Escribí toda mi vida en pliegos de servilleta, pensé que era poeta y no tenía ni idea.
Iba escribiendo allí las horas deformadas por el prisma de la ensoñación poética.
No era muy bueno para el alma, al fin y al cabo.
Me iba contando tonterías al oído, y me las creía.
Eran mías.
No sé si luego vino algo más real, porque no sé qué es ser real.
Después la belleza fue siendo menos nueva. No peor, menos nueva.
Si ese es un componente de lo real, después llegó lo real.
Pero no lo creo.
Más bien imagino que ahora soy más feliz, porque juego conmigo mismo. Me conozco, me entiendo un poco. No me disfrazo de nada porque no necesito ser nada. Por eso no me ofenden. No podrían nunca. Lo intentan, pero no llegan. Es complicado cuando conoces la habitación como la palma de tu mano y eres tú quien la dispuso así.
Es bastante difícil.
Escribí toda mi vida en pliegos de servilleta. Aún los guardo. Están diluídos pero presentes en todo lo que hago.