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Fugaz y efímero, pasillos paralelos

Me estaba preguntando por el sentido de todo esto.
Fugaz y efímero.
Tenía los días contados con pluma y tintero sobre el espejo que era yo mismo cuando todavía era yo mismo.
No sé si mentía, pero reflejaba. Podia mirar mi imagen de vuelta de todo cuanto había sido.
Podía dar vueltas sobre mí mismo. Danzar sobre lo sido como una broma.
Como si todo fuera y hubiera sido una gran broma.
No me importa ser fugaz, ser efímero, porque soy un tremendo optimista.
Creo que queda lo mejor. Siempre lo creo.

La novedad apesta, pero relaja. Refresca.

Di cien vueltas sobre este tema en otra parte.
(Tengo una policromía de espejos que constituyen todo lo que he sido, de algún parcial pero cierto modo).

Date
la
vuelta.

Estás tú al otro lado.

El carácter efímero de todo nos lleva a cometer grandes insensateces.
(Insensatez es una palabra de niño pera).
El carácter efímero de todo nos lleva a intentar fijar estados actuales.
(Como si mirar una foto nos hiciera regresar y ver los platos, las caras,
las cosas en general como las vimos o como fuimos en ellas).

A veces parece perentorio eternizarnos en algún sentido.
(No puedo ser más concreto, aunque lo intento).

A veces un sonido nos hace regresar, por un momento, a aquello que fuimos.
Un olor. Una conversación. Una repetición, circularidad de los momentos, que no del tiempo.

No recuerdo casi ninguna cara. Pero recuerdo todos los olores.
Una vez estuve aquí. Tengo recuerdos de este lugar.
Quizá no haya tiempo y sea sólo entropía.

Nietzsche lo hubiera tenido claro, por ejemplo.
Si no puedo percibirlo no puedo asumir que sea cierto.
Aunque lo sea.
Si no me modifica en nada no existe para mí.
Quizá no haya tiempo, pero el caso es que lo percibo.

Lo que no percibo es el no-tiempo.

Tufo Berkeley. Qué se le va a hacer. Un tipo joven cuando escribió lo que recuerdo que escribió.

No siempre somos conscientes de que hemos sido, por eso como enfermos intentamos fijar lo sido en un marco atemporal,
o en uno más duradero.

No siempre es suficiente. A veces, mirando una foto, me acuerdo de otra cosa.
No es suficiente decir me acuerdo.

A veces, mirando una foto, vuelvo a vivir una realidad diferente de la que me muestra la imagen.

Saboreo, huelo, oigo, pulso una realidad contumaz que no se extingue del todo.

Está de puta madre de cuando en cuando.

Como vivir en pasillos paralelos.

Como si al mismo tiempo estuviera existiendo en pasillos paralelos y pudiera encontrar conductos entre todos ellos que me trasladaran de uno a otro.

Seguramente esté existiendo simultáneamente en pasillos paralelos y de cuando en cuando encuentre conductos entre ellos que me llevan de uno a otro.

Es una aseveración compleja, precisamente porque depende de encontrarle un significado creíble a «simultáneo».

En realidad no sé si uno fue antes o si ya no es, sólo sé que están conectados de algún modo.

Cuando me miro la mano no sé si estoy mirando mi mano, en sentido estricto.

Cuando te beso me pregunto a qué tú estoy besando.

Aquella, ésta, la que nunca fue. Hay un canal entre tus ojos y los míos
que a veces dudo nos una. En sentido estricto.
¿Qué tú, qué yo se están mirando?

Al otro lado

Siempre estuve al otro lado.
Al otro lado de Dios, al otro lado de la botella,
al otro lado de la misma vida.

Pero casi nadie lo entendió (pobrecito yo).

Estaban todos equivocados
mientras temían por mí cuando me destrozaba
de bar en bar y de dolor en dolor.

No pretendía matarme.

Al menos no rápido. No a la velocidad
que circulaba de boca en boca.

Incluso todo esto es una simplificación,
porque nunca estuve al otro lado de nada.

Preferí mantenerme al margen.

(Entiendo lo tópico de lo que digo,
tú no entiendes lo atópico de lo que digo).

No decidí matarme, decidí vivir.
Y me di cuenta de que vivir no era estar siempre
dispuesto,
ni tener un sentido definido cuando no lo hay.

Nunca estuve al otro lado de la botella.
Siempre estuve a este. En el claro.
El gollete en la boca.

No decidí matarme, decidí vivir,
pero vivir nunca fue tan sencillo
como intentaban enseñarme.

Quizá estas piernas eran vivir.
Quizá estar en ellas. Nunca lo pensé demasiado.
No sé cuánto daño hice.
Tampoco me importaba demasiado.

No sé si comprendes que lo importante era estar allí.
No había mucho más donde elegir.
Esas piernas eran la misma vida, la oquedad
repleta entre ellas,
el agujero único capaz de silenciar el ruido.

