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boletos

Hay un viejo mantra en este blog que dice que la victoria está sobrevalorada, que siempre es temporal. Uno gana de momento y pierde para siempre. Eso es así porque la derrota es una especie de estado natural, mientras que la victoria es una situación excepcional que hay que esforzarse por mantener. Si tienes aliento es porque respiras, y nadie puede negarme que la derrota en seguir respirando depende sólo del cuándo.

No estoy hablando de que haya romanticismo en perder, no lo hay. En perder hay seguramente algo de lucidez, un cristalino mezcla de realismo y pesimismo en proporciones que no conozco. Perder, además, según el caso me muestra cierta honestidad. Ganar suele requerir sacrificar convicciones.

Nos pasamos la vida perdiendo. Los momentos se acaban, las cosas se estropean definitivamente, las oportunidades pasan, la gente que queremos ya no está cerca y los que están cerca parecen estar aún más lejos. Aún así seguimos comprando boletos compulsivamente para la lotería de la victoria.

Hay pocas más urgentes que la sensación de escasez. El mejor método para evitar que te domine es esforzarse en necesitar menos y en imponer menos necesidades a la realidad. La victoria no contribuye demasiado en eso. La victoria suele engañarte al hacerte pensar que puedes ganar y que puedes hacerlo cuando te apetece. No puedes.

Lo más simpático es que la gente tiende a obviar o incluso a odiar las cosas que no parecen tener intención de terminarse. Lo que permanece a nuestro lado se va volviendo paulatinamente invisible.

Para mí, en este momento, la victoria está en disfrutar de lo que hay cuando lo hay. Algo así como comer fruta de temporada con todas las cosas. Como ir a un restaurante en el que no hay menú, sólo la comida del día. No vas a un menú sin carta a comer este plato que quieres tanto, vas porque te gusta el sitio, la comida y la compañía y vas a disfrutar lo que haya.

Menudo atardecer hoy, qué brisa después del calor de todo el día, cómo me picaba el cuerpo al caminar por el sudor acumulado desde la ducha de primera hora de la mañana. Eso ya ha terminado, no podría hacerlo volver ahora que disfruto del frescor de la noche que entra por la terraza mientras escribo esto. Un par de patatas medianas y un par de huevos se cuecen en la cocina, oigo el agua crepitar entre el sonido del teclado. Hay pimentón picante y sal en el armario, aceite de oliva sobre la encimera. Mientras termina de cocerse todo regaré un poco las plantas. Olerá a noche y tierra mojada.

Y todo eso me importa porque me da la gana.

irebasable

Muy a menudo los fracasos dicen cosas mucho más interesantes de alguien que sus victorias. Que alguien sea capaz de fracasar de un modo determinado muchas veces requiere no estar dispuesto a ceder en temas en los que es admirable no hacerlo. A veces la mejor prueba de que alguien merece la pena es saber cómo y en qué ha ido fracasando sin perder la convicción de seguir haciéndolo.

Hay personas que tienen ese tipo de cosas claras, y son especiales por ello.

calor

Iba conduciendo hacia el sitio por el que suelo caminar los días de calor y un jilguero en la carretera no se movía. Debí pasar a unos 30 centímetros de él y no hizo nada, le vi por el retrovisor parado en el mismo sitio. Un poco después, ya caminando, pasé a unos 20 centímetros de una paloma y se limitó a dar un par de pasos alejándose de mí, no voló.

Todos morimos solos, por muy acompañados que estemos. No sé si es bueno morir rodeado de la gente que amas, sobre todo si tú sabes que te estás muriendo. No sé si puedes llegar a sentirte mejor por estar rodeado, mucho menos a la mínima que te imagines un poco por lo que están pasando ellos. En cualquier caso la vida es una capulla indiferente la mayor parte del tiempo y nada de esto ni le va ni le viene, ella no tiene nada que ver con ello.

El modelo Nexus 6 número N6MAA10816, Roy Batty, experimentó algo tan humano como dejar de despreciar la vida y empezar a valorarla y amarla cuando se le acababa. A mí padre le pasó algo parecido con los pajaritos. Me contaba que de crío los mataba a decenas sin darle mucha importancia y se los llevaba a su abuela para que los cocinara. También me decía que sin embargo ahora, cuando me lo contaba, no sería capaz ni de arrancarles una pluma. Su vida le parecía hermosa y preciosa en el sentido de lo raro, de lo difícil, de lo maravilloso por infrecuente e inexplicable que le da un valor especial valor a lo preciado. Su vida se acababa y comprendía las demás de un modo diferente.

La vida, cuando se tiene en abundancia, se derrocha. Cuando se tiene a medias se da por hecha y se vuelve invisible, dejas de apreciar lo que siempre está alrededor. Cuando se te está terminando pierde la invisibilidad.

El jilguero, la paloma. Los gusanos el fin de semana muertos solo porque yo decidí renovar la tierra de las plantas. Mi padre. Incluso Roy Batty, que nunca llegó a existir y, al mismo tiempo, de algún modo existió por todos nosotros y lo seguirá haciendo mientras Blade Runner siga reproduciéndose en alguna parte.

La gente dice que no puedes vivir en una excitación constante por esas cosas o si no no hay corazón que lo soporte, pero al mismo tiempo viven en otra parecida que consiste en el nuevo coche, nevera, piso, curso, amigo. No lo sé, no tengo ni idea de esas cosas, pero esa excitación me parece un sucedáneo extraño.

Sólo sé que al ver la paloma y el jilguero, al recordar los tres gusanos del finde, la serpiente que vi dar volteretas en el retrovisor después de pasarle seguramente por encima, todos ellos me han recordado de algún modo a mi padre en uno de esos últimos días en el parque Juan Carlos I, yendo a comer con mi hermana Carol, mientras me decía que esos pajaritos que cazaba a cientos cuando era niño e iba de árbol en árbol poniendo trampas ahora le parecían tan preciosos que no sería capaz de tocarles ni una pluma. Él llevaba tirantes, caminaba de forma rara, como si tuviera los huesos cansados de un modo ya irreparable. Y yo le admiraba como hice siempre. Le admiraba en su victoria, pero también en su derrota. Le admiraba los fracasos. Era un hombre con valores como genes, el resultado no modificaba lo que era honesto y lo que no.

Le echo de menos una barbaridad. Me habla de la vida que desperdicio, que invisibilizo sin remedio hasta que me llegue la hora de amarla un último ratito.