miguel, ortondo, hare, chino, nano
Revivir cosas siempre es un modo de asesinar finalmente las cosas (voy a repetir la palabra «cosas» bastante, no sé si lo suficiente, pero sí bastante, a lo largo de esta entrada). Revivir cosas es un error, no puede volver a ser lo ya sido. De ningún modo. Cualquier recreación del pasado es una construcción futil que cae por su propio peso: el peso del tiempo que ha pasado entre tanto. Las cosas sólo suceden una vez, esa es nuestra condena como seres humanos, seres con memoria. Recuerdo a Kundera explicando en la insoportable cómo cada mañana su protagonista traía el mismo bollo para su perro y como cada mañana jugaban los dos a que el humano se lo quitaba. Recuerdo cómo él decía que si en vez de ser un perro el otro fuera también un ser humano ya se habría aburrido hace mucho tiempo del mismo juego. Y de ahí sacaba que el ser humano no puede ser feliz, porque la felicidad es el deseo de repetir lo que nos ha hecho felices, y sin embargo lo que repetimos los humanos nos aburre.
Pero no es cuestión de repetir, ni de recrear lo sido en un intento torpe para que vuelva a ser. A veces lo mismo sucede de forma diferente. Es curioso como al fin y al cabo puedes darte cuenta de que lo que quieres es tocar, y que las canciones son casi una excusa: un lugar común en el que empezar a hacer cosas, a partir del cual.
Un punto de partida: unos acordes como punto de origen del acuerdo: un eje sobre el que desplegarse.
Un tablero de juego. Queremos jugar, eso lo tenemos claro, y nos hace falta un juego.
Tenemos uno hecho, así que adelante.
Y la adrenalina hace el resto.
Y desde ahí se empieza a construir. No de cero, pero sí de cero. Porque al fin y al cabo el tablero y las reglas no constituyen el juego completo.
Son sólo el marco donde las cosas están sucediendo.