosprecia a los contenedores y habla de chiquilladas y que hay un estado de excepcion no sé dónde (sí lo sé), como si les parecieran caros unos contenedores en comparación con todo lo que retienen y roban. Si los que protestan se conforman con un par de cacharros de plástico tenéis suerte. No puedes mantener indefinidamente a la gente en la pobreza, la precariedad y la falta de esperanza en el futuro sin que en algún momento tengas o bien que repartir parte de lo que robas o bien sacar a la calle a esa gente a la que encargas el monopolio de pegar ostias. Supongo que a algunos os resulta desagradable que la gente haga algo de ruido mientras se muere en vez de hacerlo educadamente, en silencio y fuera de la vista.
Me acordaba de Kundera esta mañana porque estaba yendo al chino a por una cocacola, pan y fiambre. Podría comprar por las tardes más barato en el super. Podría comprar allí, de paso, algo que no fuera prácticamente mierda. Pero está esa cosa de cada mañana levantarme, ducharme, coger el coche, tirar la basura, dar un paseo y entrar por la puerta, saludar al tipo de dentro que dice "¡hola, amico!", coger mis cosas con la sensación primigenia de haber cazado un mamut y volver a casa. Me hace tan feliz, me hace sentir tan a gusto, que no sé cómo podría pasar el resto sin eso.