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Paseantes

Fuera aún es de día mientras tú y yo nos miramos,
con todo en medio. Yo ya estuve en esta calle
otro día. Hay gente que camina y va a alguna parte.
Todos dicen ser de todos, todos dicen entender de qué
va el asunto, pero mienten. Se limitan a pasear.
Maldita gente. No hace más que molestar. Dicen
entender de qué va el asunto, pero sólo juguetean
con sus recuerdos.
Me están metiendo en su cabeza, lo noto,
me están ajustando en sus historias,
como si yo fuera una pieza de Lego, o tú,
o ellos.

Nos miran con pena como si tuvieran algo que ofrecer
sólo porque yo observo el suelo y tú
arrancas servilletas del servilletero.

Testigos

Estábamos todos en aquella cafetería,
mientras tú y yo hablábamos. Tú,
quizá herida,
repetías las mismas letanías con las cuentas del
servilletero:

– Poco para tanto, poco para tanto…

Tú quizá herida, como si yo hubiera podido
prometerte algo o tú hubieras podido
hacerme caso alguna vez. Alrededor todo lo demás,
testigos mudos que miran con los ojos abiertos
y la boca cerrada. Testigos mudos que
olvidaron hablar cuando podían y ahora
se golpean la cabeza contra las paredes por idiotas.

– Poco para…

Por idiotas. Me hubieran venido bien si
hubieran querido hablar cuando podían.
Ahora se limitan a mirar, con las bocas grapadas.
Ahora se limitan a dar asco.
Ahora se limitan a estar en medio.
Qué complicado es dar el paso con todo delante.
Qué complicado es pasar con todo delante.

– No jodas, niña, es tanto para nada.

Tanto

Estábamos todos allí metidos,
estaban las canciones, los ríos de tinta,
las aberturas, los cerrojos,
los desatinos y las justificaciones,
los días hablando desde los días…

– Es poco -decías-, es poco para tanto.
– No jodas. Es tanto para nada.