Tengo esa idea de dedicarme una semana, o un par de ellas, a recoger y limpiar con cuidado la casa poco a poco. No es que sea algo que me emocione, pero creo que sería bueno para algo. Para entrar en esa rutina cíclica, para empezar y acabar una fase, para tomar conciencia de los huecos y los espacios, para reconciliarme con ese todo pequeño que llena la nada como si fuera algo.
Curro limpieza cena sana dormir a pierna suelta.
Veo tantos fantasmas acechando ahí que no sé si me gusta más de lo que me aterroriza.
Pero es cierto que la angustia, la búsqueda tonta de lo significante, muchas veces no termina más que en inmovilidad ansiosa. Vas a toda velocidad, en sobresfuerzo y corriendo sin parar para no llegar a ninguna parte, y nada queda al final más que la ansiedad en un círculo que se autocompleta y que sirve para generar más. Cada vez eres más viejo, cada vez tienes menos en el cajón. Cada vez es más tarde. Cada vez has perdido más y más tiempo.
Quizá un ciclo podría romper otro, quién sabe. Y este año afronto lo más oscuro del invierno (salir al curro de noche, volver a casa también de noche) sin un juego o una novela en el que volcarme y disolverme entero. Ese sí que es un buen cajón de fantasmas del que no voy a poder escurrirme.