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suscripciones, el coste cero y los datos

El problema es que ha llegado un punto en el que ciertas aplicaciones de pago no pueden competir con las gratuitas, simplemente porque el sistema es el que es y suele beneficiar al que tiene las políticas más rentables, que suelen coincidir con las más detestables para el usuario porque es de éste del que se obtiene de forma primaria la rentabilidad. Eso en medio del boom del 5G que probablemente vamos a empezar a vivir es un cóctel wombocombo fenomenal (por la cantidad ingente de nuevos datos con los que comerciar que van a generarse y, por supuesto, a rentabilizarse al máximo), aunque de momento el sector ya se esté apañando bastante bien sin él.

Cuando pagas una suscripción sabes lo que están ganando contigo y coincide con lo que te está costando, cuando utilizas un servicio gratuito en el que monetizan tus datos como pago también sabes lo que te cuesta en la cuenta corriente, que en este caso es cerapio, pero no tienes ni idea de lo que están ganando contigo como usuario. Esa distinción es tremendamente importante porque, al no haber límite en la potencial rentabilidad que obtienen por dejarte usar amablemente sus servicios y al ser estos unos datos normalmente opacos, aquel que tiene la política más agresiva saca más pasta, compite de forma más ventajosa con otros servicios similares y tiene más dinero para hacerte el servicio más apetecible y continuar con el rollo.

Una empresa que paga menos a sus trabajadores obtiene una rentabilidad mayor que su competencia directa y tiene una facilidad mayor para hacer perrerías que le permitan seguir haciéndolo en el futuro. El sistema lo favorece. Pero además potencia que los salarios sigan bajando, ya que el único modo que tiene la competencia de seguir siendo rentable es bajar a su vez los salarios de sus trabajadores. En este caso es el propio entramado el que está diseñado para que los salarios bajen, porque se han metido en una espiral de la que es difícil salir sin que algún acontecimiento disruptivo haga que los usos puedan cambiar.

Lo único que está en medio son los convenios colectivos y los impuestos, pero se sortean disfrazando sectores viejos de sectores nuevos todavía sin regulación (reparto de comida, transporte de pasajeros con chófer), llevándose la producción a países en los que se paguen menores salarios (y esto es más perverso aún porque suele vestirse con el mantra ruin de «generar riqueza en sitios menos afortunados») o convirtiendo mi empresa en una comisionista de una empresa localizada en otra parte (yo facturo aquí pero hago que me facture la práctica totalidad un tercer país que tiene menos impuestos y me vende teóricamente desde allí lo que yo luego vendo aquí, ganando aquí únicamente la comisión que se establezca y eludiendo el grueso de los impuestos locales).

Pero, además, cuanto más bajen los salarios menos dinero tiene la gente para solucionar lo que necesita, haciendo que este tipo de servicios de coste gratuito sean cada vez más interesantes. Tarde o temprano y según avanza la cosa van pasando de ser interesantes a ser la única opción que puedes permitirte.

Es decir, que disfrazado de un aumento de eficiencia y rentabilidad el sistema se está torpedeando de algún modo a sí mismo y empujándose a sí mismo hacia la miseria, lo que es bastante divertido si no fuera porque el que se lleva más miseria es el que más ya tiene. Cuanto menos dinero haya en posesión de la gente menos van a poder extraerles mediante servicios y productos, y eso seguirá así mientras no haya un factor que cambie las cosas (o cuando consigan dejarnos masivamente secos del todo, arruinados, endeudados (que esa es otra) e inservibles para ordeñarnos). El sistema ha entrado en esa dinámica y no hay forma de romperla sin prohibir ciertas prácticas, por ejemplo, o sin que a alguien se le ocurra el modo de hacer interesante para los que ganan la pasta romper esta espiral viciosa y hacia abajo en modos nuevos y diferentes de repartir la riqueza.

Es el mercado, amigo.

Aún así tampoco estoy a favor de la tendencia dominante de convertir todo producto en un servicio de suscripción (rentings, alquileres, uso de software, de bibliotecas de música o video o del acceso a la información periodística), ya que eso te convierte en una factoría de hacer pagos y, cuando sufres un revés y no puedes afrontarlos, descubres que no tienes nada, que todo era humo. Han convertido el trabajo de productos terminados en la labor de la subsistencia. Toda suscripción proporciona cosas que necesitas y que se desvanecen al primer mes que dejas de poder pagarlas. Cuando compras cosas en un sólo pago son tuyas para venderlas cuando las cosas se tuercen, cuando te las prestan a cambio de un pago mensual no son tuyas nunca.

