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autodidacta

Recordatorio para el futuro.

El hecho de ir aprendiendo de forma autodidacta todo lo que se me va pasando por la cabeza hace que tenga muchas lagunas que, al menos en teoría, evitaría con una formación reglada.

Me compré un portátil para escribir por 300 pavos hace algo más de un año (ahora está por 491, aunque sin existencias, así que no sé si es real).

Lo único que buscaba es que tuviera la mayor ram posible, 8gb en este caso, una gráfica dedicada (aunque fuera mierder, entonces aún andaba jugando a EVE y quería poder mirar cosas cuando fuera de viaje), en este caso una R5-M430 2GB y un procesador que no fuera celerom, en este caso un Intel Core i3 6006U 2.0GHz 3 MB caché. No es para llorar, pero para escribir y por 300 pavos juro que grité de felichidá cuando lo encontré.

Requisitos deseables, aunque no obligatorios, era por un lado una pantalla de mierda que consumiera lo menos posible para que la batería llegase a las tres horas escribiendo sin mucho esfuerzo. Esa prueba, al menos con Debian y sin la infinidad de aplicaciones mierdas de juindöus que venían con la instalación original, está superado con creces. Por el otro era que trajera una gráfica más mierder que utilizar cuando no se le pidieran esfuerzos al pc y que así consumiera menos batería. Este trae una intel básica que hace su función estupendamente.

En principio parecía genial y lo es, pero tiene tres problemas, uno es que la tecla de mayúsculas derecha está partida, la mitad izquierda es la flecha hacia arriba y la otra mitad la tecla mayúsculas. Eso hacía que la mitad de las veces que iba a empezar una frase irrumpiese en la de arriba. Con openbox es muy fácil solucionar eso, basta con abrir /home/tu-usuario/.config/openbox y añadir al final algo parecido a esto

## escribe aquí algo para recordarte lo que es lo de abajo cuando vuelvas a entrar
xmodmap -e "keycode 111 = Shift_L" &

Reinicias y listo. Con eso la flecha arriba se convierte en la tecla de mayúsculas izquierda para siempre (uso el teclado numérico sin el num lock para moverme, por costumbre). Por cuestiones simplemente estéticas intenté que fuera la derecha, pero aunque parezca estúpido no funcionó. No sé por qué. Cualquier día debería darle una segunda vuelta, pero… no hay tiempo para tanto, la verdad, y funciona perfectamente como está (aunque me jode saber que es la izquierda en vez de la derecha, casi cada vez que la tecleo [de hecho cada vez que lo hago]).

Openbox es un gestor de ventanas ligero que se modifica con cuatro archivos de texto, es simple, sencillo y viene por defecto con crunchbang++, una distro basada en Debian que tuvo una gran historia hasta que el tipo que la mantenía decidió acabar con ella, porque (según él, al menos, para mí no lo es tanto) era muy fácil personalizar Debian para obtener lo mismo. La actual es un fork de alguien que retomó el camino, otra es bunsenlabs. La segunda es más purista con la opinión del desarrollador original (sólo pidió que si el proyecto continuaba no fuera con el mismo nombre), pero a mí me parece más elaborada, llena de cosas que no necesito.

En windows el problema de la tecla se podía solucionar también fácilmente con un pequeño script de autohotkey que acabo de recuperar del comentario que hice a una entrada en pc componentes

Up::
send {RShift Down}
KeyWait, Up
send {RShift Up}
Return

En realidad me volví más loco y establecí teclas para el guión largo, el asterisco y la almohadilla.

; up como mayus
Up::
send {RShift Down}
KeyWait, Up
send {RShift Up}
Return

; alt+f como —
!f::
send, {ASC 0151}
Return

; alt-r como #
!r::
send, {ASC 35}
Return

; alt-v como *
!v::
send, {ASC 42}
Return

El segundo problema es que las teclas del trackpad son duras, ruidosas y molestas. Pero para qué teclas cuando puedes utilizar el trackpad para ello. Creas, añades la sección correspondiente con el tapping en on y reinicias lightdm. Sencillo y para todo perdedor.

$ mkdir -p /etc/X11/xorg.conf.d
$ echo 'Section "InputClass"
        Identifier "libinput touchpad catchall"
        MatchIsTouchpad "on"
        MatchDevicePath "/dev/input/event*"
        Driver "libinput"
        Option "Tapping" "on"
EndSection' > /etc/X11/xorg.conf.d/40-libinput.conf
$ systemctl restart lightdm

El tercer problema es que los drivers de la tarjeta wifi no están del todo soportados por el kernel de linux. Da problemas. La conexión va lenta y se corta. Pero, afortunadamente, alguien se ocupó de solucionarlo.

Pero tienes que compilar el código, y al hacer un dist-upgrade cambié el kernel por defecto y no me compilaba, me daba el idiota error 2. Tienes que instalar algunas dependencias para hacerlo funcionar, pero yo las tenía todas y me seguía dando el mismo error. Me faltaba la carpeta build con las instrucciones.

