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pratchett

Ha muerto Terry Pratchett. Llevaba lidiando con el alzheimer desde 2007.

«Cuando puedes aplastar ciudades enteras a voluntad, la tendencia a reflexionar en silencio y ver-las-cosas-desde-el-punto-de-vista-del-otro rara vez resulta necesaria.»

Dioses Menores, Terry Pratchett

Buen viaje.

Y gracias por todo.

The End.

— Terry Pratchett (@terryandrob) marzo 12, 2015

jesús te ama

jesús te ama

Hace más gracia bromear sobre las cosas que se toman tan enserio que impiden una revisión honesta y sensata. No hace gracia pensar en las situaciones cotidianas de alguien que ya es cotidiano y común. La propia sacralización hace el chiste, y no los humoristas.

Añado 23/02/2015:

«[…] el humor no es burla descarnada contra los demás, sino un método —por lo general muy inteligente— de vernos humanos y falibles, como en realidad somos».

José María León, Gkillcity.

Y como la gente sin sentido del humor —o demasiado pagados de sí mismos, o con demasiado que perder en el juego estético en el que se ha convertido casi todo— no se puede permitir transmitir falibilidad, pues así sucede.

la empatía y los recursos

Discriminamos a los que no son como nosotros como estrategia para eludir la empatía: razas, religiones, creencias, el motivo es colorido pero no relevante. Ello nos permite dejar de considerar al de enfrente como un sujeto igual a uno mismo, lo que nos confiere cierta ventaja adaptativa en la lucha de la carestía de recursos. La diferencia permite que los derechos puedan ser diferentes: yo tengo derecho a esto porque soy algo, y tú no porque eres otra cosa.

Un grupo en competición con otros no puede permitirse que la empatía le frene, salvar el grupo es salvarse a uno mismo, salvar el grupo aunque yo no me salve es cierta garantía de que mis genes sí trasciendan, gracias a la supervivencia de aquellos con los que estoy emparentado. Y, gracias a la trampa psicológica del rasgo diferenciador, salvar el grupo es también salvar mis creencias, que por supuesto son las acertadas.

No importa el rasgo que se elija en realidad, somos especialistas en generar grupos y hacer favores dentro de ellos en preferencia a otros más o igualmente capacitados de otros grupos. Se sublima la diferencia porque es la única justificación real del juego de elecciones que se están tomando, y cuanto más sublimada está menos discutible es, manteniendo la armazón del chiringuito grupal en pie. Se sublima y se hace casi divina, real e indiscutible como la misma esencia de la vida del grupo. El país, la religión, la música que escuchamos… todo místico, alucinado (desde fuera), eterno, necesario frente a nuestra contingencia (desde dentro).

Necesitamos la empatía porque no hay ningún modo de altruísmo ni comportamiento social que pueda sobrevivir sin ella (si no te puedes colocar en la posición del otro no podrás comprender sus reacciones e interactuar) y somos bichos sociales que han basado su evolución precisamente en el grupo, pero refrenamos toda su potencia y todo su alcance para permitirnos competir adecuadamente en el proceso de obtención de los recursos necesarios para mantenernos vivos.

Y todo sigue siendo lo mismo, desde siempre, partidos políticos, profesiones, barrios, amigos. Lo importante no es lo justo, es el grupo. Pero lo importante, de hecho, es lo justo. Otra cosa no sé, pero desde luego lógica tiene un huevo: el sentido de la existencia de un grupo es precisamente favorecer a los miembros que lo componen en la lucha por los recursos con otros grupos, frente a toda lógica o criterio alternativo, en un cuadro de escasez. Sin este último elemento, la escasez, no habría combate, porque todo combate entraña una posibilidad de que te maten, de que el grupo sucumba vencido.

La escasez de recursos no existe, porque vivimos en una sociedad en el que hemos conseguido que la distribución funcione (en caso de desastre trasladamos recursos de otra parte). Pero es una poderosa herramienta de manipulación y control, y la mantenemos artificialmente. Para ello se distribuye mal pese a tener la facilidad de hacer que nadie carezca de nada (que necesite, matizo si es necesario) y se pone en marcha la máscara-látigo del dinero.

