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releer un

Abrir un libro para releerlo siempre es una aventura incierta. A veces las circunstancias que hicieron que te sintieras cerca de un texto han cambiado y terminas la relectura pensando que no había sido para tanto. A veces sucede lo contrario.

Lo primero me pasó con Bukowski, y eso que no quería que me pasara porque todo el mundo decía que iba a suceder así. No era simple rebeldía. Los que sonreían cuando Bukowski caía defienden cierto tipo de literatura como si fuera el único, y el caso es que no logro ver uno en concreto. ¿Es el ejercicio estilístico —utilizar ciertas reglas del modo más inteligente posible— o la descripción fiel de la realidad? Pues no lo sé, pero ni una ni otra a veces. «Knives out» me pareció una buenísima película del primer caso, pero no sé si se ajusta al segundo. Por supuesto las dos cosas se mezclan y es cierto que en la película se describen y se critican situaciones reales, pero no es la base de lo que nos cuentan y tampoco es eso la razón por lo que es una buena película. Lo es porque utiliza las reglas de un género de un modo muy inteligente y construye una obra muy sólida.

Antes de releerlo no quería dejar caer a Bukowski porque parecía que iba adherido a ello el afirmar que la literatura es otra cosa, y aunque podía estar de acuerdo con la caída, si llegaba el caso, no lo estaba tanto ni lo estoy con ninguna conclusión extra. En aquel entonces dejar caer a Bukowski significaba dar por buenas otras cosas que no tenían nada que ver con la caída, pero que se adherían a ella y eran utilizadas para vender un argumento de paso. Al final el único libro que sobrevivió a la relectura sin despeinarse lo más mínimo fue «La senda del perdedor», y pese a la carnicería la caída no me convenció de que algo en la estructura fundamental del universo hubiera cambiado en absoluto. No eran libros , pero eso no modificaba nada más.

Lo segundo, el constatar que sí había sido para tanto, me pasó con Portico. Lo bueno del caso es que ni es un ejemplo de un ejercicio estilístico fenomenal ni es una descripción de la realidad. Por supuesto que tiene algo de ambas, coge elementos de la ciencia ficción y los desarrolla muy bien a ratos y hace una crítica muy potente de una realidad económica y social injusta que tiene sus raices en la sociedad actual. Pero nada de eso fue lo que me hizo pensar que sí había sido para tanto cuando, hace veinticinco años, la leí por primera vez. Y como no se ajustaba a ninguno de los criterios de la disputa sobre qué es la literatura, el hecho de que siguiera siendo una novela me dejó bastante intrigado.

La historia es floja. No va bien. El ritmo no es bueno. Pero hay algo en todo ello que funciona, quizá pese al mismo autor. Las siguientes novelas de la saga son decepcionantes en el mejor de los casos.

Entiendo que el ser humano tiene una tendencia natural a construirse una imagen de su entorno para su propia supervivencia, y comprendo también que eso modifica el modo en el que nos acercamos a un libro. Son mundos, inventados o no, que juegan a darnos datos para la construcción, espoleando nuestra curiosidad para que le concedamos el tiempo suficiente para terminarlo.

Hay autores que no disimulan lo más mínimo, empiezan sus libros con mapas o con listas de nombres de personajes. Te van a dar un montón de información para que sepas. Si lo que quieres es saber como si memorizaras un diccionario, puro dato, vas a tener satisfacción de sobra. No hay nada de malo en que disfrutes los diccionarios, pero en mi opinión este tipo de libros son pornografía en el sentido de que te dan lo que buscas de un modo directo, sin sutilezas y basado en la cantidad. No es insinuación, no es erotismo, es chicha. Vas a tener que memorizar cientos de tendencias políticas y sociales si quieres comprender algo —y si te gustan claro que quieres—, van a construirte un mundo entero del cual no sabes nada. Si lo que te interesa es saber cuanto más mejor, de un modo cuantitativo, esta es la tarta que quieres comer. Yo soy muy perezoso para ese tipo de cosas. Mi curiosidad se ve resistida por la certeza de que todo lo que hay ahí dentro es inventado. No consigo convencerme de que necesito saber de algo que no es.

El mismo mecanismo se esconde detrás de Pórtico, pero de un modo muy distinto. En Pórtico no sabes nada. Eso mismo pasa en múltitud de libros en los que vas descubriendo lo que sucede según vas avanzando, pero en Pórtico los protagonistas tampoco saben nada.

Nadie sabe nada.

No hay una conspiración de una élite que rentabiliza la información. Nadie la tiene.

Construir una interpretación de la realidad que te rodea puede funcionar de dos modos. Uno es el esfuerzo racional de ir incorporando información a tu cuerpo de conocimientos. En cierto modo es algo pasivo, tienes cajones que llenar y estás esperando a que los datos lo hagan. Otro es interpretar las pistas y construir algo con ellas cuando no hay ningún camino, no esperas una solución porque no la hay: tienes que construirla.

Eso es lo que hace de Pórtico una buena novela. No el ejercicio literario ni la descripción minuciosa de la realidad, sino el sacar conclusiones en un entorno en el que no eres simplemente una rata en un laberinto que sigue adelante mientras la conducen capítulo a capítulo a la salida. Eres una rata en un laberinto, pero no hay nadie que sepa más que tú, nadie puede salvarte de ésta pasando páginas.

Tendrás que romperte la cabeza.

Desde este prisma hay dos tipos de literatura que se corresponden con dos modos de ver el mundo. A mí me gusta el segundo, no puedo evitarlo. Por eso Pórtico sigue, a día de hoy, siendo un claro.

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