Tras un par de momentos infructuosos buscando di con la clave en el tercero, y es que tienes que hacer un enlace simbólico que no sé por qué no se hace automáticamente si convierte make en inutilizable no hacerlo. Este sería el modo de crearlo para mi kernel actual.

$ ln -s /usr/src/linux-headers-4.9.0-8-amd64/ /lib/modules/4.9.0-8-amd64/build

Bienvenida la carpeta build, compilo siguiendo las instrucciones y listo. El pc vuelve a no tener ningun problema. Pero, me pregunto, ¿realmente para qué actualicé el kernel? Este es un ordenador para escribir.

Lo bueno de ser un autodidacta es que de todo se aprende. Lo malo es que es prácticamente inevitable probar todo lo que se te pone por delante. En tu inquietud está tu condena.

O algo así.

construcción

El mundo es una construcción, pero decir eso no es decir nada que no sepa nadie. Los ejemplos en la literatura, por ejemplo, son infinitos. Mundos alternativos, pasados y remotos en los que la sociedad en su conjunto le confiere valor a cosas que, vistas desde fuera, nos parecen ridículas.

Los himba extraen los incisivos inferiores de los niños cuando llegan a la pubertad. Así. Con los medios de los que disponen. En este caso, decir «extraen» es un bonito eufemismo.

Pero esas cosas que producen extrañeza, horror o risa cuando se miran desde fuera, construyen el mundo de significados en el que nos movemos y que, independientemente de lo que pueda ser el mundo, nos conforman. Son tan reales como un trozo de madera para el que las vive.

El mundo existe o no, el mundo significa lo que vemos o no, vemos lo que hay o lo que somos. El caso es que mientras vemos lo de fuera como algo curioso, se nos puede quedar dentro la espina de pensar en cuánto de lo que vemos es cierto realmente. ¿Cagar en un inodoro? ¿Pagar la luz? ¿Tener un coche como símbolo de estatus?

La convención social como medida de la realidad.

La convención social como medida de todas las cosas, como un conjunto de alternativas posibles en las que inscribirse según donde uno quiera posicionarse.

Es algo así como que la sociedad en la que vives, construida con el conjunto de significados reificados en los que se mueve, te confieren los caminos en los que decirte a ti mismo y a los demás quién eres. El ser humano vive en una burbuja que ordena y dibuja lo que tiene sentido y lo que no. Incluso existen caminos de rebeldía tipificados en un conjunto de significados, que hacen que los demás se sientan molestos cuando los tomas, pero no extrañados. Al fin y al cabo, es un camino con sus indicadores.

Yo llevo el pelo largo y una poblada barba porque me gusta, pero, ¿por qué me gusta? Porque en el conjunto de símbolos en los que me muevo en sociedad quiere decir algo, y me identifico con ese algo. Al identificarme con ese algo decido tomar una opción. De hecho, cuando llevo el pelo y la barba largas, me estoy mostrando de ese modo ante los demás. Como el cascabel de la cobra les estoy dando una primera impresión de lo que deben esperar de mí. ¿Es tan complicado pensar en una sociedad en el que ser barbilampiño y llevar el pelo rapado signifique exactamente lo mismo? No lo es.

Los valores más absolutos, la bandera, el país, las creencias, no son más que un modo de adscribirse a ciertas ideas que no existen en, por ejemplo, un bosque. Un modo de significarse ante los demás. Un modo de GRITAR ante los demás «eh, que yo soy así». Del mismo modo, los valores más disolutos no son más que un modo de GRITAR ante los demás «eh, que yo soy así». Suponen un modo de identificarse en el grupo humano, y ambos lo hacen en sentidos opuestos, pero en la misma linea. Y ambos olvidan que hay más cosas fuera de esa linea. Que el juego de significados no tiene por qué ser un asunto de semáforos, sino una paleta de colores.

Eso quiere decir, en cierto modo, que el mundo existe, pero nos importa un bledo. No nos importa sustituir lo que el mundo ofrece por un conjunto de significados propios, construidos, que terminan siendo mucho más importantes que el propio mundo. Y ese tipo de decisiones afectan a todo lo que se te ocurra. ¿Dónde vives, por qué?, ¿cómo vives, por qué? Ser consciente de ello no confiere ninguna ventaja, excepto si no posees una moralidad cualquiera. Cualquiera me vale, incluso las más detestables. No tenerla te permite moverte de una posición a otra sin ninguna reflexión previa. Y eso es una ventaja posicional. Posicional.

La cultura, en lo que supone de nuevo mundo en el que se mueve la sociedad, tiene un valor de pertenencia a un grupo y de exclusión de otro innegable. Por eso ninguna podrá ser realmente justa (y me gustaría dejar la frase ahí, pero no es a donde voy) si el acceso a los significados no es libre y gratuito. Ya que tenemos que jugar, juguemos. Todo lo demás son requiebros.

