Iba conduciendo hacia el sitio por el que suelo caminar los días de calor y un jilguero en la carretera no se movía. Debí pasar a unos 30 centímetros de él y no hizo nada, le vi por el retrovisor parado en el mismo sitio. Un poco después, ya caminando, pasé a unos 20 centímetros de una paloma y se limitó a dar un par de pasos alejándose de mí, no voló.
Todos morimos solos, por muy acompañados que estemos. No sé si es bueno morir rodeado de la gente que amas, sobre todo si tú sabes que te estás muriendo. No sé si puedes llegar a sentirte mejor por estar rodeado, mucho menos a la mínima que te imagines un poco por lo que están pasando ellos. En cualquier caso la vida es una capulla indiferente la mayor parte del tiempo y nada de esto ni le va ni le viene, ella no tiene nada que ver con ello.
El modelo Nexus 6 número N6MAA10816, Roy Batty, experimentó algo tan humano como dejar de despreciar la vida y empezar a valorarla y amarla cuando se le acababa. A mí padre le pasó algo parecido con los pajaritos. Me contaba que de crío los mataba a decenas sin darle mucha importancia y se los llevaba a su abuela para que los cocinara. También me decía que sin embargo ahora, cuando me lo contaba, no sería capaz ni de arrancarles una pluma. Su vida le parecía hermosa y preciosa en el sentido de lo raro, de lo difícil, de lo maravilloso por infrecuente e inexplicable que le da un valor especial valor a lo preciado. Su vida se acababa y comprendía las demás de un modo diferente.
La vida, cuando se tiene en abundancia, se derrocha. Cuando se tiene a medias se da por hecha y se vuelve invisible, dejas de apreciar lo que siempre está alrededor. Cuando se te está terminando pierde la invisibilidad.
El jilguero, la paloma. Los gusanos el fin de semana muertos solo porque yo decidí renovar la tierra de las plantas. Mi padre. Incluso Roy Batty, que nunca llegó a existir y, al mismo tiempo, de algún modo existió por todos nosotros y lo seguirá haciendo mientras Blade Runner siga reproduciéndose en alguna parte.
La gente dice que no puedes vivir en una excitación constante por esas cosas o si no no hay corazón que lo soporte, pero al mismo tiempo viven en otra parecida que consiste en el nuevo coche, nevera, piso, curso, amigo. No lo sé, no tengo ni idea de esas cosas, pero esa excitación me parece un sucedáneo extraño.
Sólo sé que al ver la paloma y el jilguero, al recordar los tres gusanos del finde, la serpiente que vi dar volteretas en el retrovisor después de pasarle seguramente por encima, todos ellos me han recordado de algún modo a mi padre en uno de esos últimos días en el parque Juan Carlos I, yendo a comer con mi hermana Carol, mientras me decía que esos pajaritos que cazaba a cientos cuando era niño e iba de árbol en árbol poniendo trampas ahora le parecían tan preciosos que no sería capaz de tocarles ni una pluma. Él llevaba tirantes, caminaba de forma rara, como si tuviera los huesos cansados de un modo ya irreparable. Y yo le admiraba como hice siempre. Le admiraba en su victoria, pero también en su derrota. Le admiraba los fracasos. Era un hombre con valores como genes, el resultado no modificaba lo que era honesto y lo que no.
Le echo de menos una barbaridad. Me habla de la vida que desperdicio, que invisibilizo sin remedio hasta que me llegue la hora de amarla un último ratito.