Había más agujeros.
Había suficiente ruido para todos.
Frío azul por todas partes.

No tenía mucho sentido huir.

Porque no había sitio alguno al que ir

mas que a las piernas.

Estar entre ellas, derrumbando la gravedad,
silenciando el ruido, construyendo una salvedad,
una singularidad cuántica, un remanso-reguero
de paz en medio de ninguna parte.

Era importante que no estuviera en parte alguna.
Para poder estar en todas.

Abusé de ti, no digo que no.
Pero no sé quién salió perdiendo.

Vivir no es esto, y lo sabes,
no son los viernes de cena y peli,
los sábados de garitos pobres,
los domingos de lo que surja y/o video-club.

Soy consciente de tu inteligencia,
sabes que eso es subsistir.

Que vivir es lo otro,
lo que no se da.

Lo que sucede una sola vez es lo que está
siempre sucediendo.

Lo que sucede siempre no ha sucedido
nunca. Y nunca sucederá.

Siempre estuve al otro lado.
En el que no se da.

Vomité almizcle en cada canción porque quería conquistarte.
A ti o a todas.
A ti y a todas.

Estaba repleto de las cosas que suceden porque suceder
es inercial.

Me levanto en Praga y una mariposa
bate sus alas en Berlín.

Y de repente estoy en Roma.

Es tal el calibre de las cosas que no puedo comprender
más allá, ni mas acá,
de permanecer vivo mientras las cosas siguen sucediendo.

(Entiendo lo tópico de lo que digo,
tú no entiendes lo atópico de lo que digo).

Adoro las vidas que se entrecruzan en momento de crisis.
Esas vidas me dicen su verdad.

Porque en crisis no hay disfraces.
En crisis no hay máscaras.

Yo me despertaba acompañado mientras
tú entrabas por la puerta.

Hacía ya años de la ruptura-break
de dejar de vernos.

Y ni aún así podías comprenderlo.

Y no entendías que ella-esa tuviera la
potestad
de estar allí.

A mí me gustaba jugar a estar al otro lado de la botella.
Cuando lo único cierto es que no hay otro lado.

Estás tú, mirándome.
Estoy yo, mirándote.

Y todo lo demás circula, desaparece, se elipsa,
transita, es obliterado por apodíctico, se desliga
del sentido, repta, huye, corre, se esfuma.

Mientras tanto, ella coge las bragas y busca el resto de su ropa.

La mirada se mantiene.

No puedo decirte nada.

Porque todo lo que había que decir
esta dicho.

Nunca estuve al otro lado.

En el barro

Al final del camino encontramos
un cofre cerrado con una llave.

La llave no la teníamos, por supuesto.

El frío del suelo se retransmitía a través
de las plantas de nuestros pies
y llegaba al pecho,
donde con un pequeño retruécano
pasaba el cuello hasta la cabeza.

Estábamos allí, al final del camino,
en el barro primordial-final.

El lugar donde todo se corrompe,
se degrada,
para abrir el proceso de terminar siendo otra cosa.

Actualidad-potencia. Formas torpes de nombrar
lo que no comprendemos en absoluto,
con la idea de acercarlo un poquito,
lo justo para convencernos de que lo vemos de cerca.

Si las cosas son una sola cosa exponenciada que se cocina
en la realidad para tomar forma, actualizarse o
como se quiera,
no deberíamos pasar tantas tardes junto a la cerveza
para intentar callar el ruido.

Este ruido molesto.

No deberíamos forzar una existencia simpática
para convertirla en una preocupada. No.

Todo sencillo con no-conceptos que no-existen,
sino que suceden.

(¿No sucede que existe todo lo que sucede?)

Pero ya que estábamos echamos un vistazo.

Al ruido.

Uno de cerca, esta vez sí.

No teníamos la llave. Nos dormimos en el suelo.
Nos preguntamos dónde habíamos ido a parar.

Al barro.

No teníamos ni idea de qué hacíamos allí.

En ese momento desperté, confuso,
sobre el revoltijo de formas de mi edredón.

No tengo sueño -me dije en voz alta,
intentando acallar el ruido de nuevo allí,
intentando volver a ver lo visible desde el rango de lo
invisible,
intentando saber sin quererlo o intentando
no querer saber mientras movía unos ojos nerviosos
por un cuarto abarrotado.

Como si hubiera una respuesta cerca.

Como si, siendo todo lo mismo,
hubiera que ir a alguna parte para comprenderlo todo.

Como si no estuviera todo escrito aunque no sepamos leer.

(Lo cual equivale a decir que no hay nada escrito).

Ese barro es el cambio, lo fronterizo, en lugar al que todo regresa
porque es el lugar en el que todo comienza.

Seguramente no sea un lugar. Seguro que es más aproximado
decir que es un estado.

Me di la vuelta y miré a la pared.
En el fondo, las cosas suceden porque no pueden dejar
de hacerlo. El movimiento inercial es el culpable de todo.

Nosotros… estamos en medio.