Apilo los cigarros junto al cenicero y
voy contando:
10,
9,8,7,
6,5,
4,3,2,1,
Al final cero.
Empiezo a verte
un poquito menos.
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Apilo los cigarros junto al cenicero y
voy contando:
10,
9,8,7,
6,5,
4,3,2,1,
Al final cero.
Empiezo a verte
un poquito menos.
Y me fui y
quede dormido en
un banco donde desperté
en un perfecto punto
de congelación
y volví a la calefacción de mi casa
pero tú estabas aún
allí y
un poco cabreada
intentaste entenderme una vez más.
Yo me escondí en el baño y
me quedé dormido y ni aún así
desapareciste
porque eres un sueño que
necesito
aunque entienda que no existes.
No me queda más remedio que huirte.
No puedo volverme rematadamente loco.
Porque quizá tú estés en otra parte.
Pero desde luego no aquí.
Arranco la esquina
de la habitación con las
manos mientras consumo un cigarro
que será imposible rehabilitar
jamás.
Tengo dentro
un corazón de ceniza que
no creo dispuesto a
intentar un armisticio.
Tú -¿qué tú eres ya?-
llamas a la puerta
que suena de repente como si jamás
lo hubiera hecho y
abro.
Entras y preparas café mientras yo
me recupero en el baño.
Te estás riendo como si jamás
lo hubieras hecho, a medias
divertida y a medias compasiva y
comprensiva. Cuando salgo
me olvide los pantalones dentro y
de nuevo me escondo,
no lo soporto,
no me entiendo.
Tomas café sola
en el salón y yo consigo llegar
al pasillo
-esta vez con pantalones-
asomar la cabeza,
verte tan hermosa con
la luz filtrada por las cortinas,
removiendo con la cucharilla
has encendido la tele
te pregunto qué quieres
verte
tan solo verte
ven aquí
Te dije que sí. Sí.
Pero cogí
la puerta y me fui esperando que no
estuvieras a mi vuelta. Porque
hay demasiadas cosas
que filtran luces sin la misma
inocencia que las cortinas.