Sólo tengo una respuesta para un sistema que convierte a sus miembros en mercancía mediante la producción de datos, en mano de obra barata y en poseedores de nada: expropiensé los medios de producción.

El beneficio no sólo es el único criterio que se aplica (hay más, pero todos se subordinan a él, desde la RSC hasta la calidad pasando por todo lo que se te ocurra), sino que además es uno de los modos más eficaces de hacer la competición favorable para tu negocio frente a la competencia de los demás. Eso, a nada que se derive un poco, sin una legislación impositiva y una legislación laboral fuertes que aseguren una calidad de vida real, solo puede producir monstruos.

Exactamente los que produce, y según se acelera hacia abajo son cada vez más feos y los disfraces cada vez disimulan menos.

teletrabajo

la ofi

Bueno, no es el punto desde donde trabajo pero es lo que veo desde donde lo hago.

Llevo desde mediados de marzo teletrabajando. La verdad es que hace un montón de tiempo, aunque ha pasado sin darme cuenta. Entre la novedad de no ir a la oficina, el rollo de la boca (ocho meses desnudito ahí dentro) y vigilar la cantidad de trabajo para ver si es viable seguir así no ha habido mucho tiempo para relajarse y dejarse aburrir. Lo peor de esas cosas es que la mayor parte de las veces sólo tenemos tiempo y visión para disfrutar de una situación cuando termina. Eso es jodido, ser un eterno capitan a posteriori de tu propia vida.

Cuando estás inmerso en una situación no puedes hacerte un poleo, sentarte en un sillón de orejas y mirarla desde fuera para paladearla. Estás tan dentro que todo es lo inmediato, nada más. Ahora que se está terminando es cuando miro un poco más, con nostalgia. Echaré de menos utilizar los huecos para pequeñas tonterías, limpiezas, poemas, dibujos. Me gustará volver a estar con gente, saludar, escuchar cosas de otros. Echaré de menos la sensación de libertad de no estar anclado a una oficina ganándome el pan, el ajo y el pescado 8 horas al día cinco días a la semana para el resto de mi vida.

Con suerte.

lo que sé de marte

Me preocupa no ser capaz de escribir nada, por supuesto, pero lo que más me preocupa es no disfrutar haciéndolo. Y no lo hago. Hace mucho tiempo que no lo hago cuando me pongo a escribir una novela.

Es una estupidez horrible que no puedo evitar, pero creo que no escribo poesía y no compongo canciones porque hay algo absurdo en lo fácil que me resulta. No digo que haga cosas buenas, digo que hago cosas y que me es fácil hacerlo. No intento decir nada de mí capacidad o de la calidad de lo que hago.

Cuando cojo la guitarra me limito a toquetear notas hasta que un ciclo se me pega. Lo repito unas decenas de veces y empieza a salir una melodía, lo agarro un poco más y empiezo a escribir la letra. De algún modo que no comprendo demasiado eso me lleva a un estribillo que siempre sale. Cuando quiero darme cuenta ya está hecho.

Al escribir un poema juego con palabras diciendo tonterías hasta que, de pronto, aparece un motivo que se escribe solo. La cosa dura un rato y cuando acaba he terminado.

Con la novela, sin embargo, no puedo hacer más que bufar y salir a la terraza, escribir unas líneas que me parecen basura, editarlas hasta que parecen algo, salir de nuevo a la terraza para volver a bufar.

La vida no es fácil. Sin embargo, la vida debería serlo. Lo que fluye natural es sincero porque no está cortado por intenciones. Una canción habla de mí porque no tiene demasiados filtros, un poema lo mismo. Los filtros que se aplican son los que me definen, y por ello hablan de mí tanto como lo que no digo. Escribir una novela, sin embargo, es de todo menos natural para mí.

¿Por qué cojones me empeño, qué hay ahí tan importante, qué me tiene tan enganchado a un ordenador en el que consigo de forma épica escribir un par de frases al día? Un par de frases es a una novela como un grano de arena a la playa o una gota de agua al océano. Es imposible hacer un proyecto coherente a base de granos de arena, a base de gotas de agua. Es más un transcurrir que hablará de lo que le dé la gana, de lo que subyace, pero no de lo que yo quiero construir con ello.

Odio estar frustrado casi tanto como estar enganchado.

De vez en cuando escribo una canción o un poema, lo empiezo y lo termino en un rato y me siento feliz. Es algo que fluye y me destroza porque me frustra por comparación mientras, al mismo tiempo, me reconforta y me reconcilia con la cosa esta de escribir. No debería ser dolor. Si es dolor no es nada. Si no es nada por qué le doy tanta importancia.