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subrepticiamente

Antes de que me diera cuenta
estaba loco,
rematádamente loco en aquel
anden
pesado
gritando arriba y abajo
y llorando
y arrastrando el pie derecho
sin sentido
entre gente indiferente que miraba
a otro lado.

Todos mirando justo al otro lado.

Antes de que me diera cuenta,
tabaquera en mano,
de que las cosas no eran tan sencillas
como habían sido siempre
y sólo empezaban a insinuarse
tan complicadas como iban
a empezar a ser en adelante.

Descalzo del derecho,
gritando,
arriba y abajo,
liándome un cigarro a empujones,
llorando,
pidiendo un punto de destino
al revisor que me tranquilizaba diciendo

«relájese, no le entiendo».

No le entiendo.
Qué maravilloso es ser nada y no serlo.

deckard

¿Un mal día, tío?

Un completo mal día. He visto cosas que no creerías. Clientes o no sé qué más allá de Orión que decían cosas que no entendía y cosas así.

Tremendo.

Me han pegado una paliza, y ahora el whisky baila con la sangre en el vaso mientras bebo.

Un efecto precioso.

No te digo que no, pero duele.

El dolor es relativo.

¿A qué?

Al resto de tus dolores.

¿Al resto de ellos?

Eso es.

Entonces no debe dolerme nada más.

Ok. Entonces es bien jodido.

Sí. Sí que lo es.

Un mal día entonces.

Creo que deberíamos estar de acuerdo en que sí.

Oks, yo estoy de acuerdo en lo del baile.

¿La sangre flota?

En este vaso sí.

Tremendo.

Tremendo, sí.

¿Puedes grabarlo?

En cuanto dejen de movérseme los dientes, me pone nervioso.

Putos pellejudos.

Los pellejudos.

Ese tipo de gente.

Ese calibre de gente.

19%.

¿19% de?

De la reparación.

Oks. Va bien. ¿Has llegado al 19%?

Estoy llegando al 19% ahora.

Ya. Los dientes se mueven por muchos motivos.

Cuando los golpeas lo suficiente sí.

Entendido.

Toma control.

Control tomado. Un mal día, ¿eh?

Sí, así es.

Putos pellejudos.

Están en el punto límite de justo uno mismo. Allí donde no hay más entrada que salida y todo se explica.

Qué bonito.

Qué bonito, sí.

Pero todo se explica, supongo.

No deja de explicarse todo el rato, tío.

Bueno, uno puede morir, pero al menos sería por algo.

Ya.

No es como seguir en estas habitaciones de mierda mirando cosas de mierda.

No, no lo es.

Los dientes, ¿sé mueven aún?

Sí. No lo sé. Quizá no lo bastante. Dame un segundo. Déjame que tome control de esta mierda.

¿Y?

Y te digo algo. Con sentido si eso.

¿Si eso?

Si puedo. Si acaso.

Ok.

Ok.

Entendido.

Ya. Comprendo. Veremos.

Tenemos gente en casa.

No me presiones.

Eso intento.

(Diálogos de la vuelta a casa, edición crupier).

metido en qué

Al final el camino remataba en un sendero medio difuminado que se ensortijaba entre árboles y zarzas, como si se le hubiera olvidado a dónde iba o ya no fuera lo bastante importante. No me quedó más remedio que seguir: con cuidado de no perder el hilo o de dejarme cazar por los pinchos, con el artilugio este de andar volviéndose exasperantemente lento, con la levedad de la mañana ayudando a que no me hinchara de mierda y me volviera hacia atrás. Tener todo el tiempo del mundo hace las cosas menos irritantes.

A la derecha el río canturreaba cosas raras en el aire, crepitares de agua sobre piedra y chapoteos de bichos vivos haciendo lo imposible para mantener ese estado. El empeño está ahí, el esfuerzo lo es todo. Llené de agua la mochila, no, no, llené de agua la cantimplora, pero tampoco lo hice porque alguien me comentó que una empresa de algo estaba vertiendo más arriba. Me había salido del camino para ver las algas, verdes y largas en el sentido de la corriente, pobladas de bichos. De insectos, larvas, peces y pequeñas ranas. Me arrodillé en el borde y metí la mano en el agua, y en no mucho tiempo las cosas empezaron a arremolinarse junto a ella, tocándome. Las algas viscosas, los insectos nerviosos, peces mordisqueando sin dientes mi piel. Qué raro. El camino estaba detrás de mí, lo tenía bien agarrado. Me había quitado la camiseta y la había puesto encima de las zarzas donde podía retomarlo y seguir.

Hacía un calor tremendo de repente. El sol debía haberse molestado con algo. Con alguien, no sé. Yo no me enteré de nada pese a estar atento. No cubría demasiado al fin y al cabo. La sensación de las algas es rara, no son pegajosas pero sí viscosas, es como estar metido en un vaso con algo denso que hace su vida pero no puede evitar tocarte todo el rato. Me quedé así, con los piés en el sentido del río y la cabeza bajo el agua hasta los labios, mirándolo todo, notando la corriente en mis hombros bajar por mi cuerpo hasta seguir su camino después de haber hecho su desgaste en mi piel. Era curioso. Los bichos se movían, zigzagueaban el agua y extraían cosas que podían comer de mí, piel muerta y cosas así, supongo. Me quedé inmóvil y registrando lo que sucedía, lo que se movía, lo que hacía. No me importaba en absoluto, pero no me pareció una cosa que no pudiera hacer un rato.

Después salí del agua, el contorno de mi cuerpo se quedó marcado en las algas un momento. Todo volvería a su cosa. Supongo que había trastocado algunas rutas de servicios y ritmos metiendo mi volúmen ahí dentro, supongo que los ciclos se habían adaptado a mí rápidamente. Entiendo que ahora que ya no estoy todo volverá a sus rutinas, como si yo no hubiera estado nunca o como si nunca hubiera hecho falta realmente.