¿Donde hay recursos disponibles para su uso? Donde se paga por ellos. ¿De dónde se extraen? De donde piden menos por ellos. ¿Se mantiene pobreza artificialmente? Al menos es una posibilidad teórica, como quiero que se lea hasta el final lo dejaré ahí (diré coltán y listo), pero sería conveniente pensar en que mi beneficio aumenta tanto si aumento el precio de venta como si reduzco el de compra.

El dinero no es un símbolo de riqueza en absoluto. Lo es de la pobreza. Un mundo rico en el que existan recursos suficientes para todos no necesita dinero para gestionar su distribución. El dinero es necesario cuando no hay para todos y se hace pertinente un modo de discriminar quién va a recibir qué: un mundo pobre. En un mundo mantenido pobre artificialmente el dinero actúa como criterio de obtención del recurso (es mío porque lo pago) y, además, justificación de la venta del tiempo personal de uno a otros, que pagan dinero por él que el primero recibe, legalizando así una forma blanda de esclavitud que no por blanda es menos potente. Mata dos pájaros de un tiro: constituye una vara de medir quién puede obtener qué y quién no y, además, facilita un método muy manejable de control de los individuos y las mayorías mediante la zanahoria de «si quieres esto necesitas más dinero, haz lo que yo te digo y te lo doy». Deja de ser importante si es justo que lo obtengas o si lo necesitas o si no es algo que la misma publicidad te ha vendido que necesitas, el único criterio es si tienes lo que se necesita para pagarlo, y lo demás desaparece, se diluye por irrelevante. Las cosas no se necesitan, simplemente se pueden pagar o no. Las corrupciones devienen porque la zanahoria se hace más importante que lo justo, y esto sucede en general y a todos los niveles, y porque nuestra programación hacia el grupo nos posibilita fácilmente dejar de considerar humanos a aquellos que estamos estafando sin que nos sintamos especialmente perversos. No son de los nuestros y se merecen lo que les hagamos. Amiguismos, redes clientelares: grupos, grupos, grupos que sabotean a otros grupos mientras mantienen el suyo con vida.

La guerra no está en el dinero, sino en el control de los recursos y su justa distribución. El dinero es una máscara que hace de látigo al mismo tiempo. Justa distribución significa que nadie pase hambre ni frío y que todos tengan al menos su existencia libre asegurada (acceso a la información, educación, sanidad y gestión del propio tiempo) mientras vivan. Quiero creer y creo que en un mundo sin escasez podríamos utilizar los grupos de un modo menos agresivo.

Sólo hay que demostrar que los límites que le ponemos a la empatía son estúpidos y dejar de poner el objetivo donde no hay más que humo: los billetes no son más que papeles de colores que tienen valor porque decidimos creer que lo tienen. Las anotaciones en la cuenta bancaria ya ni te digo. Lo que tenemos es fé, la misma fé de siempre que muta y se adapta para seguir manteniendo al mundo engañado a conveniencia del que se nutre del engaño.

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Añadido: el dinero no tiene valor alguno en sí mismo, sino sólo en comparación de una cantidad con otra. Parece una tontería pero es donde se quita la máscara. Lo que yo tengo sólo es en función de lo que tengan los demás, es decir, que puedo conseguir la misma riqueza tanto obteniendo más dinero como disminuyendo el de los que tengo alrededor, ya que de ambos modos en la puja por el recurso podré permitirme ser el mejor postor. Cuanto más empobrezca en dinero mi alrededor más alta será la diferencia de dinero entre ellos y yo, que es en sentido estricto el único valor que tiene al no estar referenciado a nada desde el abandono del patrón oro, que era igualmente estúpido pero fomentaba menor especulación. Estas propias diferencias entre lo que tiene cada uno, que establecen qué puedo pagar por cada cosa en función de su escasez o rareza y mi interés o necesidad de ellas, constituyen el propio valor del dinero en un tirabuzón y el criterio utilizado por nuestra sociedad para decidir qué proyectos reciben recursos y cuáles no.

El único criterio de accesibilidad es cuántos papeles de colores, que hemos dibujado nosotros mismos, tiene cada uno. Eso es racionalidad en el siglo XXI.