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Salir

Tengo tengo tengo tengo
y no quiero no quiero no quiero
tener porque cuando
tengo tengo tengo
no hago más que temer
perder perder perder
que es algo que no sentía
cuando…

Y me da igual
porque no le doy la razón a nadie y
no deseo que signifique
mi funeral como

vivo

no quiero dar razones a los que
no tendrán más remedio que salir de su ostra
tarde o temprano.

A ver qué tal les sale.

Cierres metálicos

Perdido,
hasta el culo de cerveza
rodando por la acera mecido
en tus solemnes palabras quedas.

Borracho lindando el infinito,
aplastado por la marea del
encabronamiento y el
descontento pertinaz.

Riendo al dar tumbos rejuvenecido
en la catarsis de la fiesta del
olvido.

Golpeándome con los coches,
con la gente,
despampanante entre extraños
que se extrañan perfectamente acostumbrados
y llorando a medias
entre carcajadas nerviosas,

mecido en tus palabras lentas
y borracho de ellas y
de todo,

la epoje de la cerveza
tiene alas y tiene recuerdos y
no piensa o no quiere,
tomando de lo que no tomo
me desgasto, tomando de lo que no queda
me perpetro y

siento

(no sé si aún sabemos lo que es eso).

No sé si queda otra forma
aprisionado entre los cierres
metálicos de los establecimientos
que van cerrando.

Cigarros

Dejo los cigarros consumidos en
cualquier parte. Ellos te hacen carantoñas,
intentando enamorarte, y
no saben que tú no puedes verles.

Eres espectacularmente indolente.

Así que, refunfuñando, les
vas reuniendo con el lazarillo
de tus manos y les depositas
en una bolsa negra con asas
de cierre, para que
jueguen tranquilos sin molestar a nadie.

Claro, los cigarros chillan y
lloran y ruegan el auxilio del
tostador y el ordenador, de la
cafetera y los cientos de vasos
con los que yo les incito a
estar habitualmente.

La casa se convierte en un
crisol epifánico de voces
que se ufanan en encontrarse.

Y yo te miro el rostro,
perfumado con un toque
de olor a satén almidonado,
y observo como tú no eres
capaz de escuchar nada,
aunque dices que sí
los coches que rumorean fuera,
sí los graznidos del altavoz
de la cadena de música que
afónica se desgañita,

el
leve
trino
acuoso
de nuestros
labios
cuando
se acercan
para intercambiar
un
chasquido.

La verdad es que
eres espectacularmente indolente.

Porque en la cocina,
bajo la encimera,
tras la puerta cerrada
del armarito
que Atlas la pila,
tras los mistoles y los ajaxpino,
las bolsas negras de autocierre,
debajo de capuchones
esmerilados de látex
y latas de atún ensangrentadas,

los cigarros te piden perdón
y te regalan zalamerías,
serviles y condicionados,
esperando verte rescatarles
de su olvido
en el corredor de la muerte.

Todo lo que allí
entre termina, tarde o
temprano,
fuera. Donde
ya no hay puertas
que cierren.

Y luego me dices que
por qué me escondo.
No puedo soportarlo.
A veces quisiera matarte
con un poema armado hasta
los dientes.

Tengo escalofríos.

La vida es tan cruel a veces
que mejor negarla y
esperar otra en el andén
de las vidas circulares, pasan
cada cinco minutos y
tienen direcciones fijas
e invariables.