Y es muy fácil concluir en que no existe nada. Y, en cierto modo, es cierto. Pero el hecho de que tengamos la capacidad de construir nuestra propia red de significados que lleguen incluso a sustituir esos otros que son más… ¿naturales?, ¿reales?, no quiere decir que todo sea lo mismo. O sí. O no. O depende del contexto.

De ahí todo el rollo con la muerte de Dios de Nietzsche. Dios ha muerto. Pero eso no significa nada más que una tupida red de significados que se daban por ineluctablemente ciertos porque emanaban de algo superior han entrado en tela de juicio. No hemos perdido nada. No es que antes tuviéramos suelo firme que ahora hayamos perdido, es que nos hemos dado cuenta de que nunca lo fue. De ahí la importancia del autor para un tipo de veinte años que lo conoce por primera vez. ¿Cómo? ¿Qué esto es revisable? ¿Seguro?

El problema es cómo llegar a un acuerdo. Sin un dios que nos guíe, que nos diga lo que está bien y lo que está mal. Sin un «bien para la sociedad» que nos guíe, que nos diga lo que está bien y lo que está mal. Sin un «esto es innegablemente cierto» que nos guíe, que nos diga lo que está bien y lo que está mal.

Sin todo eso, ¿qué hacemos? Vivimos en una mentira. Vivimos en una verdad. Todo es según el color del cristal. Vemos como somos.

Qué locura, ¿no?

El único hilo que es capaz de mantener todo unido es la moral. Pero no una moral absoluta, porque no tenemos acceso a algo así. Una moral construida en el diálogo, con todo lo que eso tiene de libre y de complicado. Vale, no hay absolutos, pero nuestro cerebro trabaja mucho mejor con ellos.

Nos movemos con anotaciones electrónicas, papelitos de colores y con trozos de metal cuando queremos adquirir algo. De hecho, radicamos nuestra relevancia en el mundo gracias a tener más o menos de eso. El dinero es el dios al que más rezamos. El dinero es el nuevo mundo de las ideas, al que todas nuestras mezquindades particulares refieren. No es particularmente bueno, ni particularmente malo, pero el dinero es, en lo esencial, exactamente igual a los incisivos inferiores de los himba.

primera idea

La cultura suele ser intrincadamente autoreferencial, no lo puede evitar. A veces parece que sólo sabe hablar de sí misma.

Los análisis, las definiciones de escuelas, momentos, tendencias, no son más que una variación del mundo reificado que expresaba Arendt. Levantamos uno, y lo hacemos crecer en base a hablar de él una y otra vez. Convertimos materiales en objetos, y los nuevos comienzan a componer nuestra realidad en un bonito tirabuzón.

Arendt estaba hablando más bien de lo que hace al trabajo una tarea diferente de la labor en lo que produce. La reificación era más bien para ella ese arrancar a la naturaleza los materiales de construcción de un mundo de objetos que fabrica el hombre y después siguen una vida independiente de él. No duran eternamente, pero sí más que lo que lo hace aquello genera la labor, la esfera de las tareas repetitivas para proveernos de lo necesario.

Desde ese punto de vista la cultura es una reificación de la realidad que casi inmediatamente empieza a alimentarse de sí misma para avanzar.

Y por eso la cultura, según el punto y el lugar, puede llegar a ser una cosa aburridísima y descolocada. No sé qué es lo importante en la mayor parte de las ocasiones, pero sí sé cuándo una investigación se ha convertido en el seguimiento mecánico de una receta. Redundar en un algoritmo —en cuanto sucesión pasos automatizados— que se encarga, al mismo tiempo, de generar e interpretar cultura, es haber entrado en bucle para nada. Es el momento en el que la cultura se convierte en erudicción, y el mayor mérito es llenar la memoria y saber localizar esa información cuando llega el momento de extender las alas para pavonearse.

¿Es lo que es en cuanto nos habla en cierto modo del mundo, o lo es por su capacidad de imbricarse y engordarse a sí misma?

Esa es la pregunta que me hago cuando dudo.

La cultura construye y al mismo tiempo es un identificador de pertenencia, y por ello debería liberarse el acceso. Dejarlo en manos de la capacidad adquisitiva es perpetuar las diferencias sociales.

La cultura, entendida ahora como el conjunto de significados que comparte un grupo, vengan de donde vengan, no solo construye mundos, sino que encapsula a seres humanos dentro de ellos. Constituye lo que vemos, cómo lo vemos y las variantes de nosotros mismos que somos capaces de valorar. En cierto modo lo es todo, porque sólo somos capaces de entender desde una burbuja, desde una perspectiva.

Nota: he elegido a Arendt porque estoy barruntando volver, veinte años después, a la condición humana y porque, sinceramente, da igual desde dónde empezar. Yo qué sé, el fútbol, o el procesamiento industrial de los cacahuetes salados, todo tiene que terminar forzosamente en las mismas conclusiones. El mundo que subyace y articula todo es el mismo.