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sólo rojo

No sabía nada.
No podía saber nada.
No tenía más remedio que no saber nada.

Te rompes la boca contra el borde de la piscina
sólo por no saber decir «espera» a tiempo. Y
sales del agua mientras el sol declina
y piensas que no te queda tabaco en la mochila.

Con tu bañador de Carrefour negro
y cutre, con los dientes rotos,
escupiendo sangre, rezumando odio,
regalando vergüenza, rabia, ridículo.

Pensando que hubiera sido mejor haber
sabido hablar. Haber podido decirle a alguien
que cuando todo se combina de un cierto modo
todo en un cierto modo se combina y estalla.
Que no puedes quedarte.
Que tienes que irte.

Que no sabes nada.
Que no puedes saber nada.
Que no tienes más remedio que no saber nada.

Doblas la esquina con las manos en los bolsillos
y el sabor a sangre en el paladar. Un paquete
de tabaco tirado en el suelo te enseña un filtro
amigable,
puerto,
descanso.

Lo enciendes con tranquilidad mientras te sientas
sobre una piedra, aspiras, aguantas, espiras.

El humo que sale de tu boca es perfectamente normal.

Aunque a ti te parece de color rojo. Rebotando en las corrientes
de aire, dando saltitos tontos sin dirección concreta.

gotas resbalando

Si un hombre comienza por permitirse un asesinato, muy pronto quita importancia al robo, del robo pasa a la bebida y a la inobservancia del día del señor, y acaba por faltar a la buena educación.

Thomas de Quincey.

Las mujeres que he conocido siempre han significado muchas cosas. El cuidado, el olor, el tiempo debido a cada cosa, el orden, el detalle. El levantarte por la mañana y que la casa huela bien aunque nadie haya limpiado nada. El que los vasos brillen y el sol entre más cariñoso por la ventana mientras desayunas. Que el coche arranque con el maullido de un gatito. Que el mundo, en general, merezca más la pena para ser vivido.

Y eso no es algo que hagan, es algo que explenden. Al menos, las que yo he conocido. Es una propiedad que desprenden de sí y que impregna todo lo que las circunda. Incluso a mí mismo, cuando estoy en el círculo. Huelo mejor, soy mejor persona. Me siento más optimista, dejo de escribir y de componer porque no tengo nada que decir, excepto que estoy tranquilo y feliz. Si yo ya apenas existo, si casi no lo hago, si soy apenas una manchita de tinta en una insignificante esquina de los días, cuando una mujer anda cerca suelo desaparecer, fundirme con el entorno, camuflarme con el color, la textura y probablemente el sabor de los muebles. Estar tan en paz con el mundo que el mundo se olvida de mí.

El olor, el detalle, el orden, el cuidado, el mimo, la sensación de que todo pequeño esfuerzo tiene su pequeña recompensa. Unas flores sobre la mesa. Gotas de agua en la bañera que me recuerdan que nada y todo y yo y ellas siempre hemos formado una sucesión de ciclos que me han dejado sin respuestas. Gotas de agua en la bañera, la toalla perfectamente doblada y colocada en su soporte, los botes de gel y champú cerrados y ordenados. Gotas de agua resbalando por las laderas de porcelana y yo mirando la ausencia de pelos en el desagüe. El leve olor a ella que se impone a los frutales de la ducha. Pequeñas pistas, migajas de ella como un hilito de pan, para que no la pierda.

Un hilo que seguir. O no. Ese es el tema. Fundirse con el mundo o seguir viviendo entre ruinas que hablan.

Hacer un modo de vida de todo esto o no. Tener fé en lo escribo, compongo, fotografío, toco o tener fé en la disolución con el mundo, la felicidad tranquila de tener un lugar almohadillado en los días. O la crisis constante de retratar las fracturas.

Es un problema de enfoque clásico. No puedes ver el primer plano y el fondo con la misma nitidez al mismo tiempo. Tienes que decidirte por alguno.

Gotas de agua resbalando en la bañera. Toco una con el índice, me la llevo a la boca. Sabe un poco a glicerina y a frutitas del gel. Y a ella.

La realidad me está mirando con todos sus ojos puestos en mí. Y no son pocos. Me pregunta de qué lado estoy.

Y yo no tengo ni idea. La gota se funde con mi cuerpo y pasa a formar parte de lo que interiorizo de ella. Con facilidad, con normalidad, con sencillez.

La realidad quiere que decida.

Pero yo sólo puedo esperar a ver dónde va todo esto.

rescate

Cuando desperté ya no estaba. Era temprano. Tenía que haberse dado mucha prisa. En la bañera, dispersas, gotas perezosas de agua cayendo al fondo, hacia el desagüe. Prisa y calma a la vez. Ya se había ido, pero se había duchado antes. Eso denota… un cierto criterio, un mapa de la situación que ella está leyendo perfectamente y… yo, por supuesto, no.

Volví a la cama para ver si me quedaba algo que pensar con este cerebro tan embotado por la cerveza a lo largo, ancho y profundo de los años. Encendí el ventilador. Puse algún capítulo de una serie en el ordenador. Me estrujé. Nada. No había nada.

No sé qué pensar sobre esto.

Sobre la silla del ordenador vi algo rojo, que al acercarme resultó ser su cinta para el pelo. Bien hecho, silla, gracias por retenerlo.

Ahora tenemos un prisionero.

Podremos negociar un rescate.